No dejes de seguir al conejo blanco

No dejes de seguir al conejo blanco

domingo, 30 de enero de 2011

Hidrografía civil.

La lluvia va haciendo fenecer los millares de terroncitos de azúcar que se disponen a ser colocados en algún café, las terrazas tienen que cerrar porque el agua es fuerte, y les arrastra la clientela. Se oye el chapoteo continuo refilando por las baldosas, la gente se desespera cuando no aminora, cuando sigue igual de tupido e igual de cortina. Cuando la gente se empapa, se desespera, los paraguas parecen volarse a manotazos, las varillas se descuajaringan. Dios mío, desde hacia tantos años que no llovía así.
- !Y carajo que cómo llueve el torrente! -afirman algunos.
Pero eso es así, los desagües cumplen su función, van arrastrando hasta su interior el cataclismo, van asfixiándolo contra la luz de la superficie los borbotones de agua.
Lo bueno es el reverdecer de los campos, cómo florecen las flores, cómo se moja el polvo que luego no vuela para infiltrarse en las casas. Pero ahí siguen los atormentados desagües, chupando mierda los condenados, los papeles y los rastrojos por ahí botados, flotando como barcos. Con la boca abierta van absorbiendo, como quien se bebe un zumo de inmundicia, como quien disfruta haciendo desaparecer las cochinadas. Es entonces hasta que amaina, hasta que la lluvia se extingue como las nubes se esfuman, cuando queda ese eco sordo de las gotas que cuelgan de hojas de árboles y cornisas redoblándose contra el suelo, cuando nosotros nos alegramos de que haya pasado, y volvemos a otorgarles a los desagües la capacidad misteriosa de hacernos tropezar de la peor manera posible.

viernes, 28 de enero de 2011

Recíproca distancia

Cada vez que voy caminando por la calle y veo que se filtra un poco de niebla o que el sol cae bajo, sé que van a venir los espectros.
Espectros de gente que camina como personas normales, con su estilo de vestir anodino, no debería resaltarme nada. Pero los veo, son los fantasmas de mi pasado. No es un pasado de esos tristes que a la gente se le forma un nudo en la garganta con los recuerdos, es un pasado uqe desearía poder alcanzar saltando desde mi cama para llegar a las nubes. Y me entristece, no hay mayor tristeza en mi alma que cuando me acuerdo del os tiempos que ya vinieron y se marcharon, y por qué no aproveché mejor esos días de mi vida, esas vivencias con espectros.
Más que espectros, parecen dobles. Veo caras que me resultan familiares, con personas con las que compartí mi vida, la desmigajé y la puse de rodillas. Personas que me hicieron gratamente feliz y a lo mejor no lo saben. Es entonces cuando estiro la mano para saludarles, para darles un abrazo inmenso, pero la mano se me detiene como pegada a mi axila, como retenida por mi circuito sensorial , mi parte motora, simplemente se paraliza. Y mis ojos ahondan más profundamente en el rostro de ese espectro que he visto, y entre finuras, me indica que es un exacto parecido. Pero no es él. Entonces sigo arrastrando los pies, sigo caminando cabizbajo mientras lágrimas imaginarias van abrasando las calles cuando caen. Camino solo en mitad de la niebla, pensé haber encontrado felicidad por un momento, pero no. Lo único que realmente encontré, fue una casualidad que me recuerda que hace un año y un mes que no he vuelto a alcanzar esa plena felicidad de querer seguir creciendo.

RQ 09

lunes, 24 de enero de 2011

Poema para llorar

de Vicente Huidobro ( Chile)


