No dejes de seguir al conejo blanco

No dejes de seguir al conejo blanco

jueves, 30 de diciembre de 2010

El hombre al que le costaban los comienzos.

"Probablemente esta sea la última entrada del año. Es hora de pasar página, de volcar las virtudes veniales hacia uno mismo, de rechazarme a mí mismo para intentar saber cómo aceptarme. Ha sido un año triste, en general, pero como todos los años hay ese resabio de " lo hemos pasado mal", es una condición a la que uno está acostumbrado si sabe lo que es vivir. He ganado, he perdido, he llorado y he reido. Pero al fin, me he entendido, y al fin, me he completado. Creo incluso que me han completado. Lo malo del paso del tiempo es que quedan a lot of memories to regret about, pero eso implica ser valiente y saber seguir adelante. En seis días se me establecerán normas, me veré con ataduras impuestas, tendré que comenzar a ser de otra manera. Es lo que toca porque toca y no hay backstage. Pero además yo soy ese hombre que desearía volar, volar hacia tierras andinas en las que hace un año devoraba con ansiedad sopaipillas, mientras deseaba que aquella sensación de libertad no se acabara nunca." N. del Autor



Faltaba un día para que se acabara el año funesto. Él había sido un depredador tácito, parecía que por cada calle que había recorrido se había llevado un balde de soledad. Vivió en su modesto pisito madrileño hasta que se vio en pos de tomar una decisión, un rumbo. Ni por asomo se le hubiera ocurrido pensar que la necesidad impuesta le arrojaría a esos extremos, que se vería colgado de un abismo, sintiendo la brisa entre sus dedos largos de depredador tácito, mientras los cóndores le miran mientras cae estando quieto en la pared.
Así pues, tomó esa inconstancia, la agarró del brazo y salió con un suspiro. Tuvo entonces la certeza de que no podía pasar ni un año más, de que tenía que hacerlo ya.
Enseguida se despidió de su cutre trabajo de oficinista, le lanzó al jefe un tintero para embadurnarle la camisa de esa viscosidad. Los compañeros de trabajo no habían trabado relación con él, así que salió por la puerta con viento fresco. No tenía familia, era un hombre de esos que se hacen a si mismo. Además pudo desperezarse de todo eso, pudo huir de todas esas luces inconexas, de ese Madrid puntual y exacto, de ese asfalto tan cuadrado que apabulle a la perfección.
Martín Franco necesitó salir de aquella burbuja de aire. Se tomó el primer avión que pudo comprar con toda la plata que había ahorrado (él como chileno le llamaba plata, costumbres de la lengua española tan variante) y se compró un billete para Santiago que salía en dos horas. Por tanto, se vio muy afectado al pensar que tenía que recoger su vida de esa forma tan fugaz. Pero sin embargo, no le acabó importando tanto. Cogió las maletas con sus cuatro cachivaches, y calculando con el reloj, había estimado que llegaría como a la una de la tarde del día treinta y uno. Y bastante bien lo había pensado, sobre qué hacer en ese nuevo comienzo, tan repentino, tan de él, y acabó decidiendo que lo mejor sería empezar el año donde quería acabar su vida.
