No dejes de seguir al conejo blanco

No dejes de seguir al conejo blanco

viernes, 26 de noviembre de 2010

Hopeless

"La esperanza es el hermano menor del fracaso, pero la hermana grande de las desilusiones."

martes, 23 de noviembre de 2010

La casa Música

Aclaración del autor :
" Debido a que cumplimos las bodas de oro en el blog (50 entradas con esta), me gustaría colgar este cuento que espero alcance mayor consideración, ya que no sé por qué es una idea que siempre me ha atraído. Simplemente eso, y que prospere mi mediocridad."

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Estaba en lo cierto, desde que llegó en 1998 lo que más le había sorprendido era la colocación nefasta de los sillones verdes del living.

“ Qué forma más desorganizada, parece que estos muebles estuvieron colocados por un huracán” pensó Louis cuando sacaba volutas de vainilla por su pipa rancia.

Llegó en un tormentoso mes de noviembre, cuando el frío le mojaba los ánimos y la lluvia le mordía la gabardina de color beige. Paul le había advertido, que ese clima tan advenedizo era como un rayo de sol en una heladería, y que de Nancy a Zaragoza había bastantes escalas evolutivas. Después de esa conversación arrogante, Louis se tomó como una consideración personal sobrevivir una semana en la ciudad, solo para darle con la puerta en las bembas a su colega, que a parte de francófono, era gilipollas. Así que empacó una vieja maleta con camisas y perfumes, algún que otro vaquero, un libro de Zola y folletos de Víctor Hugo para leer en el avión, y como si no tuviera otro propósito, al igual que un musulmán que emigra hacia la Meca, hilvanó sus pasos para estar el día trece en el Charles De Gaulle una hora y media antes, teniendo precaución de los buitres de las compañías aéreas.

Al llegar a ese conjunto de piedras habitadas, no supo cómo orientarse. Es más, no supo el por qué Zaragoza, teniendo la fantástica casa Batló a algunos kilómetros. Le pareció estar embutido en una causa absurda y sin remedio.
Mientras una llovizna caía despendolada del cielo, él giró el picaporte del hotel que había reservado por teléfono. Una señora con surcos finísimos en la cara parecía sonreírle de forma tierna, mientras un viejo ( que pudo intuir como su marido) hacía ademán de recogerle la maleta. Nunca se había fijado, pero a la luz de los candelabros aquella noche la maleta parecía un monstruo marrón ofuscado, además de que el barro le daba un cierto aire de sufrimiento.

Le dieron de cenar una sopa de cebolla con longaniza, y mientras alzaba cada cucharada podía sentir el dolor que sentía en sus ojos por el cansancio del viaje.

- Evaristo y yo adecuamos la casa para poder habitar a personas… - decía la mujer mientras él devoraba con ligera ansiedad la cena. – Es la forma de ganarse unas perrillas, y más ya sabe con el cambio ese del nuevo euro

Hizo como una pequeña mueca de sonreír, mientras su marido le miraba mientras asía la cuchara, con una expresión entre familiar y desconfiada.

La sopa sabía demasiado a cebolla. Se la terminó sin rechistar, y preguntando si se podía fumar rellenó otra vez su pipa; entonces vio cómo el humo ascendía libremente, enredándose en la lámpara de araña, como si tuviera una telaraña de verdad.

Se tuvo que recoger enseguida, estaba demacrado por tremebundas horas de avión. Aún así agradeció que no fueran tan largas, recordó el vuelo que hizo a Cuba en el 94 y de cómo se le quedó el culo con aspecto de masilla, como si casi fuera un moldeable yogur.

Cuando llegó a una habitación vistosa pintada de verde colocó su gabardina sobre una silla raída, de forma que su abrigo daba la forma de que había un hombre jorobado en la habitación. Se descalzó los mocasines y echó un vistazo por la ventana para admirar la Basílica del Pilar. No era muy devoto, pero ya se sabe, quien vive en Nancy, generalmente en París, tiene que gustar de todo ese tipo de estructuras ( a veces pensó que hubieron siglos en los que el hombre no construyó otra cosa).

