No dejes de seguir al conejo blanco

No dejes de seguir al conejo blanco

miércoles, 30 de junio de 2010

El viaje de prima Esther

En ningún momento pareció un plan descabellado, en una cena familiar de esas nocturnas surgió la idea de que la prima Esther fuera a estudiar su segundo de bachillerato a Chicago, por sus altas calificaciones y por huir del oprobio que significaba trabajar en la isla, una cárcel sin paredes pero con un mar de lejanía. Enseguida se empezaron a movilizar para conseguirle los billetes, buscando por mediaciones de agencias de viajes, páginas baratas de internet, y claro, con el descuento de residente el billete salía tirado hasta Madrid, ahora, el de Chicago era más bien salado. La familia entendía la situación económica, era una tesitura que estaba generalmente pendiente de un hilo. Aún así, se vendieron algunas joyas de la abuela Enriqueta, tuvieron que ser extraídas de las oxidadas valijas, ya que habían perdido las llaves de una forma demasiado casual, aunque todos sabían que las Hermanas ( hijas de Enriqueta ) habían hecho lo posible por evitar que se empeñaran. Sin embargo, Juan Riguero, el padre de la prima Esther, había sugerido (e incluso hizo el ademán) utilizar un machete de cobre que había en uno de los desvanes para apuñalar vilmente el cofre, sacarle todo el contenido como si fueran las tripas de un animal y utilizar por fin ese ansiado dinero para pagarle el viaje a la prima.
El pluriempleo entre los varones fue como una especie de epidemia rala, una urgente necesidad para hacerle merecer su futuro, dejar a un lado la casta e intentar apechugar con la economía porque " algún día la niña deslumbraría". Así pues, fue frecuente encontrar en nuestra casa ( la que parecía tomada como un cuartel general ) y concretamente en el pollo y en la mesa de la cocina periódicos a subrayador amarillo, con lápiz o recortados, apelotonados como si tuvieran miedo de no ser utilizados o condenados a la basura de residuos orgánicos. A los dos meses, todos habían conseguido algún trabajillo, pero aún así todos vivíamos con un incesante vaivén y un latido que parecía único, intentando adelantarse al plazo de la matrícula que se abría en agosto, y estábamos en derredor de julio. Crecieron rápidamente tonos irascibles y ojeras oscuras, debido al cansancio y la extenuación, pero ellos seguían por el bien de la niña, la cual estaba terriblemente emocionada con su partida, la apertura hacia un nuevo mundo lleno de aspiraciones, y no como le llamaba ella a la isla " una caja de zapatos mojada".
Para mí fue divertido mirar las operaciones desde el prisma casi nublado de un tórrido verano, quiero decir que de aquella época lo que más recuerdo eran las montañas de libros que se erigían cerca del cuarto de la prima, como si su única misión fuera prepararse más para poder sentirse más orgullosa. A todo eso le siguió una especie de culto que se le erigió, se convirtió en la Mahoma de la casa, como si hubiera que honrarla por algo que podría hacer. Le hacían ofrendas como eran los vestidos para las fiestas que tendría, también le compraban los útiles más caros , y todo eso parecía ser una soga que aumentaba la tensión alrededor del cuello de la familia.
La víspera fue la peor parte, las dos noches antes fueron circunstancias que no parecían reales, que por fin se iba, había llegado justo el dinero para el billete y la matrícula, aunque luego hubo que pagar el dinero a varios acreedores, ya que los gastos como dije iban subiendo como una espuma en borbotón, una especie de aproximación minuciosa hacia el peor de los destinos. Le legaron cartas de felicitaciones, sms, emails, llamadas, recomendaciones para el viaje... A todos pareció acabarle esa extenuación, ahora sí que parecía erigirse en un pedestal modesto y humilde, con un libro en la mano y un ramillete de incienso para espantar a los mosquitos de Chicago, que se rumoreaba que los de la costa Oeste eran como jabalíes, que parecían auténticos agujeros de bala sus picadas.
Las ocho horas antes del vuelo de Las Palmas mi casa parecía una oriunda sacristía, todo lleno de plegarias, de llantos, de alegrías y de alguna luz tenue que difundía el incienso de canela que había encendido la tía Marisa. Todo el tedio durante aquel verano desapareció por arte de magia, como si un meteorito le hubiera caido. La verdad, entre tan susceptible y furibundo ajetreo era difícil no estar haciendo algo, cargando cajas de comida recién llegadas para abastecer al batallón familiar que ahora asediaba nuestra casa, ordenando los libros que la prima apilaba en los exteriores de sus aposentos y colocándolos en la zona del salón por si los necesitase. Necesitaba prepararse para la prueba de inicio de la Universidad, aunque todos, incluido ella, supimos que iba a entrar.
Entre tanto alboroto de aquellas horas previas llegué a pisar su cuarto, con algún pretexto de llevarle comida de una de mis tías, y entonces percibí los libros aglutinados encima de la mesa, todo ese sahumerio radiante que parecía llegar a filtrarse en todo el aire de la habitación, con las persianas bajadas. Parecía realmente una caverna donde ella tenía sus adoraciones, para rogarle al cielo que no le pasara nada.
Fue una comitiva al aeropuerto para llevarla, con varios coches, a los cuales solo le faltaban los cristales tintados para parecer presidenciales. Desempacaron las maletas, y con las féminas llorando que parecían plañideras, a grandes efectos, un gran funeral. Procesión sublime hasta el control policial donde se desabrochó el cinturón para colocarlo en el cajón blanco e ir hacia la puerta B22 con destino a Madrid a las 17:40 de un veintitrés de julio cualquiera, tras entregar el manido billete a la policía del control se sumergió en la burocracia del aeropuerto. Entonces vi desde la luenga barandilla de tela cómo mi prima se iba hundiendo en la marabunta latente de gente que iba pasando, cómo se iba perdiendo en la soledad de sus muros hasta desvanecerse, y cómo enterarse dos meses más tarde que la habían encontrado ahogada en el Michigan a las dos de la mañana, producto de una violación al salir de la biblioteca.