Es para llorar que buscamos nuestros ojos
Para sostener nuestras lágrimas allá arriba
En sus sobres nutridos de nuestros fantasmas
Es para llorar que apuntamos los fusiles sobre el día
Y sobre nuestra memoria de carne
Es para llorar que apreciamos nuestros huesos
y a la muerte sentada junto a la novia
Escondemos nuestra voz de todas las noches
Porque acarreamos la desgracia
Escondemos nuestras miradas bajo las alas de las piedras
Respiramos más suavemente que el cielo en el molino
Tenemos miedo
Nuestro cuerpo cruje en el silencio
Como el esqueleto en el aniversario de su muerte
Es para llorar que buscamos palabras en el corazón
En el fondo del viento que hincha nuestro pecho
En el milagro del viento lleno de nuestras palabras
La muerte está atornillada a la vida
Los astros se alejan en el infinito y los barcos en el mar
Las voces se alejan en el aire vuelto hacia la nada
Los rostros se alejan entre los pinos de la memoria
Y cuando el vacío está vacío bajo el aspecto irreparable
El viento abre los ojos de los ciegos
Es para llorar para llorar
Nadie comprende nuestros signos y gestos de largas raíces
Nadie comprende la paloma encerrada en nuestras palabras
Paloma de nube y de noche
De nube en nube y de noche en noche
Esperamos en la puerta el regreso de un suspiro
Miramos ese hueco en el aire en que se mueven los que
aún no han nacido
Ese hueco en que quedaron las miradas de los ciegos estatuarios
Es para poder llorar es para poder llorar
Porque las lágrimas deben llover sobre las mejillas de la tarde
Es para llorar que la vida es tan corta
Es para llorar que la vida es tan larga
El alma salta de nuestro cuerpo
Bebemos en la fuente que hace ver los ojos ausentes
La noche llega con sus corderos y sus selvas intraducibles
La noche llega a paso de montaña
Sobre el piano donde el árbol brota
Con sus mercancías y sus signos amargos
Con sus misterios que quisiera enterrar en el cielo
La ciudad cae en el saco de la noche
Desvestida de gloria y de prodigios
El mar abre y cierra su puerta
Es para llorar para llorar
Porque nuestras lágrimas no deben separarse del buen camino
Es para llorar que buscamos la cuna de la luz
Y la cabellera ardiente de la dicha
Es la noche de la nadadora que sabe transformarse en fantasma
Es para llorar que abandonamos los campos de las simientes
En donde el árbol viejo canta bajo la tempestad como
la estatua del mañana
Es para llorar que abrimos la mente a los climas de impaciencia
Y que no apagamos el fuego del cerebro
Es para llorar que la muerte es tan rápida
Es para llorar que la muerte es tan lenta

domingo, 23 de enero de 2011

El hombre de la voz incontenible


En un dia aciago el hombre gritará alto

mientras susurra una vana promesa al oido


y al desmesurar, se queda él desvalido


por el escándalo no queda de culpa falto



Caminará por pasillos desnudando pensamientos


alcalzando a desvelar las ideas ocultas


mientras su alma, que pusilánime no abulta


va oyendo lo que duda, que es llevado por el viento



Lo condenarán a etiquetas profundas de vozarrón


el de los secretos, el incontenible bocazas,


al que se le desfasó el volumen y vivió de socarrón



Al que en una tarde oscura apretó el botón esquivo


y se desvaneció de su boca su sonido alto y claro


Pulsó su oreja, y apagó el sistema operativo

jueves, 20 de enero de 2011

Absurdo pasillo

Se siente realmente aplastado por las paredes húmedas. Mueve las suelas deprisa, atacando el vaivén del piso mientras retumban los ecos de sus perseguidores a lo lejos. Mientras un parpadeo tenue parece rodearle ( solo durante algunos instantes) él aprovecha para fijarse en cómo demora toda esa felicidad los huecos de las paredes que parecen lisas, pero que realmente están opacas. Además, ve un sendero que se bifurca, lo toma y toca para girar mejor una de las paredes ásperas de color gris y fría.

Siente su sien latir como la brasa de un cigarro en noches donde cantan los grillos. Su americana está un poco dilatada por la prisa, pero no le importa. A veces se le cae de los oídos ese furibundo chapoteo, poco noble y desgraciado.

Sintió oscurecerse aún más ese angosto corredor, a los lados siente el rebote de su propio sonido al caminar, reverberado. Cree sentirse mareado. Los pasos se oyen más y más cerca. Su respiración tumultuosa se queda marcada en un cristal de vidrio que debería aparecerle ( y no le aparece ) en derredor de la cara. Por poco, tropieza con una losa del suelo a medio colocar; eso le hace caer en el desconcierto, en una siniestra concha de cangrejo ermitaño y pardo.

