No dejes de seguir al conejo blanco

No dejes de seguir al conejo blanco

sábado, 23 de abril de 2011

no tengo a quien rezarle pidiendo luz
ando tanteando el espacio a ciegas
no me malinterpreten, lo llevo bien
o por lo menos hago el intento

pero esta noche hermana duda
solo esta noche, dame un respiro

jueves, 21 de abril de 2011

flor mojada

Quizá dentro de un poco nadie la recuerde ; sonará como un eco un poco profano en las prensas locales, un hecho sin importancia (o con ella), o un arma arrojadiza de puntas blandas para pelearse en gallineros, político contra político. Pero el caso es que toda esa ternura recogida en las fotos, me produce una cierta acidez ahora que la veo. Apenas la conocía, pero ves la belleza condensada en su piel de caramelo tostado, y que ahora es una piel linda de muerta. Qué bandazos pega la vela del destino, del azar, de la parafernalia meteorológica! Aún llorara la gente y se le recordará como un ángel puro, su tez de porcelana se mantendrá viva. Pero es tan pasajero y tan corto el poder de nuestra memoria... Los inicios de los réquiems apenas nos servirán para despertarnos de la real tragedia, y nuestra más humana condición hará que nos duela en lo hondo de la carne. Es el poder del colectivo que nos mueve como marionetas, y no somos amigos, no somos bienaventurados, somos uno más, de esos que en un día de lluvia fuerte te vas a remojar los pies y se te echa el destino. Y no sé en qué cantidades se mide la angustia y el dolor que llevo dentro, quizá no por ser un hecho que parece cercano, sino por ver que nadie escapa al azar ocasional de la muerte. Ni siquiera los conocidos.

lunes, 11 de abril de 2011

Tarde en el ruedo.

La plaza enseguida se llenó de vítores que se confundían con el griterío pardo de los niños. José Manuel estaba vestido con un traje de luces, galante y mirando al frente, mientras le sudaban las mejillas y sujetaba la espada en una mano que brillaba, y en la otra el capote colorao. Desde las gradas podía verse el ansia expectante de la gente por que soltaran a la bestia, encabritada y valiente, con ganas de hacer sufrir al torero. Con un chasquido desmesurado, se abrió el portón de madera negra. Enseguida no salió nada, pero entre los suaves rechines de las bisagras, se oía un ronroneo continuo, y una vaharada de aceites lubricantes y petróleo. Ese olor nauseabundo pareció excitar al público, que chillaba con más fervor. José Manuel empezó a acercarse, pero de un sopetón, salió la magnífica bestia de golpe, con su ruido de motores a tracción, su parachoques y sus asientos de cuero.

“ Y ahí la tienen, señores, una auténtica furgoneta Volkswagen T1, con las chapas pintadas en tonos azulados y… oh! Los espejos laterales sin recoger!” Esto pareció espantar y atraer al público a la vez, los hizo hervir de emoción hasta que parecía que se iban a caer de los carcomidos barandales.

Enseguida salió con un rugido, acelerando con dificultad por la arena, pero dirigiéndose directamente al torero, que le apuntaba, como es de rigor, con la espada con el brazo doblado encima de su cabeza, pareciendo su boina una aceituna negra, y la espada un mondadientes.

Pegaba la solajera y la gente se apelmazaba hacia delante, ya que querían apiñarse para ver a los colosos, mientras arrastraban la arena alrededor de sus pies de forma indecisa, grano a grano.

