No dejes de seguir al conejo blanco

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jueves, 4 de noviembre de 2010

Fábula sobre mi abuela

Mi abuela era una de esas que compraban el té helado para beber y lo metían en el microondas. De esas personas para las cuales las vicisitudes de la vida no eran sino un mero aprendizaje, una forma de demostrarse, tras su mirada canosa, que la rutina no le había absorbido por completo. Aunque, muchas veces me contaba las re-manidas historias de cómo mi abuelo tuvo que hacerse un tendero de puestucho de respuestos, y no estudiar medicina en Madrid porque era lo que Mamá Isabel, una matriarca de decisiones duras, no habría querido. Mi abuelito, en paz descanse, quiso seguir la carrera diplomática, pero escaseó el dinero y tuvo que quedarse hasta que le mató la diabetes.
Y ya habían pasado veintitantos años, pero a mi abuela le gustaba seguir recordando. El recuerdo para ella era como atarse con una cuerda a los baúles del pasado, y el otro extremo lo aseguraba en cosas diarias, como el periódico, el telediario, la mayonesa que caduca y el molesto dolor de las rodillas, que atacaban terriblemente el frío haciendo la acción de caminar más mecánica y más desvencijada.
Una tarde estaba empeñada en que nada era como antes, cómo había evolucionado con magnificencia los ritos diarios del ducharse, de la medicina, de la comida... Ella los soltaba como una puntalada de golpe, como esas corrientes de aire frío cuando se abre una ventana.
- Ay, querido nieto, si hubieras conocido los tiempos de antaño, los añorarías tanto como yo... - y es cierto que yo siempre fui un romántico, me encanta escribir a pluma o a máquina, cartas, con tinta... Pero uno tiene que saber sobreponerse a todo aquello que pueda hacernos la vida un poco más sencilla-. Era distinto.
- ¿ Cómo distinto?
-Pues la vida era más rudimentaria, pero no sabías la de bien que nos la pasabamos, en el campo, y sin tanto problema de tráfico y grandes ciudades que, Jesús, cómo la agobian a una...
- Pero abuela los tiempos evolucionan, tienes que saber adaptarte.
- Y bueno, pero las cochinadas de la inflación cada vez nos afecta más. Antes uno iba al cine con tres pesetas y le sobraba para comprarse un yogur, ahí en frente del Cuyás. Y no costaba todo tanto, oh, no, los libros valían 25 pesetas. Tu abuelo tenía un estante lleno de ellos... -dijo mientras me miraba con una mirada de melancolía perdida en las altas cumbres.
- Pero abuela eso es imposible por los tiempos que corren.
- Es cierto, antes el dinero era distinto... - dijo mi abuela mientras sus profundas arrugas se redimían.
- ¿ Cómo distinto?
- Pues no era un vil metal que fuera rulando de mano en mano como si fuera un insecto despreciable, con todas esas pesetas, comprábamos la felicidad.
Ahí me quedé ligeramente callado, intentando rumiar el concepto de felicidad.
Tras un breve silencio, me dijo :
- Pero y tenías que haber visto las relaciones familiares, hoy en día, con tanta maquinita uno se acaba volviendo loco, tintineos que van y que vienen... Antes no había nada como una máquina de escribir, tchin tchin y las palabras salían solas, esas Underwood si que eran buenas...
- Pero abuela, se traban muchísimo más que los ordenadores, es bastante más complicado escribir, y borrones, y eso...- le expliqué yo, a la vez que me intentaba excusar.
- Ah, tienes razón, es mucha complicación. Sin embargo, tu abuelo desaprobaría tanta máquina. Él se compraba con veinticinco pesetas ( lo que le costaba el Pirata, ya sabes, el transporte para ir de Las Palmas a su casa) un libro todos los días. Y se lo iba leyendo de camino a casa.
- ¡Pero abuela! ¡La distancia es tremenda! ¡ Es imposible que alguien camine eso todos los días!
- Es cierto... Hasta la distancia antes era distinta..

Moraleja : Las abuelas son un pozo inmenso donde se concentran la sabiduría, la locura y el entendimiento. Muchas veces llegan a rozarse entre ellas.

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