Estuvo como inquieto en el avión, además no entendía la incapacidad de las personas para frustrarse con los retrasos, le parecía más una costumbre. Las horas se le desganaron lentamente, durante el vuelo solo podía pensar que era maravilloso volver a su tierra natal, que desde el Golpe no había vuelto, se dedicó a ser un español más, un equilibrista del tedio en busca de un trabajo cualquiera. Solo para ganarse la vida, pero más bien para ganarse la dignidad social (la vida, la gente no lo sabe, es realmente triste e inefable que no lo sepan, se gana de otra manera).
No se le ocurrió avisar a nadie, al fin y al cabo, a quién iba a avisar, a esas pololas que el tiempo ya había cubierto de polvo, y total para qué, si estaba más apurado que el carajo para morirse.
Nada más llegar, lo primero que hizo fue besar tierra. No sabía muy bien por qué, pero durante unos cinco minutos tuvo una jauría de curiosos haciéndole escolta, provocando una algazara alrededor de los mostradores donde se recogen las maletas. Ni le dio importancia, imbéciles, pensó. Estaba tan ensimismado que le importó nimiedades lo que dijeran de él. Compró algunos víveres, pensó en comprar cotillón como matasuegras pero no le hacía falta. Salió en una guagua rumbo a los andes, se recorrió los senderos del camino, estuvo indagando en su niñez en el tiempo que duró el viaje. Enseguida cambió su atuendo, no quería que le vieran llegar como un inaceptado, un irreverente señor europeo, destacando en un mundo que seguía llevando cierta indiferencia ante lo que fue una tierra patria común. Calzaba unas botas de caminar, las que le facilitarían el ascenso, unos pantalones cómodos, camiseta de cuello de tejido fino, pero así mismo llevaba una chaqueta. Cuando empezó a ascender solo faltaban tres horas para partir el año. Se imaginó esas casas en las que estaban latentes las familias a punto de atiborrarse de comida y de pasarlo en grande, se vio entonces como un muñeco solo en mitad de la inmensidad de su tierra, sin mujer, sin hijos, sin pasado y sin legado. Pero no sin patria. Entonces siguió, pero vio por su reloj digital que se le agotaba el tiempo, y no pudo llegar hasta el ascenso que él hubiera esperado. Tuvo que pararse en una lomita, descargarse la mochila y buscar el lugar adecuado para partir el año. Vio que en uno de los desniveles podía acceder hasta un acantilado escarpado, donde tenía espacio suficiente de anchura como para él y la mochila.
Entonces se vio en esa inmensa vastedad de montañas, el cielo muy límpido y las ganas maravillosas de anclarse ahí para siempre. Faltaba un minuto
Entonces se vio en el sueño que tuvo, como verdadero animal, como depredador tácito que acechaba a los carroñeros, mientras los cóndores esperaban su caída al borde del precipicio. Pensó en el cumplimiento de ese sueño, de la necesidad de que todo se cumpliera, sin dejar pasar un año más. Saltaría para fundirse con el propio comienzo de su muerte, se alejaría de toda convención social y toda atadura. Pero primero, tenía que comerse las uvas, contar los tintineos de su reloj digital y comérselas una a una, como manda la tradición para tener un año de buena suerte.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Préambulo de las cosas que adoras