Ya perdió la noción de la oscuridad, corre mecánicamente como si no pudiera hacer otro gesto, otro envite del destino, lo único que le importa es llegar a quien sea o ser donde sea.

¿ Cómo se metió allí? No lo recordaba, además parecía que sus ojos verdes estaban medio difuminados. “ ¿ Cómo puedo verme los ojos sin espejo ninguno?” pensó.

Como una abstracción de ese propio espejo, rodó sibilinamente por una de las cortadas esquinas, desgastando la prisa mientras volvía a acariciar esas paredes que parecían la barba de un tozudo.

Le hubiera gustado sentir esa continuidad infinita de un breve placer, como si de ello dependiera su existencia, pero ya no recordaba ninguno. Simplemente deslizaba sus pies en pos de encontrar el alba y poderse sentir al fin en paz.

Se le acercan esos malditos pasos, los oye más cerca al través ,como un miedo inaccesible. Entonces sabe que a cada paso se están acercando, desesperadamente, para aferrarse a su chaqueta y gritarle por encima del oído, agarrarlo y desmantelarlo, quién sabe, matarlo.

Apresurado, el más cercano a él le prende una de las mangas y se ve totalmente en lo subterráneo.

En ese momento, y justo como David había vaticinado, se despertó a las 5 AM en un hotel de New York, en cuya habitación tendría que rellenar un par de formularios para su gestión de marketing del día del sueño.

martes, 11 de enero de 2011

Batalla campal en mi escritorio

Basado en hechos reales, desde otra perspectiva.