miércoles, 23 de junio de 2010

Odio

Siento aferrarme a ese odio, por esas fino hilo colocado con postura angosta; siento ser tabla de mesa, raya de cocaína esparcida y dispuesta, de una forma u otra en mitad de la insondable noche, del insondable maullar de un gato con demoniacos ojos. Mi espalda sangra, ojalá fuera mi corazón, mi barriga cuelga y mi pena se atormenta.
Entonces abres la ventana, de a dosel, de terciopelo, dejas entrar leve un cendal de bruma oscura, casi plana, escuchas al grillo frotar, a la manzana caer, al bebé llorar. A tu corazón latir, despedazarse mientras lo arañas con la vida que se te escapas.
Compás, tic, tac, tic , tac, te ves apurado, atado de una forma que te acta una sinfonía de Chopin, en una especie de locura que sigue y sigue, noria absurda de connotaciones vacías, como si no dijeras nada. En fin, el ocaso no dice nada mientras te deja reflejar toda esa vastedad absurda, como un bostezo en una conferencia sobre Sartre dada por Kant (o viceversa para otros autores).
Como voy a seguir sin poder explicarlo , como aquello que no tiene sentido es lo que más daño y bien nos hacen, prefiero dejar esto así, como si nadie lo hubiera movido, como la misma raya de coca esparcida por la mesa.

lunes, 21 de junio de 2010

Usa Protector Solar

Señores y señoras usen protector solar. Si pudiera ofrecerles sólo un consejo para el futuro, sería éste: Usen protector solar.


