No dejes de seguir al conejo blanco

No dejes de seguir al conejo blanco

jueves, 30 de diciembre de 2010

El hombre al que le costaban los comienzos.

"Probablemente esta sea la última entrada del año. Es hora de pasar página, de volcar las virtudes veniales hacia uno mismo, de rechazarme a mí mismo para intentar saber cómo aceptarme. Ha sido un año triste, en general, pero como todos los años hay ese resabio de " lo hemos pasado mal", es una condición a la que uno está acostumbrado si sabe lo que es vivir. He ganado, he perdido, he llorado y he reido. Pero al fin, me he entendido, y al fin, me he completado. Creo incluso que me han completado. Lo malo del paso del tiempo es que quedan a lot of memories to regret about, pero eso implica ser valiente y saber seguir adelante. En seis días se me establecerán normas, me veré con ataduras impuestas, tendré que comenzar a ser de otra manera. Es lo que toca porque toca y no hay backstage. Pero además yo soy ese hombre que desearía volar, volar hacia tierras andinas en las que hace un año devoraba con ansiedad sopaipillas, mientras deseaba que aquella sensación de libertad no se acabara nunca." N. del Autor



Faltaba un día para que se acabara el año funesto. Él había sido un depredador tácito, parecía que por cada calle que había recorrido se había llevado un balde de soledad. Vivió en su modesto pisito madrileño hasta que se vio en pos de tomar una decisión, un rumbo. Ni por asomo se le hubiera ocurrido pensar que la necesidad impuesta le arrojaría a esos extremos, que se vería colgado de un abismo, sintiendo la brisa entre sus dedos largos de depredador tácito, mientras los cóndores le miran mientras cae estando quieto en la pared.
Así pues, tomó esa inconstancia, la agarró del brazo y salió con un suspiro. Tuvo entonces la certeza de que no podía pasar ni un año más, de que tenía que hacerlo ya.
Enseguida se despidió de su cutre trabajo de oficinista, le lanzó al jefe un tintero para embadurnarle la camisa de esa viscosidad. Los compañeros de trabajo no habían trabado relación con él, así que salió por la puerta con viento fresco. No tenía familia, era un hombre de esos que se hacen a si mismo. Además pudo desperezarse de todo eso, pudo huir de todas esas luces inconexas, de ese Madrid puntual y exacto, de ese asfalto tan cuadrado que apabulle a la perfección.
Martín Franco necesitó salir de aquella burbuja de aire. Se tomó el primer avión que pudo comprar con toda la plata que había ahorrado (él como chileno le llamaba plata, costumbres de la lengua española tan variante) y se compró un billete para Santiago que salía en dos horas. Por tanto, se vio muy afectado al pensar que tenía que recoger su vida de esa forma tan fugaz. Pero sin embargo, no le acabó importando tanto. Cogió las maletas con sus cuatro cachivaches, y calculando con el reloj, había estimado que llegaría como a la una de la tarde del día treinta y uno. Y bastante bien lo había pensado, sobre qué hacer en ese nuevo comienzo, tan repentino, tan de él, y acabó decidiendo que lo mejor sería empezar el año donde quería acabar su vida.
Estuvo como inquieto en el avión, además no entendía la incapacidad de las personas para frustrarse con los retrasos, le parecía más una costumbre. Las horas se le desganaron lentamente, durante el vuelo solo podía pensar que era maravilloso volver a su tierra natal, que desde el Golpe no había vuelto, se dedicó a ser un español más, un equilibrista del tedio en busca de un trabajo cualquiera. Solo para ganarse la vida, pero más bien para ganarse la dignidad social (la vida, la gente no lo sabe, es realmente triste e inefable que no lo sepan, se gana de otra manera).
No se le ocurrió avisar a nadie, al fin y al cabo, a quién iba a avisar, a esas pololas que el tiempo ya había cubierto de polvo, y total para qué, si estaba más apurado que el carajo para morirse.
Nada más llegar, lo primero que hizo fue besar tierra. No sabía muy bien por qué, pero durante unos cinco minutos tuvo una jauría de curiosos haciéndole escolta, provocando una algazara alrededor de los mostradores donde se recogen las maletas. Ni le dio importancia, imbéciles, pensó. Estaba tan ensimismado que le importó nimiedades lo que dijeran de él. Compró algunos víveres, pensó en comprar cotillón como matasuegras pero no le hacía falta. Salió en una guagua rumbo a los andes, se recorrió los senderos del camino, estuvo indagando en su niñez en el tiempo que duró el viaje. Enseguida cambió su atuendo, no quería que le vieran llegar como un inaceptado, un irreverente señor europeo, destacando en un mundo que seguía llevando cierta indiferencia ante lo que fue una tierra patria común. Calzaba unas botas de caminar, las que le facilitarían el ascenso, unos pantalones cómodos, camiseta de cuello de tejido fino, pero así mismo llevaba una chaqueta. Cuando empezó a ascender solo faltaban tres horas para partir el año. Se imaginó esas casas en las que estaban latentes las familias a punto de atiborrarse de comida y de pasarlo en grande, se vio entonces como un muñeco solo en mitad de la inmensidad de su tierra, sin mujer, sin hijos, sin pasado y sin legado. Pero no sin patria. Entonces siguió, pero vio por su reloj digital que se le agotaba el tiempo, y no pudo llegar hasta el ascenso que él hubiera esperado. Tuvo que pararse en una lomita, descargarse la mochila y buscar el lugar adecuado para partir el año. Vio que en uno de los desniveles podía acceder hasta un acantilado escarpado, donde tenía espacio suficiente de anchura como para él y la mochila.
Entonces se vio en esa inmensa vastedad de montañas, el cielo muy límpido y las ganas maravillosas de anclarse ahí para siempre. Faltaba un minuto
Entonces se vio en el sueño que tuvo, como verdadero animal, como depredador tácito que acechaba a los carroñeros, mientras los cóndores esperaban su caída al borde del precipicio. Pensó en el cumplimiento de ese sueño, de la necesidad de que todo se cumpliera, sin dejar pasar un año más. Saltaría para fundirse con el propio comienzo de su muerte, se alejaría de toda convención social y toda atadura. Pero primero, tenía que comerse las uvas, contar los tintineos de su reloj digital y comérselas una a una, como manda la tradición para tener un año de buena suerte.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Préambulo de las cosas que adoras