Soy un niño grande. Pero al fin y al cabo un niño al que le gusta jugar con plumas. Estaba sentado en mi silla que suena al mover el respaldo, cuando encontré una de mis viejas plumas en el cajón. Le tenía que cambiar el cartucho, porque el que le había puesto se agotó hace tiempo. Cuando en mis manos tañí ese trocito de plástico rígido, lleno de sangre infecta de palabras, me sentí el dueño poderosos de un millón de versos. Al ir a encajarlo, vi que se desestabilizaba, pero lo coloqué como pude. Así que fui a escribir, pero no salía nada. Era como una laguna vacía, mi papel parecía entonces un corazón sin sentimientos. Decidí abrir el motor, el quid, decidí abrir la pluma. Pero para mi sorpresa, cuando desenrosqué el pequeño plumín y esperé encontrar allí el plástico contenedor de la tinta, no estaba allí. Estaba en la parte larga, la que se encarga más que nada de sujetar los dedos cuando uno escribe con pluma.
Lo que al principio pareció como una cosa sencilla, extraer esa piecita e ir a una papelería a comprar el tinte correcto en el envase correcto, se acabó convirtiendo en una odisea. Lo intentaba sacar, lo aferraba fuerte con mis dedos gordos como troncos, intentaba con mis ápices de madera desprender esa pequeña parte de mí, esa sangre que ahora tenía un orificio y estaba brotando. Al primer apretón efusivo, no pude evitar volverme cuasi-loco. Cuando golpeé la mesa con un golpe seco de la pluma un borbotón negro ( parecía azul, aunque era azul de un azul muy oscuro) se desparramó el líquido por mis apuntes de matemáticas, todos mis límites de una tarde de trabajo tendían ahora únicamente a secarse. Y la mitad de una cuartilla tuvo que quedarse expuesta, no habría suficientes muertos aquella tarde sobre mi escritorio...
Las uñas se me ponían ennegrecidas, esas uñas que tanto me mordía y que se quedaban rojas, de asir lápices vehementemente , echándoles el vaho y el sopor mientras solía escrutar la tarde sobre un cuaderno...
Como pensé que la mano se me engangrenaba y estaba solo en casa, decidí pedir refuerzos. Agarré un clip de mi cajita prolija, lo saqué y lo desenvainé como una espada, una de sus puntas habría de servirme en mi tarea. Rodeaba el pequeño cartucho, le daba mil vueltas, pero no conseguía sacarlo. Se burlaba de mí, bicharraco estúpido, material de oficina defectuoso... Pero aunque yo no había desistido en mi tarea, el clip había pasado ya a mejor vida. Su extremidad doblada, era casi como uno de esos lisiados que siempre piden subvenciones a un gobierno injusto. Lo colgué en la pared con una chincheta para que no se olvidara su hazaña jamás en los lindes de mi escritorio. Pero seguía mi tarea avezadamente.
Otra vez volví a probar con los dedos, intenté no desesperarme mientras la gangrena me pasaba de un dedo a otro, un juego malabar con tinta, un juego de azar con la muerte. Coloqué la cuartilla en el centro de la mesa y ¡plaf! un golpe seco. Salió más tinta, y la cuartilla ensuciada que daba un gusto, y la tarde a pleno sol y a mi me importaba un rábano. Simplemente sacar aquel trocito que parecía un tumor en la propia pluma. Lo intenté con el propio plumín, pero nada, su punta no servía, era inútil. Estuve a punto de echarme a llorar y a bañarme en el charco de sangre, a mojarme las puntitas del pelo, pero en esos momentos de extenuación, llegó la lateralidad a mi cabeza. Fui corriendo al costurero de mi madre, prendí lo que parecía una aguja con cefalea y lo pinché por un extremo, lo fui levantando hasta el último y final instante en el que de despegó de la pluma. Se quedó retozando encima de una cartilla ya manida, lo vi cómo se le iban extinguiendo las ganas de vivir, mientras yo me erguía triunfante con esa diminuta aguja que acababa de socavarle toda la prepotencia, ahora era más hombre, un ser superior, casi me llegué a creer un político con espada.
Cuando al fin se calló, dejó de toser molestamente, yo prendí el plumín y con su sangre fresca me puse a desdibujar sus restos para intentar hacer dibujos de tinta, de esos que venden los psicólogos. Conservo dos de esos dibujos colgados en mi pared, para cantarle cada año odas a su hazaña, a toda esa gente que murió y que al mismo tiempo no me vio llorar de alegría.
Llegué al día siguiente al colegio con las manos manchadas, las personas me rodearon enseguida preguntándome por los hechos, incluso se me acercó una chica con unos tiznes dorados en el pelo y me preguntó si algún día tomaríamos algún helado. Y ahí estaba yo, exhibiendo mis invictas heridas de guerra, esos manchurrones indelebles que estaban posados sobre mi piel. Y no pude evitar pensar en toda esa fama que me venía tras haber matado a alguien, pero tampoco pude evitar la cara descompuesta de mi clip colgado al lado de su asesino, en la pared en mitad de la tarde muerta, con esa mirada que me hace pensar qué signfica que él no estuviera ahí para celebrarlo conmigo, para enseñarles a todos desde mi bolsillo las heridas de guerra.

tiempo en escribirlo : 19 minutos
calidad : nula

lunes, 10 de enero de 2011

J.Cullum Jazz Remastered

What a difference a day makes, twenty four little hours...

...and the difference is you

domingo, 9 de enero de 2011

Pre conocimiento de los muros de lo absurdo.

El ser humano siempre ha tendido a buscar un objetivo, una misión, ha intentado durante numerosas veces indagarse la existencia .Esto es atribuído a la condición de dios que creen tener los individuos de nuestra raza, el motivo principal de la existencia de dictadores y personas que, ante todo, estaban predispuestos para entrar en el estado de grandeza. Pero, ¿ es el sentido de la existencia humana la superioridad? ¿ Realmente estamos aquí para superar los escalafones y avanzar en pos de otras personas?

En el ensayo del escritor argelino Albert Camus, “El Mito de Sísifo”, intenta establecer las condiciones básicas de ese ser humano cuya principal preocupación es en cierto modo trascender, o simplemente separarse de esa inutilidad o esa condición de inexistencia que parece la mayor causa de suicidios durante toda la historia.