Los científicos han comprobado sus beneficios a largo plazo mientras que los consejos que les voy a dar, no tienen ninguna base fiable y se basan únicamente en mi propia experiencia. He aquí mis consejos:


Disfruta de la fuerza y belleza de tu juventud. No me hagas caso. Nunca entenderás la fuerza y belleza de tu juventud hasta que no se haya marchitado. Pero créeme, dentro de veinte años, cuando en fotos te veas a ti mismo comprenderás, de una forma que no puedes comprender ahora, cuántas posibilidades tenías ante ti y lo guapo que eras en realidad. No estás tan gordo como imaginas. No te preocupes por el futuro. O preocúpate sabiendo que preocuparse es tan efectivo como tratar de resolver una ecuación de álgebra masticando chicle. Lo que sí es cierto es que los problemas que realmente tienen importancia en la vida son aquellos que nunca pasaron por tu mente, de ésos que te sorprenden a las cuatro de la tarde de un martes cualquiera.


Todos los días haz algo a lo que temas. Canta. No juegues con los sentimientos de los demás. No toleres que la gente juegue con los tuyos. Relájate. No pierdas el tiempo sintiendo celos. A veces se gana y a veces se pierde. La competencia es larga y, al final, sólo compites contra ti mismo. Recuerda los elogios que recibas. Olvida los insultos (pero si consigues hacerlo, dime cómo hacerlo). Guarda tus cartas de amor. Tira las cartas del banco. Estírate. No te sientas culpable si no sabes muy bien qué quieres de la vida. Las personas más interesantes que he conocido no sabían qué hacer con su vida cuando tenían veintidós años. Es más, algunas de las personas que conozco tampoco lo sabían a los cuarenta.


Toma mucho calcio. Cuida tus rodillas sentirás la falta que te hacen cuando te fallen. Quizá te cases, quizá no. Quizá tengas hijos, quizá no. Quizá te divorcies a los cuarenta, quizá no. Quizá bailes el vals en tu setenta y cinco aniversario de bodas. Hagas lo que hagas no te enorgullezcas ni te critiques demasiado. Optarás por una cosa u otra, como todos los demás.


Disfruta de tu cuerpo. Aprovéchalo de todas las formas que puedas. No tengas miedo ni te preocupes por lo que piensen los demás porque es el mejor instrumento que jamás tendrás. Baila, aunque tengas que hacerlo en el salón de tu casa. Lee las instrucciones aunque no las sigas. No leas revistas de belleza pues para lo único que sirven es para hacerte sentir feo.


Aprende a entender a tus padres. Será tarde cuando ellos ya no estén. Llévate bien con tus hermanos. Son el mejor vínculo con tu pasado y, probablemente, serán los que te acompañen en el futuro. Entiende que los amigos vienen y se van pero hay un puñado de ellos que debes conservar con mucho cariño. Esfuérzate por no desvincularte de algunos lugares y costumbres porque, cuando pase el tiempo, más los necesitarás. Vive en una ciudad alguna vez pero múdate antes de que te endurezcas. Vive en un pueblo alguna vez pero múdate antes de que te ablandes.


Viaja. Acepta algunas verdades ineludibles: los precios siempre subirán, los políticos siempre mentirán y tú también envejecerás. Y, cuando seas viejo, añorarás los tiempos en que eras joven: los precios eran razonables, los políticos eran honestos y los niños respetaban a los mayores. Respeta a los mayores. No esperes que nadie te mantenga pues tal vez recibas una herencia o, tal vez te cases con alguien rico pero, nunca sabrás cuánto durará. No te hagas demasiadas cosas en el pelo porque cuando tengas cuarenta años parecerá el de alguien de ochenta y cinco.