Luego ya se iban y ahi quedabamos los dos y nuestras anatomias en tu piso, con miles de planes por delante...

domingo, 26 de diciembre de 2010

Expedicionario sin tregua

Y no sé cómo llegué a esa selva espesa, cómo de forma insondable me perdí sólo. Mis amigos me dijeron que no lo hiciera, que la cosa me venía grande, que era muy costoso, no estaba mi cabeza a la altura de mi arrojo, no podría hacer nada, tras la expedición de mí no quedaría nada. Quedarían puñados de tierra manchando mis cuadernos, bañados con mi sangre el intento de escalar cumbres más altas.
Es cierto, era cierto, la época me condicionó, era como estar metido en un frasco de formol y estar agitado. Siempre fui a dármelas de romántico, de escribir a máquina, pero el sedentarismo me había atado y todo lo que leía eran hojas viejas, no tenía la capacidad de embarcarme hacia tal envergadura. Salía sudando de cada encuentro, y cuando estuve dentro no hubo vuelta atrás, estaba metido allí y aquí en medio de la espesura, de los árboles que me dejaban obnubilado, con la boca abierta me dejó la selva. Apenitas traté yo de sacar mi machete, de colocarme como pude, me remangué la camisa e intenté hacerle frente. Pero siempre que hendía las manos en aquella bestia, me miraba con un solo ojo, ese color azul opiáceo que me decía desde su media cara " Ya te la hice", y en un sobresalto me daba cuenta de que otra vez me estaba engañando, y me quedaba sorprendido con las manos sueltas, llenas de tierra, donde acabarían despedazándose las manos mientras escribía y manchaba los cuadernos de la tierra y la sangre de la cacería. Y cuando creía averiguar su modus vivendi, cuando a mis ojeras se les paliaba el pálpito por creer haberlo descubierto, volvía a llorar sobre las hojas secas, me di cuenta de que no me había metido en otra selva, sino en otra Tierra, tierra sin mayúscula, una Tierra más ingente, donde cada hoja es nimia, y yo soy una hormiga intentando cazar la inmensidad. De toda esa horripilante historia, sabía aún así que había perdido, y de toda esa manía persecutoria solo quedaba un eco lejano de radio que en 1984 anunciaba horrores. No fuimos abducidos por la política intransigente de los grandes organismos demagógicos, no, papá había muerto, el padre de toda la madreselva, el joven anciano que estaba inherente en su propio tiempo, en 1984 un golpe fatídico de su enfermedad bastó para devorar a aquel recopilador de bestias, creador de modelos para armar y de juegos de niños.
Siempre, tras encontrar (más o menos) el portal para volver a mi propia cotidianeidad que combatía con la suya, sigo leyendo reseñas del mundo, de lo que fue, de los homenajes etéreos de tanto premio Nobel que le agradecían la existencia, sus vivencias, sus estancias... Fue un hombre estanciado en algo que no se describió jamás, fue en sí mismo un cronopio excepcional, espacial, revivió las creencias de que nada estaba escrito, y pudo renacer de una generación inadecuada, haciendo vivir a otra de forma entera. Borges nació con los gauchos de siete idiomas y textos en hebreos, fueron referente, fueron arcilla para el Dios de la literatura. El hombre en cuestión fue rey de la cotidianeidad, fue el que esparció el trigo por los montes altos para que se fueran fulgurando los campos mientras crecían con albedrío. Fue el eco de una religión, el fondo delicioso de un vino francés. Fue el padre y la madre de lo existente, fue un completo e inefable caballero.
Aún a día de hoy conservo el recuerdo vivo en mi imagen, de aquel monstruo infecto que encontré a punto de devorarme. Tras la luz de aquella penumbra, entre las ramas altas de la selva pletórica, el desmesurado bicho me miraba con sus ojos cyanúricos, y con su media cara, me enseñaba orgulloso cómo se podía leer " Cuentos Completos I". Algunas veces todavía tengo pesadillas, tan solo acordarme de cómo me miraba... A uno le entra el pánico y no sabe bajo qué piedra esconderse.

