No dejes de seguir al conejo blanco

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domingo, 26 de diciembre de 2010

Expedicionario sin tregua

Y no sé cómo llegué a esa selva espesa, cómo de forma insondable me perdí sólo. Mis amigos me dijeron que no lo hiciera, que la cosa me venía grande, que era muy costoso, no estaba mi cabeza a la altura de mi arrojo, no podría hacer nada, tras la expedición de mí no quedaría nada. Quedarían puñados de tierra manchando mis cuadernos, bañados con mi sangre el intento de escalar cumbres más altas.
Es cierto, era cierto, la época me condicionó, era como estar metido en un frasco de formol y estar agitado. Siempre fui a dármelas de romántico, de escribir a máquina, pero el sedentarismo me había atado y todo lo que leía eran hojas viejas, no tenía la capacidad de embarcarme hacia tal envergadura. Salía sudando de cada encuentro, y cuando estuve dentro no hubo vuelta atrás, estaba metido allí y aquí en medio de la espesura, de los árboles que me dejaban obnubilado, con la boca abierta me dejó la selva. Apenitas traté yo de sacar mi machete, de colocarme como pude, me remangué la camisa e intenté hacerle frente. Pero siempre que hendía las manos en aquella bestia, me miraba con un solo ojo, ese color azul opiáceo que me decía desde su media cara " Ya te la hice", y en un sobresalto me daba cuenta de que otra vez me estaba engañando, y me quedaba sorprendido con las manos sueltas, llenas de tierra, donde acabarían despedazándose las manos mientras escribía y manchaba los cuadernos de la tierra y la sangre de la cacería. Y cuando creía averiguar su modus vivendi, cuando a mis ojeras se les paliaba el pálpito por creer haberlo descubierto, volvía a llorar sobre las hojas secas, me di cuenta de que no me había metido en otra selva, sino en otra Tierra, tierra sin mayúscula, una Tierra más ingente, donde cada hoja es nimia, y yo soy una hormiga intentando cazar la inmensidad. De toda esa horripilante historia, sabía aún así que había perdido, y de toda esa manía persecutoria solo quedaba un eco lejano de radio que en 1984 anunciaba horrores. No fuimos abducidos por la política intransigente de los grandes organismos demagógicos, no, papá había muerto, el padre de toda la madreselva, el joven anciano que estaba inherente en su propio tiempo, en 1984 un golpe fatídico de su enfermedad bastó para devorar a aquel recopilador de bestias, creador de modelos para armar y de juegos de niños.
Siempre, tras encontrar (más o menos) el portal para volver a mi propia cotidianeidad que combatía con la suya, sigo leyendo reseñas del mundo, de lo que fue, de los homenajes etéreos de tanto premio Nobel que le agradecían la existencia, sus vivencias, sus estancias... Fue un hombre estanciado en algo que no se describió jamás, fue en sí mismo un cronopio excepcional, espacial, revivió las creencias de que nada estaba escrito, y pudo renacer de una generación inadecuada, haciendo vivir a otra de forma entera. Borges nació con los gauchos de siete idiomas y textos en hebreos, fueron referente, fueron arcilla para el Dios de la literatura. El hombre en cuestión fue rey de la cotidianeidad, fue el que esparció el trigo por los montes altos para que se fueran fulgurando los campos mientras crecían con albedrío. Fue el eco de una religión, el fondo delicioso de un vino francés. Fue el padre y la madre de lo existente, fue un completo e inefable caballero.
Aún a día de hoy conservo el recuerdo vivo en mi imagen, de aquel monstruo infecto que encontré a punto de devorarme. Tras la luz de aquella penumbra, entre las ramas altas de la selva pletórica, el desmesurado bicho me miraba con sus ojos cyanúricos, y con su media cara, me enseñaba orgulloso cómo se podía leer " Cuentos Completos I". Algunas veces todavía tengo pesadillas, tan solo acordarme de cómo me miraba... A uno le entra el pánico y no sabe bajo qué piedra esconderse.

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