Sé cauto con los consejos que recibes y ten paciencia con quienes te los dan. Los consejos son una forma de nostalgia. Dar consejos es una forma de sacar el pasado del cubo de la basura, limpiarlo, ocultar las partes feas y reciclarlo dándole más valor del que tiene. Pero hazme caso en lo del protector solar.

domingo, 20 de junio de 2010

Lorenzo I

Sonó una campana de timbre, que indicaba el final de las clases. Lorenzo salió despipotado de clase, sin recoger de buenas formas sus útiles y sus libros. Corrió como un gavilán por los terruños que rodeaban los pocos centros de educación secundaria que había en toda la isla. Se movió por todas las calles, reconociéndolas y viviéndolas, porque se conocía cada baldosa lóbrega y cada feliz arbusto. Era un chico de mesura, tranquilo y de gran vocabulario. Llevaba unas gafas como de concha, medio onduladas y de pasta marrón. Tenía la nariz pequeña, un poco torcida, y la mayoría de las veces, los labios agrietados, muy sensibles.
Nunca fue altanero como los de su clase. Morenuchos todos (era un colegio masculino), fuertotes y arraigados en las artes de conquistar. En cambio, él, de vida sosegada, buscaba otro estilo. Era menudito, un poco escuálido, y, a ojos del Caribe, era un blanco de los que más. Las artes falatorias no fueron su punto fuerte, prefería llegar primero con las palabras y su personalidad. Era por eso, y sólo por eso, que a su bien entrada adolescencia, no había llegado agua que saciara su sed. No se sentía mal, lo aceptaba, aunque una parte de él deseaba que esa verdad fuera menos rancia, y poder mentir un poco más sobre lo que realmente quería.
Fue aquella misma tarde de junio, a punto de acabar las clases de lucero, pensando ya en las tranquilas playas, cuando la conoció.
Él siempre tenía la filosofía de que no había tiempo que perder, que cada segundo que no estás siendo feliz es un segundo que estás perdiendo. Por eso iba siempre volado a todas partes. Comía desaforado, igual que se duchaba. Era consciente, de que tenía suerte de conservar eso que todos tenemos y nadie valoramos: la vida.
Cruzando las esquinas, vendadas por los cruzares de la gente, siempre se obnubilaba al admirar el sol en forma de medallón, y la luna, casi inexistente, en forma de alfanje. Por eso, aquel día, sus pupilas no vieron a una hermosa señorita que llegaba a la cúspide de la esquina en el mismo instante que él. El golpe fue de happening. Al ir corriendo, casi tocan sus cabezas. Los dos cayeron al suelo, como impulsados por una fuerza mágica.
- ¡Lo siento! ¡No sabe cuánto lo siento! – se levantó rápidamente y la ayudó a levantar. Al hacerlo, su cara morena se quedó a escasos centímetros de las gafas de concha, y por consiguiente, de la boca de Lorenzo. Podía sentir su respiración.
La chica tardó en contestar.
- Me imagino. Me has hecho un buen placaje. – decía todo esto con una sonrisa tierna.
- Yo… De verdad... De...Debería mirar por dónde voy.
La chica sonrió. De repente, comenzó a recoger los libros que iba cargando desde antes del choque.
- Oh, déjeme que la ayude, señorita. – y se puso a su lado a organizar los libros en una pila. Todos eran de tapa dura, y verde.
Terminaron la faena, y al levantarse, Lorenzo hizo una reverencia, y dijo:
-Siento todo lo que le he hecho, está usted en su sano derecho de insultarme.
La chica rió. A Lorenzo le pareció que era una risa profunda, pero bella.
- ¿Por qué me tratas de usted? ¿Tan vieja te parezco?
- No quería ser grosero con… tigo – dijo, mientras emanaba rubor de sus mejillas.
Con una sonrisa de mariposa, la chica se enunció en nombre:
-Me llamo Yulia. Voy al colegio de Alcázar de San Juan.
- Ah, bien. Cerca de la esquina Boadil . –dijo Lorenzo, con voz algo alterada.
- Espero verte por allí alguna vez. –dijo ella, y una vez terminó, siguió su camino, tras soltar una mirada resplandeciente.
Lorenzo se quedó embobado, como asimilando pisco a pisco lo que acababa de pasar. Todo parecía florecer de otra manera. Las luces deslumbraban de otra forma, y las hojas caían con elegancia de los durazneros.
Por primera vez desde sus seis años, volvió a su casa pisando flojo, con el vapor de amor dormitando sobre sus cabellos, sus muslos, sus brazos.. su cabeza, que la había tocado… Se sentía rememorado por dentro.
Llegó a su casa, saludó brevemente a sus padres, y se metió en su habitación, sin merendar ni cenar. Las doce horas siguientes estuvieron llenas de achaques febriles por un amor que todavía no era ni conspiración.

