No dejes de seguir al conejo blanco

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viernes, 4 de febrero de 2011

El hombre adscrito al centripetismo

Leo Prado tardó especialmente en quitarse las legañas aquella mañana. Había leído los diarios viejos que se amontonaban siempre alrededor de él, y se iba sacudiendo la porquería que durante la noche se le iba acumulando en la chaqueta. Estaba cada vez más arrugado, una vez al año se estremecía, se acariciaba las canas, y se notaba por su amargura que, al agarrar de vez en cuando sus pertenencias, siempre las mismas, en ese cúmulo de cosas que le giraban alrededor de la cabeza, iba demostrándose que poco más podría aguantar.
Se preparó una taza de café con esa cafetera que tenía amarrada a un costado de su chaqueta, como esas pequeñas suciedades que se le acumulaban irremediablemente, por no tener una mujer cariñosa que accediera a mantenerlo aliñado. También agarró una tostada adherida a un trozo de cojín que pasaba por allí. " Bueno, menos da una piedra", pensó.
Parece que en torno a él había una órbita, pero más bien estaba cargando las cosas con las cuerdas, era como que entre todas se arrastraban, pequeños animales sin rumbo.Y no hacía más que lamentarse de haberse caído.
- Y mis nietos, solía decir en voz alta. A veces las paredes ígneas y magmáticas hacían retumbar el eco dolorido de su voz. Acostumbraba a pensar en que ya tendría nietos, puesto que cuando cayó al agujero, ya sus dos hijos estaban casados. Muchas veces las imaginaba entre sus brazos, y cuando abría los ojos, realmente estaba abrazando a una almohada que se consiguió atar.
Pese a la completa ingravidez, su vida concurría con normalidad. No tenía apenas preocupaciones, como llegar tarde al trabajo o no tener planchada la camisa; esa vacuidad le daba siempre mucho tiempo para pensar. Pero no pensaba en lo absurdo de todo aquello, pensaba que simplemente había sucedido como una de esas cosas de la naturaleza que no somos capaces de entender.
Sacó de su chaqueta un trozo de papel desgastado. Ponía " Le recogeremos con un imán, procure estar cargado de cosas de metal. " Cada año lo mismo, él con su pluma intentaba escribir decentemente una fecha, parecían manchas de tinta mal puestas, en las que siempre aparecía el mismo mes y día, siete de mayo, aunque lo único que variaba era el año. En la del noventa y seis, ponía que lanzarían muchas cuerdas para que intentara aferrarse a alguna, pero lo cierto es que se tropezó con tal maraña, y por poco no se ahoga. En la del noventa y siete, que iban a poner una malla metálica, pero no contaron en la considerable anchura del camino por el que él circulaba. Salió por uno de los lados del camino debido a las fluctuaciones, se rozó por el carbón de una de las paredes, mientras el otro lado puntiagudo de la propia malla le iba rajando levemente la zona del ombligo. Al oír sus gritos por encima del ajetreo de la superficie, decidieron retirar la malla rápidamente, y ponerse a buscar otro plan. Habían sido quimeras fallidas, ideas fallecidas durante muchos años. Al final uno se acostumbra a esa tesitura, encontró formas de subsistir, incluso cada vez el café le iba saliendo más rico. Aprovechaba los orificios que se le aparecían a veces, y cuando pasaba por Colombia arrancaba semillas para hacerlas tostadas, iba probando sabores de Sumatra, iba dejándose seducir por el placer sibarítico de la taza a media tarde. Pero bueno, esto también le había permitido llevar una cartografía intensa de todos los sitios que había pasado repetidamente.

Ni se le hubiera ocurrido que, por salir aquel verano, caería en ese hoyo. Tampoco se le habría ocurrido pensar que las cosas tienen magnetismo, que la propia Tierra tiene un magnetismo. Pero el caso es que se cayó, se quedó girando en mitad de ese vacío, y al principio se sintió muy solo, lloró tanto que la piel parecía cal viva. Pero poco a poco lo fue superando, aunque al principio mantenía la esperanza de que lo rescataran al pronto, pero se le fue quedando en el camino.
Y entonces empezó a prepararse , a acicalarse, a mentalizarse de que sí, no, quizá iba a salir, quizá vería a su familia esperándolo, o quizá quedara resignada a la propia consigna de ese hoyo sin solución.
Pero se abrochó la americana, recogió sus cosas, les dio una vuelta con la cuerda sobre sí mismo. Le dio cuerda al reloj que llevaba de bolsillo, el cual le había mantenido conectado con el exterior durante aquel tiempo. Se precipitó al saber que sólo quedaban unos quince minutos.
Se imaginó a su familia viéndolo llegar, su mujer deseando poder acordarse de la cara que una vez acarició, y quién sabe qué cambios, qué sorpresas, qué sobresaltos.
De pronto se imaginó en un banco dándole de comer a las palomas, se vio un artificio de la socidedad. Era una reticencia de la sociedad, de esas que desgravan en Hacienda. Sería una pobre momia, un poco triste, era demasiado joven para serlo.
Diez minutos
Entonces empezó a sentir nostalgia. un patriotismo de todos lados, todo lo que había visitado era maravilloso y no podía encerrarse entre fronteras. Y no solo eso, él había estado al margen del tiempo. Había conseguido un elixir de vida.
Cinco minutos.
Los pasó un poco angustiado, pensando que lo iban a ensartar, como siempre, de alguna manera brusca, para "intentar" sacarlo, y quién sabe si concederles una entrevista a esos ansiosos y repentinos medios de comunicación. El hombre que giró y giró como un electrón alrededor del núcleo terráqueo.
Sintió un cosquilleo cuando las cosas metálicas que llevaba encima vibraron, y vio cómo iba ascendiendo cada vez más rápido del flujo que lo empujaba, iba notando la somnolienta luz de la mañana, y al fin con un sonido seco vio que se pegaba a un imán gigante, y que la cafetera se abollaba por el impacto inmediato contra la placa.
Cuando estuvo en la superficie, nadie pudo creérselo. Ni él con eses aspecto tan desvencijado, los nietos lo miraban desconcertados, casi con pavor, sus hijos no sabían si abrazarlo; pensaban quererlo, pero les pareció menos padre de lo que era en las fotos. Y la mujer, cuando lo vio, no pudo más que reprimir la sorpresa y mostrarle una triste sonrisa de circunstancia.
El hombre, entendiéndolo todo, y ante el asombro de muchos científicos que estaban allí trabajando, se despegó del imán, hizo un saludo muy descuidado con la mano y se volvió a lanzar hacia dentro del agujero, como nadie sospecharía que hiciera.
Cuando esperaron al lado del agujero al año siguiente, ya estaba en estado de descomposición. Los científicos no pudieron explicarse cómo pudo haber descomposición en esa continua cinética, hasta que se dieron cuenta de que los gusanos que la provocaron se habían pegado anteriormente a la suela de sus zapatos, cuando lo sacaron del hoyo pisando la yerba.
Los hijos y nietos poco pudieron recoger en herencia. Tan solo su sombría americana, un par de textos que había escrito de mala forma, debido a la postura en la que tenía que hacerlo, y una cafetera vieja, abollada y cobriza, donde estaban los sedimentos de treinta y nueve años dando vueltas sin sentido.

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