Cierto es que según las personalidades sociológicas de distintos individuos esto puede afectar de distinta manera, pero el sentimiento es común, es decir, la gente habla en términos económicos de productividad en esta época tan globalizada, hablan en términos utilitaristas, y en sentido espiritual siempre existe un objetivo como el Nirvana o la salvación. Como en cierto modo podríamos aludir al Carpe Díem para establecer esa reflexión, pero trasciende más allá que en el disfrutar el hoy y esperar al mañana. Habla de la constancia, habla de unos parámetros comunes, habla de la muerte.

Hemos de pensar que la existencia del hombre es bastante más profunda que los ciertos casos que se suelen establecer por allí, es una propia negación del hombre moderno a aceptar la cruda realidad, de que la mayoría de las poblaciones están condenadas al fracaso por la vastedad genética que ocupa tanto a buenos seres como a seres despreciables Desgraciadamente, estos últimos abundan como el nitrógeno en la atmósfera.

Si bien hay que tener entendido la condición social del hombre moderno, de cómo esa antropología pasa más bien a convertirse en ese juego de “información es poder”, de cómo vamos desnudando de a poco la visión general esos cuerpos homínidos que fueron dados desde los inicios, la locura es un componente indispensable en el estudio de todas las cosas. Como en un juego de alma, hay que separar esas dos figuras. Lo separaron grandes autores modernos, y es cierto que incluso en el arte y el artista hay una división inmutable, una barrera que se traspasa. Las dos partes son indistintas, Orwell ya dijo que si bien Dalí era un excelentísimo pintor, era la persona despreciable por antonomasia.

Entonces Camus intenta, en su concepto, averiguar esa capacidad afuncional de la actuación del hombre, cómo en el despreciable intento de lo que Sísifo intentaba hacer, desplazando esa roca diariamente a lo alto del monte para saber que tendría que volver a empezar al día siguiente, había vastedad de proyectos e ideas inútiles e innecesarias. Está, por tanto, remitiéndose a ese ejemplo mitológico para referirnos al humano como aquel que no tiene objetivos en sí mismo. Si bien es cierto que el hombre ha desarrollado cosas, se refiere no tanto en cuanto a su utilidad o sus procederes como la propia existencia, la causa final de ese humano que vive sin saber por qué.

Esto se refleja en muchos casos en la literatura, sobre todo en esos personajes que tienen una profundidad y una hondura igual que el espejo de una gafa, no por el tamaño sino más bien por las capacidades de refracción.