sábado, 19 de junio de 2010

Fuente de inspiración

Por todo aquello que en la vida una vez te roza con mesura, con tranquilidad, con la fragilidad de un bostezo, me gustaría brindar por todos esos momentos en los que lees cosas cotidianas y hacen crear en ti armas maravillosas.






En Parral están de fiesta,
cien años cumple San Pablo,
panza de buda,
chile que se me indigesta,
pongamos, Matilde, que hablo
de un tal Neruda.

Cueca, valsecito y son,
brindando con vino tinto,
uvas y viento,
España en el corazón,
dijo el capitán del quinto
regimiento.

Qué puñal contra el olvido,
qué radical en la guerra
del diccionario,
qué confieso que he bebido,
qué residencia en la tierra,
qué extravagario.

Malditos sean los tiranos,
malditas sean las medallas
del desgobierno,
benditos los aurelianos
que perdieron mil batallas
contra el invierno.

Qué boina gris maldoror,
qué querencia, qué almohada
incandescente,
qué veinte poemas de amor,
qué canción desesperada,
qué delincuente.

Isla Negra, capital
del farewell, del te quiero,
de la duda,
del azúcar y la sal,
de las cartas del cartero
de Neruda.

jueves, 17 de junio de 2010

Lovers go home

Ahora que empecé el día
volviendo a tu mirada,
y me encontraste bien
y te encontré más linda.


Ahora que por fin
esta bastante claro
donde estás y donde
estoy.

Se por primera vez
que tendré fuerzas
para construir contigo
una amistad tan piola,
que del vecino
territorio del amor,
ese desesperado,
empezarán a mirarnos
con envidia,
y acabaran organizando
excursiones
para venir a preguntarnos
cómo hicimos.