Se sentó en la mullida cama y desenfocó la vista hacia arriba. Vio los desconchones del techo y alguna presencia de mosquitos. “ Merde, me dejé la crema encima de la mesa de estar” dijo con remordimientos.

Se quitó los tejanos y abriendo a medias la cama se introdujo, mientras apagaba la luz que estaba al alcance de su brazo.

No habría pasado ni cinco minutos desde que intentaba dormirse cuando oyó un ligero tintineo, casi imperceptible . “ Me encantan los sonidos de la calle”. Sin embargo, a los diez segundos se hizo un poco más fuerte. Le pareció el mismo sonido constante, como si fuera un diapasón. Luego oyó como una especie de golpes sordos y repetitivos, parecidos a un tambor tribal. De repente, y sin dudarlo un instante, oyó el Sol de una trompeta.

Ce n’est pas possible” pensó Louis. Acababa de oír perfectamente el sonido de un instrumento.

Rápidamente, se incorporó para asomarse a la ventana. Intentó averiguar si los sonidos venían de la calle o si no había sido más que una mala pasada de su indecisa imaginación.

Al mirar al reflejo de la noche de Zaragoza, no vio alma en la calle, ni trompetas ni banderas ni desfiles, ni siquiera un perro vagabundo acompañando a la luna. Nada. Ahí estaba el pavimento, con algunas piedras mal puestas y con sombras envolviendo todos los callejones. Ni un solo indicio de música. Podía ver el color naranja que le inspiraban las farolas, podía sentir el frío de la oscuridad de la noche abierta, pero nada más.

No le dio mayor importancia, colocó bien los postigos de la ventana y se acostó. “ Te estas haciendo mayor” pensó para sí.

El incidente de la noche anterior no había sido tan especial como para mencionárselo a los dueños de la casa, seguramente pasaría de vez en cuando alguna tuna de celebración, y no quería parecer un chovinista escéptico. Así que durante el día recorrió la ciudad con un panfleto cogido de la estación de autobuses y se tomó un refrigerio con algunas tapas en un bar de una calle angosta.

Llegó a pensar que todos los crepúsculos son iguales en todas las ciudades, que parecen fundirse como si se uniera todo el amasijo al caer la tarde. Entonces pensó que viajar era innecesario. Luego pensó que era absurdo, “lo mejor de viajar es viajar”.

Habían pasado ya tres días de la semana y media pactada con Louis, y dos desde el “incidente” de los traqueteos nocturnos. De ninguna manera se sentía intrigado, simplemente le extrañó no encontrar a nadie utilizando un instrumento a la hora en que los oyó. Pero le había deshilachado la importancia al día siguiente, y prosiguió sobreviviendo entre muros altos y de piedra fría, como ciudad burguesa que era.

Al volver a la habitación pudo sentir una corriente de frío en la pierna, pero no le dio importancia. Acababa de comerse unas migas de pastor en la cocina con Mariel, la anciana que le dio hospedaje, y hoy se había recorrido parte del casco viejo. Sin embargo, la curiosidad le pudo como para preguntar por los ruidos mientras cenaban.

- Digame, hay muchas bandas de música por esta zona al anochecer, ¿cierto?

El marido y la mujer se miraron con ciertos recovecos de complicidad.
- Y bueno… - dijo Evaristo con una mano en el mentón- A veces, según si se quiere honrar alguna festividad, pero no demasiadas, no… Creo que deberías ir a preparar café querida.

De este modo, interrumpió la conversación y la mujer fue a preparar algo de café para los tres. En vista de la importancia que le daban los demás, Louis pasó del tema y les preguntó por una oficina de correos para enviar postales franqueadas.

Antes de irse a acostar, y para combatir la pesadez del insomnio, se puso a revisar la casa. Le pareció bastante bonita, pensó qué clase de artificios hubo de soportar durante los ochenta años que llevaba edificada. Vio también los típicos candelarios horteras y los cuadros estrafalarios, que solo se cuelgan en las paredes por compromiso o por mal gusto.

