No dejes de seguir al conejo blanco

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martes, 26 de julio de 2011

Quid

La vida y la muerte son los nudos y los desenlaces de una misma cosa, es un dragón cerúleo que se muerde a la cola. Ni falta hace decir que a nadie le gusta, las lágrimas mojadas en despedidas, las risas incontrolables en los reencuentros... Es esa pieza en nuestro interior que se vuelve a atar para dejarnos completos, para hacernos sentir felices.
Pero la vida hace que muchas veces ese reencuentro no llegue. Al fin y al cabo, el reencuentro lo inventamos nosotros, pero nosotros fuimos hechos por la vida. Hay gente que duda y que llora, que grita desde las más altas cumbres intentando agarrar una respuesta. Uno piensa si la verdadera respuesta de la vida es que no la hay; parece demasiado simple pero somos casualidad. Lo único que le queda a uno de provecho es saber agarrar cada instante , cara experiencia, cada roce, parpadeo, beso, mordisco, abrazo... Cada fusión de almas, cada conjunción de divinos cuerpos quedará memorizada en nosotros. El tiempo podrá llevarse la cal de nuestros huesos, y la sangre de nuestras venas. Podrá arrebatarnos los suspiros, la memoria, e incluso podrá arrebatarnos el llanto y la risa. Apagará el fuego y evaporará el agua, como si le restara sentido a todo lo que hacemos. Pero lo que la muerte no podrá llevarnos es cada instante que retuvimos entre nuestros brazos, no podrá abalanzarse con furia a destruir la más emotiva de nuestras despedidas. Por eso cuando uno se muere no es más que uno de esos regresos, y lo mejor que uno puede hacer para llevarlos consigo es sonreír con la boca muy abierta y alegrarse por desear un reencuentro. Un reencuentro que dura para toda la vida.

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