miércoles, 16 de junio de 2010

The Back Up Plan

Esa mañana Marcelo se levantó desganado, como si unas orugas se hubieran jugado al póker los retazos sanos de su tripa. Sentía adentro como una profunda insistencia a querer cambiar, pero no le hacía caso. Como siempre, se enfundó su impecable traje y después de beberse el café, se dirigió a su trabajo. Se encontró a Jorge enfundado en su traje de oxígeno, con unas ojeras algo descomunales, aunque no le extrañó. Eran las dos y media de la mañana, pero aunque era temprano Jorge había salido de día. Le gustaba mucho pegarse sus marchas de vez en cuando, y andaba siempre metido en todo. Cuando Marcelo se puso el impoluto traje blanco de oxígeno y conectó su escafandra se sintió realmente vacío, obnubilado sin remedio. Recordó entonces el placer de poder andar por ahí afuera, con la oscuridad acechándole, y viendo que cualquier movimiento de la periferia pudiera ser el último que hiciera en su vida.
Les abrieron la compuerta antes de lo habitual, esta vez era una operación más larga. Había que retirar las dos lonas antes de que la tierra comenzara a moverse, y antes de que el enorme monstruo, en uno de sus movimientos, aplastara y despachurrara cualquier forma de vida que intentara llevar a cabo la operación con éxito.
Siempre le fascinó las ondulaciones que tenía el techo, era como una especie de onda deformes que no tenían simetría (aunque tampoco podía saberlo bien ya que estaba oscuro).
Salieron de la apretada rendija llevando consigo el cable del oxígeno. Escalaron una parte de la mullida elevación del terreno y llegaron a la explanada donde dormitaba el monstruo. Justo a punto de tocar la cúpula, las dos masas envueltas en lona blanca. Había que desabrocharlas desde un poco más adelante, desde el inicio del monstruo.
La operación había estado llevándose a cabo de tiempo atrás, y de las 576 noches, habían salido bien 142, pero invictas sólo cuatro.Y en ninguna habían conseguido el objeto de estudio. Se estaba realmente ralentizando la investigación, así que decidieron intentarlo de forma más drástica para poder avanzar.
Se aproximaron a las lonas. Las palparon, vieron que estaban mullidas y llenas de polvo. Incluso una tenía un agujero a lo alto.
Comenzaron a caminar sibilinamente por la superficie, con cuidado de ese vaivén que sacudía el techo paulatinamente.
Uno de ellos colocó los arneses para encaramarse en lo alto, y parecía que casi lo habían logrado. A los treinta minutos, entre cinco habían deslizado la lona un par de montículos. Estaba saliendo bien. No había sacudidas de tierra, ninguno de los participantes de la operación estaba atemorizado. A las dos horas, tan solo la punta de la lona estaba agazapada en lo alto, el resto estaba dispuesto por el piso para arrastaralo.
Pero entonces sucedió.
Empezó a rugir como cuando te azota el viento con furia y miedo , todo el aire se tensó como la cuerda de un arco. Enseguida vieron que las dos masas se movían unilateralmente. Todos los que estaban colgados terminando de quitar el tortaje quedaron lanzados hacia el mullido y frío suelo, y enseguida ocurrió algo como una estampida. Marcelo y Jorge agarraron la lona y con otro más salieron corriendo, exhalando todo el vaho de su excitación por el casco de respiración. Sin demasiada demora, la superficie carnosa que estaba sin lona atizó a Jorge, dejándolo inconsciente.
"Mierda, plan B" dijo Marcelo. Paró para colocar a su amigo encima de la lona para poder arrastrarlo con todo. Mientras el tercero, el único que quedaba vivo del resto del equipo, les ayudaba, se vio atacado por una fibra amarillenta que surgía del agujero de la lona, rajándole un costado. Mientras Marcelo lo vio consumirse en esos pocos minutos, sin poder hacer nada, rescató a Jorge y se dirigió por el pequeño orificio por donde salían todas las mañanas.Por fin habían logrado finalizar la operación, tenían el objeto de estudio. Al verlo regresar, el resto de empleados tuvieron la certeza de que esta vez había culminado todo eso por lo que habían estado luchando.
A los tres dias, falleció de una infección Jorge. Le pusieron mil velorios, a él y a los compañeros muertos. Por fin se alegraron de haber cesado con tanto sufrimiento. Desde entonces, el día dieciséis de abril fue hecho en conmemoración de los que murieron en tan numerosas expediciones que si hicieron en el mundo exterior.
Marcelo casi no pudo soportarlo, Jorge era como el hermano que quiso que nunca supo que tuvo. Tuvieron que darle asistencia psiquiátrica y antidepresivos hasta seis meses antes de morir de insomnio.

Lucas se levantó aquella mañana dándose cuenta de que como algunas mañanas el calcetín no estaba en su pie. Pero esa mañana, sin embargo, en vez de estar desperdigado por la cama, el calcetín no aparecía por ninguna parte. La empleada se pasó media hora de la mañana buscando y no se explicó dónde podría estar el calcetín, y finalmente concluyó que simplemente se había perdido.
Su madre tuvo que recoger de dentro de la sábana una especie de liendres que había en la cama en torno a los pies; los succionó con la aspiradora, y mientras los lanzaba en la bolsa de la basura dijo:
- Joder, Lucas que asco de liendres.
- No te preocupes mamá, siempre suelen tener un Plan B.