Luego ya se iban y ahi quedabamos los dos y nuestras anatomias en tu piso, con miles de planes por delante...

domingo, 26 de diciembre de 2010

Expedicionario sin tregua

Y no sé cómo llegué a esa selva espesa, cómo de forma insondable me perdí sólo. Mis amigos me dijeron que no lo hiciera, que la cosa me venía grande, que era muy costoso, no estaba mi cabeza a la altura de mi arrojo, no podría hacer nada, tras la expedición de mí no quedaría nada. Quedarían puñados de tierra manchando mis cuadernos, bañados con mi sangre el intento de escalar cumbres más altas.
Es cierto, era cierto, la época me condicionó, era como estar metido en un frasco de formol y estar agitado. Siempre fui a dármelas de romántico, de escribir a máquina, pero el sedentarismo me había atado y todo lo que leía eran hojas viejas, no tenía la capacidad de embarcarme hacia tal envergadura. Salía sudando de cada encuentro, y cuando estuve dentro no hubo vuelta atrás, estaba metido allí y aquí en medio de la espesura, de los árboles que me dejaban obnubilado, con la boca abierta me dejó la selva. Apenitas traté yo de sacar mi machete, de colocarme como pude, me remangué la camisa e intenté hacerle frente. Pero siempre que hendía las manos en aquella bestia, me miraba con un solo ojo, ese color azul opiáceo que me decía desde su media cara " Ya te la hice", y en un sobresalto me daba cuenta de que otra vez me estaba engañando, y me quedaba sorprendido con las manos sueltas, llenas de tierra, donde acabarían despedazándose las manos mientras escribía y manchaba los cuadernos de la tierra y la sangre de la cacería. Y cuando creía averiguar su modus vivendi, cuando a mis ojeras se les paliaba el pálpito por creer haberlo descubierto, volvía a llorar sobre las hojas secas, me di cuenta de que no me había metido en otra selva, sino en otra Tierra, tierra sin mayúscula, una Tierra más ingente, donde cada hoja es nimia, y yo soy una hormiga intentando cazar la inmensidad. De toda esa horripilante historia, sabía aún así que había perdido, y de toda esa manía persecutoria solo quedaba un eco lejano de radio que en 1984 anunciaba horrores. No fuimos abducidos por la política intransigente de los grandes organismos demagógicos, no, papá había muerto, el padre de toda la madreselva, el joven anciano que estaba inherente en su propio tiempo, en 1984 un golpe fatídico de su enfermedad bastó para devorar a aquel recopilador de bestias, creador de modelos para armar y de juegos de niños.
Siempre, tras encontrar (más o menos) el portal para volver a mi propia cotidianeidad que combatía con la suya, sigo leyendo reseñas del mundo, de lo que fue, de los homenajes etéreos de tanto premio Nobel que le agradecían la existencia, sus vivencias, sus estancias... Fue un hombre estanciado en algo que no se describió jamás, fue en sí mismo un cronopio excepcional, espacial, revivió las creencias de que nada estaba escrito, y pudo renacer de una generación inadecuada, haciendo vivir a otra de forma entera. Borges nació con los gauchos de siete idiomas y textos en hebreos, fueron referente, fueron arcilla para el Dios de la literatura. El hombre en cuestión fue rey de la cotidianeidad, fue el que esparció el trigo por los montes altos para que se fueran fulgurando los campos mientras crecían con albedrío. Fue el eco de una religión, el fondo delicioso de un vino francés. Fue el padre y la madre de lo existente, fue un completo e inefable caballero.
Aún a día de hoy conservo el recuerdo vivo en mi imagen, de aquel monstruo infecto que encontré a punto de devorarme. Tras la luz de aquella penumbra, entre las ramas altas de la selva pletórica, el desmesurado bicho me miraba con sus ojos cyanúricos, y con su media cara, me enseñaba orgulloso cómo se podía leer " Cuentos Completos I". Algunas veces todavía tengo pesadillas, tan solo acordarme de cómo me miraba... A uno le entra el pánico y no sabe bajo qué piedra esconderse.