jueves, 23 de diciembre de 2010

La calle de las bombas

Se apuró con un resabio los buchitos de leche que le quedaron en el tazón de porcelana, y oyó ese estruendo al tragar que sonó como un estallido decrépito. Luego se relamió los labios con ese líquido color dorado, y con una servilleta de tela se limpió y seguidamente se preparó para colocar su cartera y sus útiles para salir a la escuela pública. Entre toda aquella maraña, él tenía once años y unos ojos pardos espesos y jocosos, una mirada risueña y algunos cabellos altivos, pero solo por la mañana.
Se puso su limpio uniforme azul que le daba el nombre al colegio, preparó el compás, que ese día tenía geometría; le tocaba deformar a menester polígonos, figuras absurdas y otro tipo de cosas para que en el día de mañana fuera un hombre de provecho... Le dio un saludo a sus padres, y con una sonrisa tierna, de esas que acarician el alma, le dijeron :
- Ten cuidado allá afuera, que hoy hay problemas con los servicios públicos. Si no puedes agarrar el transporte, papá te lleva al colegio en el coche. - dijo la madre con parsimonia.
Él se reorganizó la corbata, le quitó el albedrío a las arrugas de su camisa y se puso los zapatos. Mientras tanto, pensó en Silvia, niña de rizos de oro que se sentaba a unos pocos pupitres de él, que tenía una mirada que hacía arder en llamas la madera de los bosques noruegos, pero también tenía esa timidez que era casi una barrera infranqueable que solo podía saltar con una pértiga embadurnada en coraje caducado. Aún así, a él le encantaba imaginarse asiendo su mano, como si fuera una extremidad más de su cuerpo, y por vicio, sentir como si fueran gusanitos rosas esparcidos por su palma, cómo la suave caricia del vaivén de los dedos le hace pensar que está enamorado.
Cogió algún tomo para el ómnibus, estaba leyéndose Escuela de Robinsones, de Jules Verne, así que lo empacó en su cartera de cuero roído, mientras hizo un plaf que le desagradó muchísimo. Como todavía era temprano para ir al colegio, se puso un rato la radio en su cuarto. Empezó a jugar con las rueditas magnéticas que hacían crispar el ambiente como si fuera de platina, e intentó sintonizar algo de música folk. Se encontró conque estaban poniendo a Silvio Rodríguez, y lo dejó ahí, arpegiando.
Se sentó pesadamente en uno de los sillones del living, viendo pasar a sus padres en bata, un poco cansados y sorbiendo el café- acelerante como si les fuera la vida en ello.
Entonces oyó que, como cada mañana, había disturbios. No hacía falta tener sintonizada la BBC para saber que los problemas se extinguían más allá de las fronteras, ni que todos los llantos tienen distinto pH según del país del que vengan.
Se le hizo un crujido en las piernas al estirarse, y pensó que tras el arrullo del sonido de la radio ya había tenido suficiente.
Así que fue bajando los escalones paulatinamente y con mesura, mientras el aire se filtraba con el hedor espeso de todas las mañanas a medida que iba descendiendo. Emergía un aire caliente como un carbón de barbacoa, y un aire de desesperación que prometía estar igual que todos los días.
Abrió la puerta con crudeza, y emergió un aire hacia adentro del bloque, y la cerró dando un golpetazo.
El paisaje era igual de desolador que todas las mañanas, las ramas de los árboles se erguían como si fueran cadáveres, y los cadáveres muertos en la acera se erguían como ramas de árboles mustios en lo alto.
Se oían la sirena de los refugios anti aéreos, se oía a niños sollozar como si fuera un canto ritual, se oía a sus madres abrazarlos con tanto ímpetu que les desgranaban el sonido del pelo alborotándose con el hedor.
Se limitó a coger una flor amarilla que había crecido entre el pavimento oscuro y manchado en tinta roja, de esas historias que se escriben con armas. Mientras esperaba en la parada, vio cómo la gente huía, perseguidos por MK's y por pistolas, siendo coaccionados hasta que decían lo que no querían decir.
El ómnibus tardó ocho minutos, y estuvo mirando a un hombre que se desangraba en la acera de enfrente hasta que vio a Silvia sentada al final del vehículo, y entonces ordenó en su cara una sonrisa y se dedicaba a contarle las cosas que pensaba hacer de mayor, o simplemente cosas banales como el tiempo o lo parecido que era el día de hoy a los cuatro meses anteriores.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

A expensas del flamboyán


Cuando la tarde suspira, a nadie parece sentarle bien una lágrima, enjugarla con la esponja y entonces responderla con brevedad, como si fuera un abrazo patidifuso, envuelto en niebla.
Lo más triste es pensar que se caen las hojas, que da igual lo plural que se sienta uno porque se acaban desvaneciendo con cualquier corriente de aire o con alguna espontaneidad, lo más triste es pensar que venimos y vamos de y hacia alguna época. Es cansado pensar que vivimos sin un destino, que somos esclavos de la expectativa pero que no tenemos rumbo.
Es triste pensar que la Biblia tiene razón al decir que los Hombres somos de arcilla.

Con favor de viento, con viento a favor.