jueves, 6 de enero de 2011

El loco del páramo con la caja de jalapeños

Se rumoreaba por algunos páramos de Jalisco que durante el día deambulaba un loco con una caja de cartón, con un bote de jalapeños de color bronce en su interior. La caja estaba casi partida, y como que el hombre tenía que hacer una postura extravagante para aferrar la caja con sus manos y que no se derramara ni se cayera el bote al suelo.
En el pueblo era Manuel, el errante deschavetado. Para el Páramo era el profeta insomne, saludaba a los lagartos con su lengua bífida, esos lagartos sagrados que en algún estandarte hubieron de ser colgados, por darle al hombre en su día la capacidad de divinizar, así fuera el águila, la serpiente y el cactus.
Manuel caminaba levantando siempre polvo, uno era capaz de averiguar que estaba viniendo por la estela que dejaba en su paso por el páramo. El polvo vibraba a las luces del mediodía, y al momento del ocaso era como polvo de hadas. A la hora de la siesta, sin embargo, todos los habitantes sabían que era polvo de polvo.
Tenía un andar muy característico, parecía que había amalgamado la forma de su cuerpo a la caja, que se había fundido con su integridad. Y ahí estaba él, agarrando fuertemente la caja por el lado que estaba desecho, porque la única intención de ese loco pretencioso era que no se le cayeran los jalapeños.
Y caminaba varias veces al día, de una aldea a otra, pasando las tuneras que había por esos caminos reales y no tan reales. Muchas veces cuando llegaba a un pueblo le daban a beber agua de una bota recia, pero él sin soltar la caja, se daba de beber como un niño chico. Continuaba tras comerse una tapa de hormigas fritas o papas, caminaba con tan solo un sentido, con tan solo un sentimiento.
La gente no se olvidaba de él; lo tenía en su recuerdo, como una brasa de hoguera ardiente, pero era la adaptación de la propia realidad de Manuel; tal que la lluvia estaba fría, Manuel estaba loco. Y ningún loquero hizo ademán de irlo a buscar.
Un día de estos que los rajones hechos en la tierra seca eran hendiduras profundas, Manuel estaba en el páramo absurdo que había entre un pueblo y otro, a unos quince kilómetros. Tenía los pies hinchados y el pecho henchido, siempre con esa prestancia infantil de buen hacedor. Los zapatos estaban casi rotos, no se los había cambiado desde que compró el bote y lo llevó en esa caja a punto de morir, y él mismo iba metiéndose en la caja al lado del bote, resguardando el bote y dándole vida a la caja.
Pero esa tarde, mientras iba caminando entre pedruscos y cactus picudos, mientras se secaba el sudor de la frente, tuvo la indecisión de mirar al bote. Entonces se le abrieron los ojos como los pétalos de un hibisco, y haciendo ademán de agarrar más la caja, la dejó en el suelo. Con su postura reclinada, miró el bote, vio relucir su fecha de caducidad en letra negrita, 17/8/2008, y sacó un pequeño calendario doblado, con tiznes de tinta, y estaba tachado hasta el día diecisiete de agosto, así que se limpió el polvo de la camisa y abrió el tarro, que sonó como un clap, sacó un pimiento y se lo comió con una sonrisa. Iba chorreándole las entrañas del pimiento por las comisuras de la boca, y él feliz como un niño, iba masticándolo con gusto. Entonces se limpió con su manga andrajosa, dejó el tarro abierto dentro de la caja y se marchó de vuelta al pueblo, a comprar otro bote de pimientos. Dejó el bote en medio del páramo, entre pedruscos y lagartos, para que estos devoraran el fruto de sus entrañas, para alimentar a esos animales que un día estuvieron en los estandartes, la ofrenda de la propia tierra, los lagartos que enseñaron a divinizar.

miércoles, 5 de enero de 2011

¿Por qué escribes?

Hago alusión a esta pregunta que hicieron en un artículo del país a escritores renombrados, y aunque es aquel acto al que opto, con cuya potencia interna que me otorga ese título, es un símil de qué hubiera respondido yo.

Uno no sabe de qué magia está hecho un libro. Se imagina mil historias, las lee, las bebe, más larga o brevemente, pero con los libros se ensueña. Como en una cárcel de aire, se encierra mirando el mundo, y en ese momento no hay más que yo y un libro. Somos mi realidad y su ficción, peleamos por la felicidad. Es, por tanto comprensible querer sentirse señor de la Creación, verte las manos manchadas de arcilla cuando tienes a un personaje o una circunstancia singular, o cuando sabes que escribes palabras que son como núcleos, que de la palabra "semilla" va a salir la palabra "sequoya", y que los viejos ancianos se arroparán bajo su sombra, mientras continúas el ciclo.
Escribo también probablemente por mujeres. Las musas, la pasión, ese desenfreno interno que públicamente no se puede gritar desde lo alto de un acantilado. Toda esa pequeña locura nos lleva a plantearnos si escribimos con el cerebro, con el corazón, o si la literatura es un compendio de ambos.
Escribo porque me siento un malabarista, en mis manos se me enganchan las letras que suelto y que no, que vibran por los aires cuando hago mi actuación en un parque con cielo límpido, que las palabras me suplican que les dé vida, me suplican que juegue con ellas. Entonces ellas están alegres con ese ajetreo,y bailan, con su algazara me sorprenden en la tarde. Y cuando ellas bailan, un servidor canta con el pecho hondo.

Leo porque me gusta escribir. Escribo porque me gusta vivir.

sábado, 1 de enero de 2011

Propósitos de fin de año

1. Perder menos tiempo delante del ordenador, pero no perder el contacto
2. Leerme un libro cada una o dos semanas
3. Aprender a bailar( decentemente) todas las clases de baile que se me puedan ofrecer
4. Ir a Colombia
5. Disfrutar de la vida pensando en que no pasa nada, y si pasa qué importa, y si importa qué pasa...

Bueno, creo que con esto será suficiente para enderezarme :)