jueves, 23 de diciembre de 2010

La calle de las bombas

Se apuró con un resabio los buchitos de leche que le quedaron en el tazón de porcelana, y oyó ese estruendo al tragar que sonó como un estallido decrépito. Luego se relamió los labios con ese líquido color dorado, y con una servilleta de tela se limpió y seguidamente se preparó para colocar su cartera y sus útiles para salir a la escuela pública. Entre toda aquella maraña, él tenía once años y unos ojos pardos espesos y jocosos, una mirada risueña y algunos cabellos altivos, pero solo por la mañana.
Se puso su limpio uniforme azul que le daba el nombre al colegio, preparó el compás, que ese día tenía geometría; le tocaba deformar a menester polígonos, figuras absurdas y otro tipo de cosas para que en el día de mañana fuera un hombre de provecho... Le dio un saludo a sus padres, y con una sonrisa tierna, de esas que acarician el alma, le dijeron :
- Ten cuidado allá afuera, que hoy hay problemas con los servicios públicos. Si no puedes agarrar el transporte, papá te lleva al colegio en el coche. - dijo la madre con parsimonia.
Él se reorganizó la corbata, le quitó el albedrío a las arrugas de su camisa y se puso los zapatos. Mientras tanto, pensó en Silvia, niña de rizos de oro que se sentaba a unos pocos pupitres de él, que tenía una mirada que hacía arder en llamas la madera de los bosques noruegos, pero también tenía esa timidez que era casi una barrera infranqueable que solo podía saltar con una pértiga embadurnada en coraje caducado. Aún así, a él le encantaba imaginarse asiendo su mano, como si fuera una extremidad más de su cuerpo, y por vicio, sentir como si fueran gusanitos rosas esparcidos por su palma, cómo la suave caricia del vaivén de los dedos le hace pensar que está enamorado.
Cogió algún tomo para el ómnibus, estaba leyéndose Escuela de Robinsones, de Jules Verne, así que lo empacó en su cartera de cuero roído, mientras hizo un plaf que le desagradó muchísimo. Como todavía era temprano para ir al colegio, se puso un rato la radio en su cuarto. Empezó a jugar con las rueditas magnéticas que hacían crispar el ambiente como si fuera de platina, e intentó sintonizar algo de música folk. Se encontró conque estaban poniendo a Silvio Rodríguez, y lo dejó ahí, arpegiando.
Se sentó pesadamente en uno de los sillones del living, viendo pasar a sus padres en bata, un poco cansados y sorbiendo el café- acelerante como si les fuera la vida en ello.
Entonces oyó que, como cada mañana, había disturbios. No hacía falta tener sintonizada la BBC para saber que los problemas se extinguían más allá de las fronteras, ni que todos los llantos tienen distinto pH según del país del que vengan.
Se le hizo un crujido en las piernas al estirarse, y pensó que tras el arrullo del sonido de la radio ya había tenido suficiente.
Así que fue bajando los escalones paulatinamente y con mesura, mientras el aire se filtraba con el hedor espeso de todas las mañanas a medida que iba descendiendo. Emergía un aire caliente como un carbón de barbacoa, y un aire de desesperación que prometía estar igual que todos los días.
Abrió la puerta con crudeza, y emergió un aire hacia adentro del bloque, y la cerró dando un golpetazo.
El paisaje era igual de desolador que todas las mañanas, las ramas de los árboles se erguían como si fueran cadáveres, y los cadáveres muertos en la acera se erguían como ramas de árboles mustios en lo alto.
Se oían la sirena de los refugios anti aéreos, se oía a niños sollozar como si fuera un canto ritual, se oía a sus madres abrazarlos con tanto ímpetu que les desgranaban el sonido del pelo alborotándose con el hedor.
Se limitó a coger una flor amarilla que había crecido entre el pavimento oscuro y manchado en tinta roja, de esas historias que se escriben con armas. Mientras esperaba en la parada, vio cómo la gente huía, perseguidos por MK's y por pistolas, siendo coaccionados hasta que decían lo que no querían decir.
El ómnibus tardó ocho minutos, y estuvo mirando a un hombre que se desangraba en la acera de enfrente hasta que vio a Silvia sentada al final del vehículo, y entonces ordenó en su cara una sonrisa y se dedicaba a contarle las cosas que pensaba hacer de mayor, o simplemente cosas banales como el tiempo o lo parecido que era el día de hoy a los cuatro meses anteriores.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

A expensas del flamboyán


Cuando la tarde suspira, a nadie parece sentarle bien una lágrima, enjugarla con la esponja y entonces responderla con brevedad, como si fuera un abrazo patidifuso, envuelto en niebla.
Lo más triste es pensar que se caen las hojas, que da igual lo plural que se sienta uno porque se acaban desvaneciendo con cualquier corriente de aire o con alguna espontaneidad, lo más triste es pensar que venimos y vamos de y hacia alguna época. Es cansado pensar que vivimos sin un destino, que somos esclavos de la expectativa pero que no tenemos rumbo.
Es triste pensar que la Biblia tiene razón al decir que los Hombres somos de arcilla.

Con favor de viento, con viento a favor.