A Ernest Hemingway

Ocurrió esta historia dada a un marinero en un puerto de New Orleans, cerca de esas casas donde Keneddy Toole se quitó la vida por no haber publicado su primera, póstuma y única novela, "La conjura de los necios".
Aquel día hacía un sol espléndido, y el marinero decidió echarse a la Mar con todo su buen talante. Arrió las velas tras recoger los arpones y desenmarañar las redes, y en seguida y gracias al viento de tierra, partió surcando el agua.
Llevaba toda la vida fascinado por la Mar. Por su color, su tesitura, su razón de ser... Lo que pasa es que él no lo sabía. Creían los antiguos egipcios que el ámbar es lo que sale de la superficie de la Mar cuando le da el sol. Para aquel marino no hizo falta más oro bruñido que el verse rodeado, aislado, exiliado, entre litros y litros de agua. Era un náufrago orgulloso de su Patria Nueva, sin embargo había tantas cosas en tierra que lo amaban, su hijo pequeño, su mujer... A su fibra moral no le afectaba, sin embargo, el hecho de crecer desmesuradamente, el hecho de irse haciendo más y más viejo y de que las arrugas estaban cada vez estaban más hendidas en la piel salitrada. El espíritu lo tenía como el de un niño enfermizo, un niño bucólico pero enamorado.

En aquel día tan esplendoroso, una gaviota con el pico pardo se le aproximó, diciéndole :
- ¡Ah del barco, capitán! !Veo sus ánimos decaídos, acabo de venir de las Antillas y no conocí a marineros más felices! ¡Debería usted alegrarse el día, capitán! Tantas cosas bellas bajo y sobre el agua.. Como para no disfrutarlas, creame.
El capitán tenía la boina un poco ladeada, y estaba mascando con indecisión tabaco puro, mientras miraba a los celajes, el vaivén de las olas, apagarse unas a otras. Ni siquiera parecía prestarle atención a la gaviota, pero finalmente decidió hablarle, por estar cansado del hastío de haberle susurrado tantas promesas al mar.
- No puedo reunirme con mi verdadero amor. Es algo que no entienden ni siquiera las gaviotas. Estoy condenado, estoy atado a regresar a puerto con el pescado, con las cacharras y los aparejos, estoy condenado a vestirme de luto para ir a un entierro. Soy triste siendo preso en tierra, aunque cuando surco la Mar realmente sea un esclavo de su cadencia. Pero a eso no se le llama esclavitud, a eso se le llama entrega.
La gaviota se quedó pensando a una sola pata. Era un hombre muy singular, de aspecto pacífico, pero que no lograba comprender como persona.
- Si por qué no lo amas, lánzate a él, deja que tus ojos se irradien de locura.
- Qué dirá la sociedad... Seré un pobre loco, un anacoreta que eligió una vida que no debía de haber tenido.
- Y sin embargo, fue la que quiso, la que él eligió.
El marinero se quedó pensando. Estaba solo con la gaviota en la cubierta de parqué, y los sonidos de zozobra del barco producían tintineos oscuros en los cabos y en la zona del foque. Hacía ya varias millas que debería haber cambiado el rumbo; se estaba saliendo de la zona de pesca cercana a New Orleans.
- Pero debo regresar al puerto de Gobe, es el lugar al que debo pertenecer, tengo una etiqueta, soy un individuo, un marinero que debe cumplir.
- Renuncias a soñar, te das cuenta, ¿no?
- Pero así no debo ser... ¿qué hago con todo eso que estaba antes que el Mar, qué hago con eso que me fue dado en sociedad?
- Debes saber que el Mar estaba antes que tú, que la sociedad y que tu mujer. Creó todas las cosas que únicamente necesitas. Y lo único es que no necesitabas estar con el mar porque no lo conocías, pero él es tu todo. Y nada te hace más feliz.
- ¿ Cómo lo sabes? - dijo el marinero incrédulo.
- Conozco a la bella dama, de dedos finos y cabellos negros y hermosos que creó el mar. Se llama Tacilana Maro, y ella es la razón de que el mar fuera creado, para atraerte explícitamente, hombre de corazón grande pero débil.
-¿ Ella me está esperando?- dijo el Capitán.
- Lleva esperándote desde hace tiempo, esperaba a que te dieras cuenta por ti mismo - le respondió la gaviota.
El Capitán tenía un lío en la cabeza. Todas las decisiones, las que son para ahora y las que son para después, las que repercuten drásticamente y las que no. De entre todas ellas, solo escogió la que le alimentaba el alma, la que le daba une façon d'être...
- Quiero huir por encima de todas las cosas, de aquello que me viene dado por naturaleza, quiero reunirme con el verdadero placer de vivir. Quiero reunirme con Ella.
Y diciendo esto, el marino se quedó sentado mientras surcaba con rumbo fijo, hasta que fue ahondando en el mar cada vez más y más, y por fin, gracias a la falta de pretensiones, fue feliz para siempre...