martes, 15 de junio de 2010

Otra vez, como siempre

Parece mentira que no nos demos cuenta de que estamos metidos en una espiral insomne, que vamos de un lado hacia otro, parecemos pequeños funambulistas sin red, sin destino fijo. Otro día más, sofocas el despertador mientras te agarras a los retazos de tu sábana, como si fuera la única que te comprendiera en este mundo. Sientes náuseas a la hora de desayunar, no te apetece pensar : es un crimen para tu integridad.
Coges cualquier transporte público con la desgana de siempre, miras a la gente como si no fuera gente, como si fueran muñecos y esperas a tu parada. Al llegar tus pasos van solos, tienes que huir entonces de todo ese redoble de pasos en las aceras malogradas, tienes que ser capaz de volar.
Llegas a las mismas clases, las mismas caras con las mismas obligaciones. Ahora sí es un buen motivo para llenarte el esófago de náuseas. Tras seis horas de embotamiento, la función debe continuar, volviendo a un proceso en retroceso que sientes como un déjà vu en tu sien, y no se te ocurre estar metido dentro de un sueño.
Estudias, sucumbes ante el sopor de la habitación, ante ese perfume que no es perfume, pero que lo parece, a esa soledad que se filtra entre las cortinas y que se mezcla con tu flexo mientras estudias a Descartes. Coges aire, ves que ya son las siete y te cagas en lo cagable del hoy por hoy, cuando vuelves a parpadear da lo mismo. Se han vuelto las nueve. Llegas tras una cena frugal a tu cama, te cierras como un sobre con solapa y cierras los ojos. Entonces piensas:
" Enhorabuena, he fabricado otro día inútilmente vacío" Y lo peor es que al estar leyendo esto lo estás recreando, y sabes como yo que caerás en el error de hacer un día vacío, como un boton sin ojal, como un enamorado sin corazón.

lunes, 14 de junio de 2010

A christmas carol

Estaba desvelado. El ulular de los búhos había destrozado de un plumazo su tranquilidad, y no la había retomado. Cogió su reloj de bolsillo. Eran las tres de la mañana. Sin duda, uno de esos insomnios asquerosos que te dejan sin dormir porque sí. Se levantó de la cama y se calzó sus babuchas de piel, y se dirigió por el suelo de madera sonora hacia la cocina.

Iba a prepararse el ritual vaso de leche caliente, ideales para cuando no se concilia el sueño. Calentó el hornillo con leña, y esperó un par de minutos a que los leños crepitaran de forma escandalosa entre esa soledad. Luego, colocó con finura una de las teteras ornamentadas que tenía en la alacena. Cogió la leche, y tras ponerla en la tetera, se apoyó en una mesa de al lado del hornillo. Las sienes estaban palpitantes, se sentía inquieto. Había pasado la eterna juventud, y nunca supo esperar sus años de gloria. Los esperaba, de forma necesaria y merecida, pero no llegaron. Suspiró. De repente, le dio por mirar a la ventana. La nieve se sacudía de las nubes, como si se estuvieran desperezando, en una batida profunda. Se arremolinaba, y se veía el profundo frío traspasar por las ventanas. Se estremeció de una forma casi ridícula, y se alegró de estar dentro. Fuera, todo parecía salvaje, y a la vez sin vida. Un paraje oscuro, pero de manto blanco. Siempre le había fascinado la nieve, y la lluvia también. Habría querido definirlos como misterios mágicos que sacuden la tierra, que sólo sucede cuando realmente pasa algo importante.