A Ernest Hemingway

Ocurrió esta historia dada a un marinero en un puerto de New Orleans, cerca de esas casas donde Keneddy Toole se quitó la vida por no haber publicado su primera, póstuma y única novela, "La conjura de los necios".
Aquel día hacía un sol espléndido, y el marinero decidió echarse a la Mar con todo su buen talante. Arrió las velas tras recoger los arpones y desenmarañar las redes, y en seguida y gracias al viento de tierra, partió surcando el agua.
Llevaba toda la vida fascinado por la Mar. Por su color, su tesitura, su razón de ser... Lo que pasa es que él no lo sabía. Creían los antiguos egipcios que el ámbar es lo que sale de la superficie de la Mar cuando le da el sol. Para aquel marino no hizo falta más oro bruñido que el verse rodeado, aislado, exiliado, entre litros y litros de agua. Era un náufrago orgulloso de su Patria Nueva, sin embargo había tantas cosas en tierra que lo amaban, su hijo pequeño, su mujer... A su fibra moral no le afectaba, sin embargo, el hecho de crecer desmesuradamente, el hecho de irse haciendo más y más viejo y de que las arrugas estaban cada vez estaban más hendidas en la piel salitrada. El espíritu lo tenía como el de un niño enfermizo, un niño bucólico pero enamorado.

En aquel día tan esplendoroso, una gaviota con el pico pardo se le aproximó, diciéndole :
- ¡Ah del barco, capitán! !Veo sus ánimos decaídos, acabo de venir de las Antillas y no conocí a marineros más felices! ¡Debería usted alegrarse el día, capitán! Tantas cosas bellas bajo y sobre el agua.. Como para no disfrutarlas, creame.
El capitán tenía la boina un poco ladeada, y estaba mascando con indecisión tabaco puro, mientras miraba a los celajes, el vaivén de las olas, apagarse unas a otras. Ni siquiera parecía prestarle atención a la gaviota, pero finalmente decidió hablarle, por estar cansado del hastío de haberle susurrado tantas promesas al mar.
- No puedo reunirme con mi verdadero amor. Es algo que no entienden ni siquiera las gaviotas. Estoy condenado, estoy atado a regresar a puerto con el pescado, con las cacharras y los aparejos, estoy condenado a vestirme de luto para ir a un entierro. Soy triste siendo preso en tierra, aunque cuando surco la Mar realmente sea un esclavo de su cadencia. Pero a eso no se le llama esclavitud, a eso se le llama entrega.
La gaviota se quedó pensando a una sola pata. Era un hombre muy singular, de aspecto pacífico, pero que no lograba comprender como persona.
- Si por qué no lo amas, lánzate a él, deja que tus ojos se irradien de locura.
- Qué dirá la sociedad... Seré un pobre loco, un anacoreta que eligió una vida que no debía de haber tenido.
- Y sin embargo, fue la que quiso, la que él eligió.
El marinero se quedó pensando. Estaba solo con la gaviota en la cubierta de parqué, y los sonidos de zozobra del barco producían tintineos oscuros en los cabos y en la zona del foque. Hacía ya varias millas que debería haber cambiado el rumbo; se estaba saliendo de la zona de pesca cercana a New Orleans.
- Pero debo regresar al puerto de Gobe, es el lugar al que debo pertenecer, tengo una etiqueta, soy un individuo, un marinero que debe cumplir.
- Renuncias a soñar, te das cuenta, ¿no?
- Pero así no debo ser... ¿qué hago con todo eso que estaba antes que el Mar, qué hago con eso que me fue dado en sociedad?
- Debes saber que el Mar estaba antes que tú, que la sociedad y que tu mujer. Creó todas las cosas que únicamente necesitas. Y lo único es que no necesitabas estar con el mar porque no lo conocías, pero él es tu todo. Y nada te hace más feliz.
- ¿ Cómo lo sabes? - dijo el marinero incrédulo.
- Conozco a la bella dama, de dedos finos y cabellos negros y hermosos que creó el mar. Se llama Tacilana Maro, y ella es la razón de que el mar fuera creado, para atraerte explícitamente, hombre de corazón grande pero débil.
-¿ Ella me está esperando?- dijo el Capitán.
- Lleva esperándote desde hace tiempo, esperaba a que te dieras cuenta por ti mismo - le respondió la gaviota.
El Capitán tenía un lío en la cabeza. Todas las decisiones, las que son para ahora y las que son para después, las que repercuten drásticamente y las que no. De entre todas ellas, solo escogió la que le alimentaba el alma, la que le daba une façon d'être...
- Quiero huir por encima de todas las cosas, de aquello que me viene dado por naturaleza, quiero reunirme con el verdadero placer de vivir. Quiero reunirme con Ella.
Y diciendo esto, el marino se quedó sentado mientras surcaba con rumbo fijo, hasta que fue ahondando en el mar cada vez más y más, y por fin, gracias a la falta de pretensiones, fue feliz para siempre...