Proverbio chino

lunes, 20 de diciembre de 2010

Bajo sospecha por no ser ciego

- El caso se cerró por falta de invidencias

domingo, 19 de diciembre de 2010

Faros

La función es bien ridícula, pero es tan compleja que nos es necesaria en todos los momentos, sobre todo en la honda negrura de la noche.
Muchos viajeros se han perdido en mitad de la noche, sobre todo barcos grandes, de esos que huelen a brea y a pescado ensangrentado, y necesitan mirar por encima de las olas para levantarse el hastío del aura, y entonces creen ver un hálito de luz girando fijo sobre la superficie del agua. El trozo de iluminación recorre diáfano la superficie ponzoñosa del mar, siempre tan intranquilo. Es como una cuerda para tirar de los cargueros, una necesidad para poder llegar a tierra. Entonces es cuando se encuentran a sí mismos, finding the way back home, y verán lo que vieron al partir, las sirenas del puerto, el rompeolas maldito, regresarán a casa gracias a esa enorme pieza que tanta luz emanaba.
Les dio una dirección.
Les dio vida.
Les dio amor.
A día de hoy, un marinero está torpemente perdido bajo una higuera, esperando encontrar su propio faro...

El científico inexistente

"...pero lo único que no puedo hacer con todo esto, es demostrarlo!"

sábado, 18 de diciembre de 2010

El pasado y otros fantasmas

Debo desprenderme de esa capa de pasado que me atormenta, que es capaz de taponar mis días mustios y perseguirme. El pasado sabe todos los recuerdos que le debo, espera poder cobrármelos algún día enjuto en su traje de paño y alpaca, como si de una deuda vulgar cualquiera se tratara. Sin embargo, él es dócil, no, realmente el pasado no es como lo pintan. Es un grupo de ronroneos de persona, un tratado empapado en leche que nos recuerda los actos derramados, no es más que un vulgar señor que hace lo que puede, su trabajo, y con eso apechuga.
El culpable indiscutible de los llantos al ver fotos antiguas, es como el brindis de haber robado toda la esperanza en un momento álgido, es como ese hombre triste que acaparó la nostalgia en su tumba personal.
Pero es nuestro futuro roto, lo que fuimos en espera de lo que seremos, lo que nos enseñó. Es tan parte de nosotros que a veces nos llegan escalofríos de cómo es capaz de acordarse de nosotros. Pero aún así no estamos a salvo, nuestros actos caen una y otra vez como gotas en la lluvia, un golpeteo incesante contra los cristales del coche, estamos condenados al fracaso. Ni siquiera podremos salvarnos de un desamor, de una traición, de un sentimiento indoloro de pura ignorancia.
De la tumba. De eso es de lo único que estamos a salvo en el pasado.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El hombre arbusto

Cierto es que, a medida que el sol se yergue por el horizonte, las ramas se van secando y desprendiendo del rocío, por las hendiduras de materia muerta van desapareciendo los copos de una noche fría y las hojas se abren en abanico esperando que cante la mañana. Entonces, me levanto, estiro mis oriundas manos de madera y acaricio el aire. Hace un día muy bonito, pero sigo enterrado aquí, en mitad del bosque silencioso y en tierra fresca me voy hundiendo. Hay sombras entre los vetustos ramajes, pero yo estoy tranquilo, no hay motivos para no estarlo. Mi personalidad se levanta como las nubes con viento, miro al bosque y solo veo nidos rotos, no hay un alma en metros a la redonda. Un pájaro me picotea la base del tronco; al principio me hace cosquillas pero luego me hace un daño infernal, tengo que sacudirle levemente con uno de mis tallos para que salga volando hacia otro lado. No sabe mi alma qué pensar, mi alma está vacía y hueca como una flauta de madera, pero a la vez está lleno de inquietudes que no saben detrás de qué piedra esconderse. Muchas veces pensé en que algún día hendirían en mi sangre blanca el hacha afilado, o que de un golpetazo de ventisca saliera monte abajo, teniendo mis raíces como un pelo mustio y engangrenado. Pero es gracias a esa necesidad de no saberse morir, de esperar al filo de las líneas de lo imperceptible a lo que me mantengo lozano, sabiendo que las hojas se caen en otoño, y el río se oscurece con lluvia. Lo que más me produce extenuación son todas esas ramas, duras, gordas o blandas, flacas, de ellas cuelgan el preciado fruto de lo que más amo, es en ti mujer donde encuentro todo ese fruto que hace peso en mis largas extremidades, la verdad de querer ser arbusto por la razón de vivir, de poder acercarme a los labios de ti, mujer, y poder besar esos labios que parecen un higo recién abierto...