Encontró en un lugar apartado y vedado por el polvo un estante que tenía los cristales casi empañados por la humedad breve de la noche. Louis cogió la corbata y limpió una parte de la vitrina de la izquierda. Vio la foto de un muchacho algo famélico con una levita de paño negro y una trompeta, mientras caía al fondo un crepúsculo vetusta en un campo de yerba.

- Ese es nuestro hijo – le dijo la señora. – Murió una noche de marzo en esta misma casa, hace ya años. En un cuartito de arriba conservamos todos sus instrumentos, auque lo que a él le apasionaba era el jazz y la trompeta. Si usted lo hubiera visto tan ensimismado en sus ensayos y en sus…

- “Instrumentos…” – pensó Louis – Ahora lo entiendo todo. Debe de haber algunas grabaciones en el desván

Dejó que la señora terminara la retahíla, y cuando se iba despidiendo y yendo a su cuarto para acostarse, vio que su hijo había estado trabajando de músico con el título del conservatorio. Cuando iba por el séptimo escalón a sus aposentos se acordó de que no le preguntó de qué había muerto su hijo en uno de los cuartos contiguos al suyo. Tras pensarlo dos segundos no le hubiera parecido una pregunta apropiada, y disfrutó oyendo el rechinar del pomo de la puerta de su habitación ; le recordaba a lo henchida que estaba la luna en el cielo y al cansancio de su cuerpo.

Se acostó con la corbata a medio quitar en el catre, y no había podido ni desabrocharse sus vaqueros. Estaba cansadísimo, él era una extenuación en sí mismo. Cuando se apago la oscuridad bajo el efecto de sus párpados, comenzó a intentar soñar el día de mañana, quizá algún café en un bar cualquiera o la mirada de una muchacha en espera del intento de cortejo, esos juegos frugales, esas tímidas estupideces.

No podía creerlo, lo acababa de oír, acababa de sonar otra vez. Esta vez como golpecitos en la madera, como si fuera una batuta golpeando contra un atril. Una cuerda de violoncello tibia resonó por las paredes del cuarto. Se incorporó y se aproximó a una de las paredes. Pegó la oreja y pudo sentir la pared fría, y debajo de eso, el sonido de un cuarteto de cuerda con un piano de fondo. No, le parecía estar soñando, esto no podía ser real. Le gustaría tocar su cara y ver que no la siente, como pasa en esos sueños que creemos morir, y lo más dulce es cuando despertamos.

Se decidió a abrir la manija y a descubrir de donde venían los golpes, el piano, los sonidos. Oía deslizar su sombra por el pasillo, como si fuera un mueble más de la casa. Torció hacia un lado y hacia otro, desdoblándose como si fuera de chicle.

Al final llegó a lo hondo de un pasillo, y todo el sonido salía de ahí. La puerta emitía un resplandor por debajo.

Al abrirla, vio instrumentos por toda la habitación. Vio que estaban suspendidos en el aire, que había una especie de figuras multiformes sujetándolos. Se aproximó al atril y vio una masa igual al resto, sujetando una batuta un poco más larga de la habitual. Como si fuera un ofrecimiento, aquella masa le acercó la batuta a Louis. De repente, la corriente del pasillo cerró la puerta.

Paul llevaba intentando contactar con Louis desde que hacía dos semanas que tendría que haber vuelto. No cogía el móvil, no respondía al correo, no había manera de dar con el. Su amigo, temiendo por él, tomó un vuelo desde Charleroi una semana que le pilló allí un congreso, cuando realmente se empezó a preocupar por su paradero.