La furgoneta fue la que dio el primer paso, mirando al torero con esos cristales translucidos, con esa mirada de máquina infecta e indescifrable. El torero estaba prevenido, y retrocedió por precaución un par de pasos hacia atrás y uno hacia un lado, para darle más ángulo de disposición a sus movimientos. La furgoneta parecía furiosa, envuelta en un ópalo de rabia, acelerando sin derrapar. Avanzó de cero a cien, y el torero se tropezó, pero se pudo reincorporar, e hizo un siete en el aire, intentando defenderse por si la furgoneta intentaba atacarlo mientras estaba en el suelo. Esta soltaba bufidos y bocanadas de espeso humo gris; el torero podía oír a la gente asfixiándose desde el público. Mantuvo su figura enjuta, y se acercó hacia ella para probar el dulce acero sobre su chapa; como era de imaginar, sólo le rayó la pintura. Pero eso la hizo enfurecer aún más, moviendo los limpiaparabrisas a un son incesable, parecía un pavo real que exhibía sus alas. Iba dando acelerones cortos para cargarse al torero, y el torero parecía bobo cuando le asolaba de repente el sol de Andalucía, y sus ojos parecían emitir un quejido tan nítido que muchos del público gritaron para avisar a los picadores. Pero aunque el torero estaba con una película de agua distante sobre la frente, no se amedrentó y se lanzó a empellones para pincharle una rueda. Notó cómo se le henchía la presión, pero el caucho era duro como la loza, y la espada, por un mal agarre, salió desprendida de sus manos, a unos cuatro metros, sin dar muestras de llegar a hundirse en la arena. Parecía oírse el repique de las campanas por la misa de siete, pero el tamborileo rítmico no era sino un pasodoble de una comparsa callejera. Entonces José se apresuró, aunque la furgoneta, en un arranque de ingenio, le leyó las intenciones y lo embistió hacia su lateral con el parachoques. La furgoneta no podía verlo a él, pero sentía a escasos metros su vaho fétido del petróleo combustionado, y naturaleza infecta de herrajes negros lleno de tripas de motor. Solo en ese momento percibió el hálito doloroso de la muerte, se acordó de su abuelo, el torero Tomás; de su padre, Pacheco el Mosquetero, y aunque su abuelo peleaba con carruajes de caballos y su padre con seiscientos, a todos les había llegado el mismo final álgido. Un golpe duro y seco que hacía muda a toda la plaza, mientras llegaban los picadores y todo el personal para ahuyentar al vehículo, y comprobaban los daños. No le daba tanto miedo el haber aceptado esto como una resignación, sino el hecho de que la aceptación de su propio destino no le había dado, como él creía, más coraje. Al contrario, el apego de una vida que sabía que podía perder lo hacía sentir entre algodones, una pequeña cría de mamífero esperando a darse por muerta para no tener que enfrentarse al mundo.

Se agarró al propio manillar de la puerta corrediza, y al tocarlo vio cómo se estremecía, que era un puro animal cubierto de hierro, pero debajo tenía una piel cálida y tosca, que se vendía al mejor postor en las chatarrerías, tal y como se hacía desde hace mucho con las pieles de focas en zonas más frías que Sevilla. Empezó a perseguirlo al ver que no pudo incorporarse, andaba como hacia atrás como un cangrejo dorado, oprimido en movimiento por ese traje que le apresaba el alma y las ganas de correr. Le lanzó una piedra que había en medio de la arena, y el toc de botepronto que produjo en el cristal hizo que retrocediera brevemente. Tuvo el tiempo suficiente como para levantarse, y así ir corriendo a recoger su estoque, mientras los mismos clamores que le apoyaron a los inicios de la tarde volvieron a resurgir. Recubierto de arena, tenía un calor demasiado grande, así que se desprendió de la boina y miró al vehículo mientras se sacudía la arena, murmurando entre dientes por la estirpe de su padre, por el deseo de ajusticiarlo con sus propias manos. Ahora era el vehículo el que sabía que podía tener miedo, pero para no mostrarlo a su enemigo, se lanzó a la carga. Pasó velozmente hacia los cercados que rodeaban la plaza, y fue esquivado por poco por el torero, el cual sintió el zumbido volátil del retrovisor que casi le rompe una costilla. Lo hizo con un movimiento apenas, como si lo hubieran movido con hilos. La grada se exaltó enormemente, y esto puso nerviosa a la furgoneta. Se oía de fondo el sonido de su tubo de escape, como con recochineo, y estaba harta de las burlas y los achaques, así que se lanzó sin dudarlo hacia el torero, quien lo esperaba con una sonrisa abierta. Al torero se le embotaron los oídos con el sonido de los gritos y el avance de la furgoneta, pero fue lo suficientemente hábil como para saltar de lado en el último momento e introducirle la fina hoja del estoque por el hueco inferior del cristal del conductor. De repente, con un sonido tenue, se abrió la puerta y comenzó a sonar una alarma estridente mientras el vehículo se paraba en seco. El sonido de la alarma, fue mitigado por el júbilo de haber derrotado a la furgoneta. “Tan joven, con tan solo diez mil kilómetros, mira tú los momentos que le he hecho perder.” Dijo como una especie de convicción latente. Se acercó a la furgoneta, agonizante con sus faros intermitentes, y le arrancó del parachoques frontal el símbolo de Volkswagen, haciendo palanca con el estoque. Cuando el bramido metálico indicó que lo tenía en su poder, dejó que lo llevaran en volandas exhibiendo su trofeo, mientras los mozos recogían al animal muerto, para hacer con él microchips, repuestos de coches, y quién sabe, una máquina para acabar con todo deporte que juegue con la muerte.