martes, 14 de diciembre de 2010

"Un hombrononón"

En apariencia, todos los hombres estamos tranquilos y serenos. En apariencia todos somos dioses, parecemos témpanos de hielo con ojos en relámpago y nariz que huele a barbitúrico. Parecemos efigies hechas de porcelana, inamovibles como el viento del desierto, cambiantes como las propias dunas que son movidas. Somos todo huesos, todo carne, todo aire, y estamos vivos mientras vamos muriendo. Pero seguimos siendo hombres. Y ahí está el problema, tener que llevar a cada lugar de las calles nuestro compromiso, el seguir teniendo barba, el seguir llegando tarde, el seguir defraudando a las mujeres mientras esperamos un hálito profundo en esos ojos de gatas persas amansadas, acostumbradas a tener que vivir con la imperfección en el otro lado de la cama. Mientras tanto, nosotros tenemos que mantener el tipo, seguir viviendo al otro lado del espejo mientras vemos cómo nos atacan los años, la calvicie, las ganas de hacerlo aquí y allí con esta y con la otra, tendremos que luchar feroces contra una próstata sin retorno, con un crujir de rodillas constante. Seremos toda esa serie de desgracias dentro de una misma piel, aspirando a ser sinceros, añorando ser más simples, pero en muchos casos, deseando estar muertos...

viernes, 10 de diciembre de 2010

Holy Night

Magnificamos el acto de estar junto a las personas que más queremos para darle mayor sentido a esta época del año. No hace falta el nacimiento de un salvador para relacionarnos entre familiares y amigos, compartir un polvorón y, quién sabe, una mirada indiscreta bajo el muérdago. Pero el caso es que hoy me siento navideño. No es esa especie de espíritu que se nos agazapa en el interior y nos dice que somos niños crecidos, que no caben en sus calcetines rotos, que ya han parado de llorar porque no queda más motivos por los que hacerlo.
Compartir es algo tan grande que pocas personas se hacen idea de lo que supone para algunos, pero lo cierto es que esto parece más un recordatorio para mí mismo sobre cómo recordar a la gente que más amo, y cómo debería repartir ese amor en la época más feliz del año. Pero también es la que mayor índice de suicidios tiene, nada tiene un blanco sin su negro.
Pero quedarán blocs en blanco esperando ser envueltos en tinta, y quiero que quienes escriban en ellos conmigo sean personas como las que un día me dieron y enseñaron tanto, personas que me han dejado marcado para toda la vida. Desgraciadamente, no puedo poner nombres, me olvidaría de alguien y no quiero ser grosero...
El caso es que solo quiero profesar dos palabras que salgan de mi boca un poco antes de tiempo para demostrarme a mí mismo que los años son parejos en el calendario. Pero por toda esa gente a la que me gustaría demostrarles mi afecto y, por motivos circunstanciales o espaciales no puedo, debo decirles que les sigo amando desde el primer día que nos vimos, en este mundo mágico que nos empeñamos en llamar " Realidad".
A ti que lo lees, te quiero. No, qué coño, te AMO con todo lo que puedo ser.

Feliz navidad

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Enseñanzas de Buda

" Todo lo que haces de bueno, en ti queda. Todo lo que haces de malo, en ti queda." Siddhartha Gotama