Proverbio chino

lunes, 20 de diciembre de 2010

Bajo sospecha por no ser ciego

- El caso se cerró por falta de invidencias

domingo, 19 de diciembre de 2010

Faros

La función es bien ridícula, pero es tan compleja que nos es necesaria en todos los momentos, sobre todo en la honda negrura de la noche.
Muchos viajeros se han perdido en mitad de la noche, sobre todo barcos grandes, de esos que huelen a brea y a pescado ensangrentado, y necesitan mirar por encima de las olas para levantarse el hastío del aura, y entonces creen ver un hálito de luz girando fijo sobre la superficie del agua. El trozo de iluminación recorre diáfano la superficie ponzoñosa del mar, siempre tan intranquilo. Es como una cuerda para tirar de los cargueros, una necesidad para poder llegar a tierra. Entonces es cuando se encuentran a sí mismos, finding the way back home, y verán lo que vieron al partir, las sirenas del puerto, el rompeolas maldito, regresarán a casa gracias a esa enorme pieza que tanta luz emanaba.
Les dio una dirección.
Les dio vida.
Les dio amor.
A día de hoy, un marinero está torpemente perdido bajo una higuera, esperando encontrar su propio faro...

El científico inexistente

"...pero lo único que no puedo hacer con todo esto, es demostrarlo!"

sábado, 18 de diciembre de 2010

El pasado y otros fantasmas

Debo desprenderme de esa capa de pasado que me atormenta, que es capaz de taponar mis días mustios y perseguirme. El pasado sabe todos los recuerdos que le debo, espera poder cobrármelos algún día enjuto en su traje de paño y alpaca, como si de una deuda vulgar cualquiera se tratara. Sin embargo, él es dócil, no, realmente el pasado no es como lo pintan. Es un grupo de ronroneos de persona, un tratado empapado en leche que nos recuerda los actos derramados, no es más que un vulgar señor que hace lo que puede, su trabajo, y con eso apechuga.
El culpable indiscutible de los llantos al ver fotos antiguas, es como el brindis de haber robado toda la esperanza en un momento álgido, es como ese hombre triste que acaparó la nostalgia en su tumba personal.
Pero es nuestro futuro roto, lo que fuimos en espera de lo que seremos, lo que nos enseñó. Es tan parte de nosotros que a veces nos llegan escalofríos de cómo es capaz de acordarse de nosotros. Pero aún así no estamos a salvo, nuestros actos caen una y otra vez como gotas en la lluvia, un golpeteo incesante contra los cristales del coche, estamos condenados al fracaso. Ni siquiera podremos salvarnos de un desamor, de una traición, de un sentimiento indoloro de pura ignorancia.
De la tumba. De eso es de lo único que estamos a salvo en el pasado.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El hombre arbusto

Cierto es que, a medida que el sol se yergue por el horizonte, las ramas se van secando y desprendiendo del rocío, por las hendiduras de materia muerta van desapareciendo los copos de una noche fría y las hojas se abren en abanico esperando que cante la mañana. Entonces, me levanto, estiro mis oriundas manos de madera y acaricio el aire. Hace un día muy bonito, pero sigo enterrado aquí, en mitad del bosque silencioso y en tierra fresca me voy hundiendo. Hay sombras entre los vetustos ramajes, pero yo estoy tranquilo, no hay motivos para no estarlo. Mi personalidad se levanta como las nubes con viento, miro al bosque y solo veo nidos rotos, no hay un alma en metros a la redonda. Un pájaro me picotea la base del tronco; al principio me hace cosquillas pero luego me hace un daño infernal, tengo que sacudirle levemente con uno de mis tallos para que salga volando hacia otro lado. No sabe mi alma qué pensar, mi alma está vacía y hueca como una flauta de madera, pero a la vez está lleno de inquietudes que no saben detrás de qué piedra esconderse. Muchas veces pensé en que algún día hendirían en mi sangre blanca el hacha afilado, o que de un golpetazo de ventisca saliera monte abajo, teniendo mis raíces como un pelo mustio y engangrenado. Pero es gracias a esa necesidad de no saberse morir, de esperar al filo de las líneas de lo imperceptible a lo que me mantengo lozano, sabiendo que las hojas se caen en otoño, y el río se oscurece con lluvia. Lo que más me produce extenuación son todas esas ramas, duras, gordas o blandas, flacas, de ellas cuelgan el preciado fruto de lo que más amo, es en ti mujer donde encuentro todo ese fruto que hace peso en mis largas extremidades, la verdad de querer ser arbusto por la razón de vivir, de poder acercarme a los labios de ti, mujer, y poder besar esos labios que parecen un higo recién abierto...

martes, 14 de diciembre de 2010

"Un hombrononón"

En apariencia, todos los hombres estamos tranquilos y serenos. En apariencia todos somos dioses, parecemos témpanos de hielo con ojos en relámpago y nariz que huele a barbitúrico. Parecemos efigies hechas de porcelana, inamovibles como el viento del desierto, cambiantes como las propias dunas que son movidas. Somos todo huesos, todo carne, todo aire, y estamos vivos mientras vamos muriendo. Pero seguimos siendo hombres. Y ahí está el problema, tener que llevar a cada lugar de las calles nuestro compromiso, el seguir teniendo barba, el seguir llegando tarde, el seguir defraudando a las mujeres mientras esperamos un hálito profundo en esos ojos de gatas persas amansadas, acostumbradas a tener que vivir con la imperfección en el otro lado de la cama. Mientras tanto, nosotros tenemos que mantener el tipo, seguir viviendo al otro lado del espejo mientras vemos cómo nos atacan los años, la calvicie, las ganas de hacerlo aquí y allí con esta y con la otra, tendremos que luchar feroces contra una próstata sin retorno, con un crujir de rodillas constante. Seremos toda esa serie de desgracias dentro de una misma piel, aspirando a ser sinceros, añorando ser más simples, pero en muchos casos, deseando estar muertos...

