- !Y carajo que cómo llueve el torrente! -afirman algunos.
Pero eso es así, los desagües cumplen su función, van arrastrando hasta su interior el cataclismo, van asfixiándolo contra la luz de la superficie los borbotones de agua.
Lo bueno es el reverdecer de los campos, cómo florecen las flores, cómo se moja el polvo que luego no vuela para infiltrarse en las casas. Pero ahí siguen los atormentados desagües, chupando mierda los condenados, los papeles y los rastrojos por ahí botados, flotando como barcos. Con la boca abierta van absorbiendo, como quien se bebe un zumo de inmundicia, como quien disfruta haciendo desaparecer las cochinadas. Es entonces hasta que amaina, hasta que la lluvia se extingue como las nubes se esfuman, cuando queda ese eco sordo de las gotas que cuelgan de hojas de árboles y cornisas redoblándose contra el suelo, cuando nosotros nos alegramos de que haya pasado, y volvemos a otorgarles a los desagües la capacidad misteriosa de hacernos tropezar de la peor manera posible.
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