El continuo sonido de las llamas consumiendo la madera era el único ser vivo que parecía poblar la habitación. Charles se sentía inapetente. Veía el fulgor de las burbujas de la leche, mientras ese humillo cálido subía hasta el techo. Cuando volvió a mirar por la ventana, se sobrecogió de un susto. Había alguien al otro lado. Detrás de los cristales sucios, se podía distinguir un joven con gorra, que estaba mirándole a él. Charles se quedó inmóvil. Un minuto más tarde, el niño hizo como si él no existiera, y en el propio reflejo se sentó en un taburete. El mismo taburete que tenía en la esquina de la cocina, esa que se reflejaba donde estaba el pequeño intruso sentado. “ No puede ser”, se dijo, y al darse la vuelta esperó encontrar al niño. Cuán fue su paz al encontrarse el impávido taburete sin ningún extraño con sus posaderas agavilladas en él. Suspiró intranquilo. Al volverse a la ventana, encontró, cómo no, su reflejo de cuarentón reflexivo. “ Ahora todo está en su sitio” dijo satisfecho.

En un par de minutos, sacó la leche del fuego y se sirvió un vaso espumoso. Apagó con una manta el fuego, y cuando se dirigía hacia su cuarto, echó un último vistazo a la ventana. De la sorpesa, se le cayó la jarra de cristal y se desparramó toda la rotura por el suelo de madera ajada. En la ventana estaba él , con cuarenta años más. Tenía las mismas facciones, pero muy envejecidas y más tristes. Cuando él se palpó la cara, la figura del reflejo lo hacía con idéntica simetría. Sintió miedo. Al girarse, vio una gran figura negra, flaca y encapuchada. Estaba erguida delante de él. Charles sabía que era la muerte.

De repente, despertó. Había tenido una pesadilla que mostraba, sin saberlo, su pasado, su presente y su futuro de forma fugaz. Sin perder tiempo, Dickens se levantó de la cama rápidamente para que no se desvanecieran sus ideas del sueño, y escribió así el cuento que hoy da la vuelta al mundo. Christmas Carol, por Charles Dickens

Apertura

Sigue el incesante traqueteo sordo. Me mira. Yo le miro. Me vuelve a mirar con su desdén azabache y con su cara fría de aguja. Se ríe. Me da vueltas. Parpadea a cada segundo, cuando yo cierro los ojos descubro que se ha movido. Se desplaza durante las horas, en un mismo recorrido me persigue amenazante. Tiene el temor de que todo es infinito, menos la propia existencia. Siempre antes de seguir, se lo piensa. Medita sobre lo que esta haciendo. Símplemente actúa por el propio instinto de seguir rodeando a su objetivo antes de que consiga devorarme. ¨Cuestión de minutos¨, parece decir pícaro y sereno. Se está riendo de mí. Lleva horas haciéndolo. Es quien me tortura todos los amargos momentos de mi existencia, es un ánima funambulista que parece llegar a todos lados. A las paredes, a las ya pobladas estanterías. Él es el dueño de mis actos. Tendría que serle sumiso, debería amarlo, ya que es él el que me permite desarrollar mi felicidad sin que cada acción sea inútil. Cada momento, a él se le antoja, puede ser para mí un intento fraguado en una cruel determinación. Puede acabar siendo una vida en vacío. O si no, él podría congelar toda esa colmena de fresas en un movimiento tierno, y dejarme disfrutar del néctar de un beso insípido durante al menos dos días. Pero es cruel. Arrebata, araña la impaciencia de una forma sin duda desmesurada. Cuánto me gustaría ver su muerte. Cuando el hálito se le frene, no le quede más remedio que quedarse ahí parado, mirándome como un fularón brillante que acaba de perder a su amada. Entonces yo estaré ahí para pisotear los piscos de eso poco que queda, haré que se arrepienta por todas las muertes que ha causado.

Ah, por fin. Se acerca con un aleteo una grulla de la muerte. Es el momento de regocijarme. Respira lento, sus exhalos hacen palpitar al compás la habitación. En un último movimiento taciturno, se para. Veo su misma cara blanca con manchas negras desfigurada, con horror, paralizada como de último susto. Me siento bien. Feliz de no sentirme por unos segundos ligado. Por unos segundos, hasta que Marcela dice

- Teo, hay que cambiarle las pilas al reloj.