viernes, 10 de diciembre de 2010

Holy Night

Magnificamos el acto de estar junto a las personas que más queremos para darle mayor sentido a esta época del año. No hace falta el nacimiento de un salvador para relacionarnos entre familiares y amigos, compartir un polvorón y, quién sabe, una mirada indiscreta bajo el muérdago. Pero el caso es que hoy me siento navideño. No es esa especie de espíritu que se nos agazapa en el interior y nos dice que somos niños crecidos, que no caben en sus calcetines rotos, que ya han parado de llorar porque no queda más motivos por los que hacerlo.
Compartir es algo tan grande que pocas personas se hacen idea de lo que supone para algunos, pero lo cierto es que esto parece más un recordatorio para mí mismo sobre cómo recordar a la gente que más amo, y cómo debería repartir ese amor en la época más feliz del año. Pero también es la que mayor índice de suicidios tiene, nada tiene un blanco sin su negro.
Pero quedarán blocs en blanco esperando ser envueltos en tinta, y quiero que quienes escriban en ellos conmigo sean personas como las que un día me dieron y enseñaron tanto, personas que me han dejado marcado para toda la vida. Desgraciadamente, no puedo poner nombres, me olvidaría de alguien y no quiero ser grosero...
El caso es que solo quiero profesar dos palabras que salgan de mi boca un poco antes de tiempo para demostrarme a mí mismo que los años son parejos en el calendario. Pero por toda esa gente a la que me gustaría demostrarles mi afecto y, por motivos circunstanciales o espaciales no puedo, debo decirles que les sigo amando desde el primer día que nos vimos, en este mundo mágico que nos empeñamos en llamar " Realidad".
A ti que lo lees, te quiero. No, qué coño, te AMO con todo lo que puedo ser.

Feliz navidad

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Enseñanzas de Buda

" Todo lo que haces de bueno, en ti queda. Todo lo que haces de malo, en ti queda." Siddhartha Gotama

viernes, 26 de noviembre de 2010

Hopeless

"La esperanza es el hermano menor del fracaso, pero la hermana grande de las desilusiones."

martes, 23 de noviembre de 2010

La casa Música

Aclaración del autor :
" Debido a que cumplimos las bodas de oro en el blog (50 entradas con esta), me gustaría colgar este cuento que espero alcance mayor consideración, ya que no sé por qué es una idea que siempre me ha atraído. Simplemente eso, y que prospere mi mediocridad."

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Estaba en lo cierto, desde que llegó en 1998 lo que más le había sorprendido era la colocación nefasta de los sillones verdes del living.

“ Qué forma más desorganizada, parece que estos muebles estuvieron colocados por un huracán” pensó Louis cuando sacaba volutas de vainilla por su pipa rancia.

Llegó en un tormentoso mes de noviembre, cuando el frío le mojaba los ánimos y la lluvia le mordía la gabardina de color beige. Paul le había advertido, que ese clima tan advenedizo era como un rayo de sol en una heladería, y que de Nancy a Zaragoza había bastantes escalas evolutivas. Después de esa conversación arrogante, Louis se tomó como una consideración personal sobrevivir una semana en la ciudad, solo para darle con la puerta en las bembas a su colega, que a parte de francófono, era gilipollas. Así que empacó una vieja maleta con camisas y perfumes, algún que otro vaquero, un libro de Zola y folletos de Víctor Hugo para leer en el avión, y como si no tuviera otro propósito, al igual que un musulmán que emigra hacia la Meca, hilvanó sus pasos para estar el día trece en el Charles De Gaulle una hora y media antes, teniendo precaución de los buitres de las compañías aéreas.

Al llegar a ese conjunto de piedras habitadas, no supo cómo orientarse. Es más, no supo el por qué Zaragoza, teniendo la fantástica casa Batló a algunos kilómetros. Le pareció estar embutido en una causa absurda y sin remedio.
Mientras una llovizna caía despendolada del cielo, él giró el picaporte del hotel que había reservado por teléfono. Una señora con surcos finísimos en la cara parecía sonreírle de forma tierna, mientras un viejo ( que pudo intuir como su marido) hacía ademán de recogerle la maleta. Nunca se había fijado, pero a la luz de los candelabros aquella noche la maleta parecía un monstruo marrón ofuscado, además de que el barro le daba un cierto aire de sufrimiento.

Le dieron de cenar una sopa de cebolla con longaniza, y mientras alzaba cada cucharada podía sentir el dolor que sentía en sus ojos por el cansancio del viaje.

- Evaristo y yo adecuamos la casa para poder habitar a personas… - decía la mujer mientras él devoraba con ligera ansiedad la cena. – Es la forma de ganarse unas perrillas, y más ya sabe con el cambio ese del nuevo euro

Hizo como una pequeña mueca de sonreír, mientras su marido le miraba mientras asía la cuchara, con una expresión entre familiar y desconfiada.

La sopa sabía demasiado a cebolla. Se la terminó sin rechistar, y preguntando si se podía fumar rellenó otra vez su pipa; entonces vio cómo el humo ascendía libremente, enredándose en la lámpara de araña, como si tuviera una telaraña de verdad.