sábado, 2 de abril de 2011

Coste de oportunidad

Todos los días y ante nosotros, se yerguen miles de oportunidades esperando a ser mordisqueadas. ¿ Cuál elegir, qué elección será la correcta? Actriz o ingeniero, soñador o calculador, seremos la misma persona cuyos pies van por un camino en polvareda. There is no regret because there is no return, shall we say about it. Pero la cosa es que somos, dentro de nosotros mismos, un huevo en exponencia, en desarrollo, estirando sus ramas como un árbol para acariciar las afinidades. Nos llenamos las manos de tiza, suspiramos hacia lo alto, besamos y nadamos en agua fresca, todo para demostrarnos que somos capaces de elegir . Pero sin embargo nuestros ojos no son capaz de ver más allá de la renuncia, de lo que vamos a dejar atrás, y que no haya vuelta significa que las decisiones son las que priman. Vamos a ver abanicos flotantes que nos ofrecerán más drogas, más estudios, más viajes, y los contrarios a ellos, vamos a ver tal amplio espectro que probablemente caigamos al piso redondos, de forma irremediable caeremos muertos de impresión sobre las blancas lozas. El recuerdo, ¿palia el dolor? Las lágrimas, ¿supuran el amor? Las decisiones, ¿ nos dan la virtud? ¿ Para qué perder el tiempo contestando estas preguntas? Las respuestas las hallamos dentro de nuestra propia experiencia.

Una Navidad acomplejada.


Uno a veces se siente lleno por el propio hecho de estar acompañado. Deberíamos hacer memoria en esas épocas de navidad, en las que la familia está unida, incluso para vivir esas tragicomedias de infarto que muchas veces suceden, que si son tristes, pero nos pillan bien acompañados. Bien, pues el propósito de los villancicos es exaltar esa unión majestuosa, esa cadencia de vidas distintas unidas en un solo hilo, cantando con una holy voice, recordándonos que la Navidad no es una época para estar solo. Y no para ahuyentar el suicidio que aparece frente nuestras vidas, como una opción alitúrgica contra el moho y la sociedad (también incluyo la saciedad), sino para revivir el simple hecho de poder sentir un canto , una presencia, una mano, el acto más feliz del mundo que es cenar en medio de algarabías calientes y de platos hondos.

Yo no sé si creo en Dios. No me llamaría agnóstico, puesto a llamarme así de alguna forma, preferiría que me llamaran algo como langostino, algo más inocuo y que no altere mi condición. Pero si es cierto que viene a salvarnos, que viene a mecernos en unos brazos ( sin saber si son firmes) y a escondernos en un verbo ( sin saber si está conjugado), tenemos que estar agradecidos por eso. Por el hermoso cuerpo que poseemos, el cual cargamos de desprecio y escupimos ante el espejo, al que sometemos a cultos y a dietas insanas. Por la hermosa belleza interior, un aura que refleja como un faro, la luz pura de la luna incidiendo en nuestros corazones. Debemos estar agradecidos por estar respirando, por sentir un hondo y profundo beso mientras la vida va fluctuando. ¿ Por qué hablo de esto en abril? No lo sé, pero es como omitirlo por el simple hecho de que no va a suceder jamás. Está más cerca de lo que nosotros creemos, no está en los regalos, ni en las fechas señaladas, ni en ese almizcle que se te desmenuza en la boca al morder el turrón y el cava. No está en el regocijo de todo lo que tenemos, de todo cuanto poseemos. No señor. Todos estamos equivocados. La navidad está en la persona más cercana a ti. La estrella de Oriente refulge en sus ojos, y el vino que Cristo te da a beber está en el néctar de sus propios labios.

Puedo concluir, por tanto, que tanto el amor, la felicidad, y concretando, la Navidad, se encuentra a un abrazo de distancia.


P.D: Vuelvo al blog porque soy un egoísta, un egocéntrico, un necio, porque quiero que me lean. Pero sólo que me lean aquellos que realmente se lo merecen. Aquellos que creen que hay un mundo para todos.

Por cierto, no le digan a nadie que me leen : Será nuestro pequeño secreto.