Llegó al hotel donde su amigo le dijo que se había hospedado y encontró un coche de policía en la puerta. Los dueños habían sido acusados de asesinato y fueron trasladados a la comisaría. Cuando Paul pudo hablar con ellos, la mujer le confesó :

“La verdad es que todo empezó cuando mantuvimos el cuarto con los instrumentos de mi hijo difunto hace catorce años, y una masa negra se filtró por primera vez en el cuarto, y se ponía a tocar los instrumentos, variando cada noche. En vez de llamar a la policía, puedo decir que esa masa que llegó al inicio nos convenció para quedarse en el cuartito de al final del pasillo. Nosotros habíamos empezado unos años antes de la muerte de mi hijo con la pensión, y nos dimos cuenta de que los huéspedes curiosos conseguían ser atraídos por la masa, y los acababa consumiendo hasta que acababan igual que él. Me fijé en los cambios del chico, en unos días tuvo los mismos síntomas que los demás. Estuvo extasiado durante los días después del descubrimiento, se dejó de afeitar regularmente y vivía sólo para dirigir el ensayo. Tocaban día y noche. Y la verdad es que en todos los casos esperábamos encontrar algún cadáver, pero solamente veíamos a esos redivivos; podría atreverme a decir que algún día se atrevieron a desayunar con nosotros. En fin, seguramente el joven ahora será un fantasma musical más, como les llama mi marido. Eso sí, tendría que escucharlos usted, no han desafinado ni una vez en catorce años.”

Mayo 2010

viernes, 19 de noviembre de 2010

POLVO

A Qué aspiramos es una pregunta tan intrigante que de mis ojeras salen gotas de humo que aplauden y secundan la moción. El polvo es lo que se rocía por las casas cerradas y vacías, es lo que acompaña al abandonado y arropa al ebrio en un bar de matinée. Es lo que sale cuando escachas un corazón roto, cuando las lágrimas se secan y se quedan en una encimera. Cuando corres, levantas polvo, cuando aspiras, respiras polvo, cuando te agitas el pelo, nace el polvo. Es nuestro medio, nuestra agua donde nadamos, lo que somos y lo que seremos, las estrellas que algún día brillarán, en lo que nos convertiremos.
Sé que tiene mal uso de "hechar un...", pero miles de palabras pueden hacer esa excepción y no verse afligidas por lo malsonante que rebota en nuestras cavidades; son capaces de negarlo un día con tal de ver que todo el polvo se une. Incluso al más abandonado se le reposa el polvo en el zumo de naranja del bar de los jueves, incluso a las abuelas les encanta levantar el polvo para infundirnos a todos la creencia de que los ciclos nunca mueren, y que el polvo tampoco. Nosotros sí, pero también somos polvo. Por tanto, vivimos mientras morimos, y nos acabaremos despedazando para acabar sobre las lágrimas secas de la encimera de alguien que ha llorado por amor.

martes, 16 de noviembre de 2010

Causa efecto de la globalización

"Hay algunos días que el hombre desea convertirse en piedra para vivir tranquilo, y hay algunas piedras que desean que al hombre le llegue su día para vivir tranquilas..."

domingo, 14 de noviembre de 2010

Spreeng


Todos buscamos que los pétalos florezcan cuando les cae la luz, que ese beso sea siempre para nosotros, que la carta que esperamos no se la lleve un mar de aire. Todos soñamos, todos somos nocturnos, todos veraneamos. Todos somos Shakespeare, Shakespeare somos todos. Entre los árboles fuertes nacen luciérnagas con piernas y hombrecillos verdes, en nuestra frente crecen las dudas como crecen en otoño los hongos. Cuando se mueven las hojas por la noche esperamos ver esa tímida brisa que arrulla el viento, esperamos encontrarnos con la muerte, pero solo de paso ya que siempre tendrá cosas más urgentes. Esperamos reposar en la yerba, fría y dulce del rocío, mirar al cielo y contar las tintineantes estrellas que nos acompañan. En una desfiguración borrosa, acudiremos al deseo, mientras el deseo vaga al infinito. Murmuraremos, protestaremos, lloraremos, nos dispersaremos... Todo hasta que dejemos que el amor nos haga a nosotros en vez de nosotros a él, y la noche se apague igual que el sonido de una orquesta cuando te adentras en un bosque, mientras el sonido se disipa en el final del sueño, hasta que agarremos la almohada y deseamos morir durmiendo para no tener que despertar...