Se tuvo que recoger enseguida, estaba demacrado por tremebundas horas de avión. Aún así agradeció que no fueran tan largas, recordó el vuelo que hizo a Cuba en el 94 y de cómo se le quedó el culo con aspecto de masilla, como si casi fuera un moldeable yogur.

Cuando llegó a una habitación vistosa pintada de verde colocó su gabardina sobre una silla raída, de forma que su abrigo daba la forma de que había un hombre jorobado en la habitación. Se descalzó los mocasines y echó un vistazo por la ventana para admirar la Basílica del Pilar. No era muy devoto, pero ya se sabe, quien vive en Nancy, generalmente en París, tiene que gustar de todo ese tipo de estructuras ( a veces pensó que hubieron siglos en los que el hombre no construyó otra cosa).

Se sentó en la mullida cama y desenfocó la vista hacia arriba. Vio los desconchones del techo y alguna presencia de mosquitos. “ Merde, me dejé la crema encima de la mesa de estar” dijo con remordimientos.

Se quitó los tejanos y abriendo a medias la cama se introdujo, mientras apagaba la luz que estaba al alcance de su brazo.

No habría pasado ni cinco minutos desde que intentaba dormirse cuando oyó un ligero tintineo, casi imperceptible . “ Me encantan los sonidos de la calle”. Sin embargo, a los diez segundos se hizo un poco más fuerte. Le pareció el mismo sonido constante, como si fuera un diapasón. Luego oyó como una especie de golpes sordos y repetitivos, parecidos a un tambor tribal. De repente, y sin dudarlo un instante, oyó el Sol de una trompeta.

Ce n’est pas possible” pensó Louis. Acababa de oír perfectamente el sonido de un instrumento.

Rápidamente, se incorporó para asomarse a la ventana. Intentó averiguar si los sonidos venían de la calle o si no había sido más que una mala pasada de su indecisa imaginación.

Al mirar al reflejo de la noche de Zaragoza, no vio alma en la calle, ni trompetas ni banderas ni desfiles, ni siquiera un perro vagabundo acompañando a la luna. Nada. Ahí estaba el pavimento, con algunas piedras mal puestas y con sombras envolviendo todos los callejones. Ni un solo indicio de música. Podía ver el color naranja que le inspiraban las farolas, podía sentir el frío de la oscuridad de la noche abierta, pero nada más.

No le dio mayor importancia, colocó bien los postigos de la ventana y se acostó. “ Te estas haciendo mayor” pensó para sí.

El incidente de la noche anterior no había sido tan especial como para mencionárselo a los dueños de la casa, seguramente pasaría de vez en cuando alguna tuna de celebración, y no quería parecer un chovinista escéptico. Así que durante el día recorrió la ciudad con un panfleto cogido de la estación de autobuses y se tomó un refrigerio con algunas tapas en un bar de una calle angosta.

Llegó a pensar que todos los crepúsculos son iguales en todas las ciudades, que parecen fundirse como si se uniera todo el amasijo al caer la tarde. Entonces pensó que viajar era innecesario. Luego pensó que era absurdo, “lo mejor de viajar es viajar”.

Habían pasado ya tres días de la semana y media pactada con Louis, y dos desde el “incidente” de los traqueteos nocturnos. De ninguna manera se sentía intrigado, simplemente le extrañó no encontrar a nadie utilizando un instrumento a la hora en que los oyó. Pero le había deshilachado la importancia al día siguiente, y prosiguió sobreviviendo entre muros altos y de piedra fría, como ciudad burguesa que era.

Al volver a la habitación pudo sentir una corriente de frío en la pierna, pero no le dio importancia. Acababa de comerse unas migas de pastor en la cocina con Mariel, la anciana que le dio hospedaje, y hoy se había recorrido parte del casco viejo. Sin embargo, la curiosidad le pudo como para preguntar por los ruidos mientras cenaban.

- Digame, hay muchas bandas de música por esta zona al anochecer, ¿cierto?

El marido y la mujer se miraron con ciertos recovecos de complicidad.
- Y bueno… - dijo Evaristo con una mano en el mentón- A veces, según si se quiere honrar alguna festividad, pero no demasiadas, no… Creo que deberías ir a preparar café querida.

De este modo, interrumpió la conversación y la mujer fue a preparar algo de café para los tres. En vista de la importancia que le daban los demás, Louis pasó del tema y les preguntó por una oficina de correos para enviar postales franqueadas.

Antes de irse a acostar, y para combatir la pesadez del insomnio, se puso a revisar la casa. Le pareció bastante bonita, pensó qué clase de artificios hubo de soportar durante los ochenta años que llevaba edificada. Vio también los típicos candelarios horteras y los cuadros estrafalarios, que solo se cuelgan en las paredes por compromiso o por mal gusto.

Encontró en un lugar apartado y vedado por el polvo un estante que tenía los cristales casi empañados por la humedad breve de la noche. Louis cogió la corbata y limpió una parte de la vitrina de la izquierda. Vio la foto de un muchacho algo famélico con una levita de paño negro y una trompeta, mientras caía al fondo un crepúsculo vetusta en un campo de yerba.

