No dejes de seguir al conejo blanco

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domingo, 30 de enero de 2011

Hidrografía civil.

La lluvia va haciendo fenecer los millares de terroncitos de azúcar que se disponen a ser colocados en algún café, las terrazas tienen que cerrar porque el agua es fuerte, y les arrastra la clientela. Se oye el chapoteo continuo refilando por las baldosas, la gente se desespera cuando no aminora, cuando sigue igual de tupido e igual de cortina. Cuando la gente se empapa, se desespera, los paraguas parecen volarse a manotazos, las varillas se descuajaringan. Dios mío, desde hacia tantos años que no llovía así.
- !Y carajo que cómo llueve el torrente! -afirman algunos.
Pero eso es así, los desagües cumplen su función, van arrastrando hasta su interior el cataclismo, van asfixiándolo contra la luz de la superficie los borbotones de agua.
Lo bueno es el reverdecer de los campos, cómo florecen las flores, cómo se moja el polvo que luego no vuela para infiltrarse en las casas. Pero ahí siguen los atormentados desagües, chupando mierda los condenados, los papeles y los rastrojos por ahí botados, flotando como barcos. Con la boca abierta van absorbiendo, como quien se bebe un zumo de inmundicia, como quien disfruta haciendo desaparecer las cochinadas. Es entonces hasta que amaina, hasta que la lluvia se extingue como las nubes se esfuman, cuando queda ese eco sordo de las gotas que cuelgan de hojas de árboles y cornisas redoblándose contra el suelo, cuando nosotros nos alegramos de que haya pasado, y volvemos a otorgarles a los desagües la capacidad misteriosa de hacernos tropezar de la peor manera posible.

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