PUCK. Si nosotros, vanas sombras, os hemos ofendido,
pensad sólo esto y todo está arreglado:
que os habéis quedado aquí dormidos
mientras han aparecido esas visiones.
Y esta débil y humilde ficción
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño;
amables espectadores, no nos reprendáis;
si nos perdonais, nos enmendaremos.
Y, a fe de honrado Puck,
que si hemos tenido la fortuna
de escaparnos ahora del silbido de la serpiente,
procuraremos corregirnos de inmediato.
De lo contrario, llamad a Puck embustero.
Así, pues, buenas noches a todos.
Dadme vuestras manos, si es que somos amigos,
y Robin os lo restituirá con resarcimiento.
"A Midsummer's Night's Dream", Final Act


jueves, 11 de noviembre de 2010

Oda a la diana.

Pasó silbando una bala a su lado
la miró con ojos oscuros, con tez morena
y a punto estuvo de morir en su condena
cuando se desvaneció triste su pasado...

Un dolor de nostalgia y sentido del deber,
amor a la patria y a la ley constante.
Carne de mirilla, persona interesante,
es su sangre lo que ellos quieren beber!

Si como hombre fuera muro, como muro estatua,
con el mismo temple se mantiene solitario
adaptando su realidad a una prisión mellada en lágrimas

Y hasta que no pueda tener paz en su rutinaje diario
no descansaremos hasta fusilar las ánimas
de aquellos que deben morir entre fuegos fatuos.

Saviano, has cambiado muchas vidas a cambio de atormentar la tuya. Para que después digan que Dios no existe

domingo, 7 de noviembre de 2010

Gajes de oficio, puro desperdicio

"... un escritor es aquel que saluda a la vida con un libro en la mano y un porro en la otra, pero ni se fuma el libro ni se lee el porro."

jueves, 4 de noviembre de 2010

Fábula sobre mi abuela

Mi abuela era una de esas que compraban el té helado para beber y lo metían en el microondas. De esas personas para las cuales las vicisitudes de la vida no eran sino un mero aprendizaje, una forma de demostrarse, tras su mirada canosa, que la rutina no le había absorbido por completo. Aunque, muchas veces me contaba las re-manidas historias de cómo mi abuelo tuvo que hacerse un tendero de puestucho de respuestos, y no estudiar medicina en Madrid porque era lo que Mamá Isabel, una matriarca de decisiones duras, no habría querido. Mi abuelito, en paz descanse, quiso seguir la carrera diplomática, pero escaseó el dinero y tuvo que quedarse hasta que le mató la diabetes.
Y ya habían pasado veintitantos años, pero a mi abuela le gustaba seguir recordando. El recuerdo para ella era como atarse con una cuerda a los baúles del pasado, y el otro extremo lo aseguraba en cosas diarias, como el periódico, el telediario, la mayonesa que caduca y el molesto dolor de las rodillas, que atacaban terriblemente el frío haciendo la acción de caminar más mecánica y más desvencijada.
Una tarde estaba empeñada en que nada era como antes, cómo había evolucionado con magnificencia los ritos diarios del ducharse, de la medicina, de la comida... Ella los soltaba como una puntalada de golpe, como esas corrientes de aire frío cuando se abre una ventana.
- Ay, querido nieto, si hubieras conocido los tiempos de antaño, los añorarías tanto como yo... - y es cierto que yo siempre fui un romántico, me encanta escribir a pluma o a máquina, cartas, con tinta... Pero uno tiene que saber sobreponerse a todo aquello que pueda hacernos la vida un poco más sencilla-. Era distinto.
- ¿ Cómo distinto?
-Pues la vida era más rudimentaria, pero no sabías la de bien que nos la pasabamos, en el campo, y sin tanto problema de tráfico y grandes ciudades que, Jesús, cómo la agobian a una...
- Pero abuela los tiempos evolucionan, tienes que saber adaptarte.
- Y bueno, pero las cochinadas de la inflación cada vez nos afecta más. Antes uno iba al cine con tres pesetas y le sobraba para comprarse un yogur, ahí en frente del Cuyás. Y no costaba todo tanto, oh, no, los libros valían 25 pesetas. Tu abuelo tenía un estante lleno de ellos... -dijo mientras me miraba con una mirada de melancolía perdida en las altas cumbres.
- Pero abuela eso es imposible por los tiempos que corren.
- Es cierto, antes el dinero era distinto... - dijo mi abuela mientras sus profundas arrugas se redimían.
- ¿ Cómo distinto?
- Pues no era un vil metal que fuera rulando de mano en mano como si fuera un insecto despreciable, con todas esas pesetas, comprábamos la felicidad.
Ahí me quedé ligeramente callado, intentando rumiar el concepto de felicidad.
Tras un breve silencio, me dijo :
- Pero y tenías que haber visto las relaciones familiares, hoy en día, con tanta maquinita uno se acaba volviendo loco, tintineos que van y que vienen... Antes no había nada como una máquina de escribir, tchin tchin y las palabras salían solas, esas Underwood si que eran buenas...
- Pero abuela, se traban muchísimo más que los ordenadores, es bastante más complicado escribir, y borrones, y eso...- le expliqué yo, a la vez que me intentaba excusar.
- Ah, tienes razón, es mucha complicación. Sin embargo, tu abuelo desaprobaría tanta máquina. Él se compraba con veinticinco pesetas ( lo que le costaba el Pirata, ya sabes, el transporte para ir de Las Palmas a su casa) un libro todos los días. Y se lo iba leyendo de camino a casa.
- ¡Pero abuela! ¡La distancia es tremenda! ¡ Es imposible que alguien camine eso todos los días!
- Es cierto... Hasta la distancia antes era distinta..

Moraleja : Las abuelas son un pozo inmenso donde se concentran la sabiduría, la locura y el entendimiento. Muchas veces llegan a rozarse entre ellas.

martes, 2 de noviembre de 2010

cruciâmentum

Que es el humano , defenderlo , cemento, industria.

Qué es el humano .

Definámoslo sin miedo. Un humano es parte de agua y demás compuestos químicos, irreverentes para lo que aquí se quiere hablar. Un humano son trozos de piel y sensaciones. Son decisiones equivocadas, cosas mal hechas. .Errores. El principio del humano es cometer errores. Dónde se quedó todo eso, ahí dejamos la naturaleza y consideramos que es más importante el avanzar que el considerar realmente la posición básicamente humana de una persona. Cuánto quisimos destrozar el medio, de una forma silenciosa estamos perforando nuestras entrañas, nuestras intimidades mas exhibidas al aire libre. No tiene que existir un motivo para las cosas. Las cosas son el motivo. No hablemos de funciones para crear, de necesidades que satisfacer. Si el hombre quiere escribir, coge un papel y escribe. No coge el último ordenador de cuatro procesadores o los que les vayan añadiendo según convenga. Esa no es la idea. El que quiera comer, que pesque. Podrá parecer idea totalmente radical . Pero aquí nada le va a demostrar lo que no sepa a nadie. Estamos dejando que en un fuego de consumición vengan las máquinas a demostrarnos que, habiendo salidos de nuestra propia Creación, son incluso más perfectas e inequívocas que los mismos padres. ¿ Qué hicimos, para qué carajo servimos nosotros? ¿Acaso no han traído las máquinas las desdichas con los progresos? ¿ Qué me dicen de la invención del revólver, de la guillotina, de la mecanización? Como acto de defensa, los seres humanos escupimos con ludismo hacia monstruos de metal. Pero ahora no, ahora somos nosotros las piedras y ellas los seres vivos. Con una batalla nunca se ganará una guerra.