- Ese es nuestro hijo – le dijo la señora. – Murió una noche de marzo en esta misma casa, hace ya años. En un cuartito de arriba conservamos todos sus instrumentos, auque lo que a él le apasionaba era el jazz y la trompeta. Si usted lo hubiera visto tan ensimismado en sus ensayos y en sus…

- “Instrumentos…” – pensó Louis – Ahora lo entiendo todo. Debe de haber algunas grabaciones en el desván

Dejó que la señora terminara la retahíla, y cuando se iba despidiendo y yendo a su cuarto para acostarse, vio que su hijo había estado trabajando de músico con el título del conservatorio. Cuando iba por el séptimo escalón a sus aposentos se acordó de que no le preguntó de qué había muerto su hijo en uno de los cuartos contiguos al suyo. Tras pensarlo dos segundos no le hubiera parecido una pregunta apropiada, y disfrutó oyendo el rechinar del pomo de la puerta de su habitación ; le recordaba a lo henchida que estaba la luna en el cielo y al cansancio de su cuerpo.

Se acostó con la corbata a medio quitar en el catre, y no había podido ni desabrocharse sus vaqueros. Estaba cansadísimo, él era una extenuación en sí mismo. Cuando se apago la oscuridad bajo el efecto de sus párpados, comenzó a intentar soñar el día de mañana, quizá algún café en un bar cualquiera o la mirada de una muchacha en espera del intento de cortejo, esos juegos frugales, esas tímidas estupideces.

No podía creerlo, lo acababa de oír, acababa de sonar otra vez. Esta vez como golpecitos en la madera, como si fuera una batuta golpeando contra un atril. Una cuerda de violoncello tibia resonó por las paredes del cuarto. Se incorporó y se aproximó a una de las paredes. Pegó la oreja y pudo sentir la pared fría, y debajo de eso, el sonido de un cuarteto de cuerda con un piano de fondo. No, le parecía estar soñando, esto no podía ser real. Le gustaría tocar su cara y ver que no la siente, como pasa en esos sueños que creemos morir, y lo más dulce es cuando despertamos.

Se decidió a abrir la manija y a descubrir de donde venían los golpes, el piano, los sonidos. Oía deslizar su sombra por el pasillo, como si fuera un mueble más de la casa. Torció hacia un lado y hacia otro, desdoblándose como si fuera de chicle.

Al final llegó a lo hondo de un pasillo, y todo el sonido salía de ahí. La puerta emitía un resplandor por debajo.

Al abrirla, vio instrumentos por toda la habitación. Vio que estaban suspendidos en el aire, que había una especie de figuras multiformes sujetándolos. Se aproximó al atril y vio una masa igual al resto, sujetando una batuta un poco más larga de la habitual. Como si fuera un ofrecimiento, aquella masa le acercó la batuta a Louis. De repente, la corriente del pasillo cerró la puerta.

Paul llevaba intentando contactar con Louis desde que hacía dos semanas que tendría que haber vuelto. No cogía el móvil, no respondía al correo, no había manera de dar con el. Su amigo, temiendo por él, tomó un vuelo desde Charleroi una semana que le pilló allí un congreso, cuando realmente se empezó a preocupar por su paradero.

Llegó al hotel donde su amigo le dijo que se había hospedado y encontró un coche de policía en la puerta. Los dueños habían sido acusados de asesinato y fueron trasladados a la comisaría. Cuando Paul pudo hablar con ellos, la mujer le confesó :

“La verdad es que todo empezó cuando mantuvimos el cuarto con los instrumentos de mi hijo difunto hace catorce años, y una masa negra se filtró por primera vez en el cuarto, y se ponía a tocar los instrumentos, variando cada noche. En vez de llamar a la policía, puedo decir que esa masa que llegó al inicio nos convenció para quedarse en el cuartito de al final del pasillo. Nosotros habíamos empezado unos años antes de la muerte de mi hijo con la pensión, y nos dimos cuenta de que los huéspedes curiosos conseguían ser atraídos por la masa, y los acababa consumiendo hasta que acababan igual que él. Me fijé en los cambios del chico, en unos días tuvo los mismos síntomas que los demás. Estuvo extasiado durante los días después del descubrimiento, se dejó de afeitar regularmente y vivía sólo para dirigir el ensayo. Tocaban día y noche. Y la verdad es que en todos los casos esperábamos encontrar algún cadáver, pero solamente veíamos a esos redivivos; podría atreverme a decir que algún día se atrevieron a desayunar con nosotros. En fin, seguramente el joven ahora será un fantasma musical más, como les llama mi marido. Eso sí, tendría que escucharlos usted, no han desafinado ni una vez en catorce años.”

Mayo 2010

viernes, 19 de noviembre de 2010

POLVO

A Qué aspiramos es una pregunta tan intrigante que de mis ojeras salen gotas de humo que aplauden y secundan la moción. El polvo es lo que se rocía por las casas cerradas y vacías, es lo que acompaña al abandonado y arropa al ebrio en un bar de matinée. Es lo que sale cuando escachas un corazón roto, cuando las lágrimas se secan y se quedan en una encimera. Cuando corres, levantas polvo, cuando aspiras, respiras polvo, cuando te agitas el pelo, nace el polvo. Es nuestro medio, nuestra agua donde nadamos, lo que somos y lo que seremos, las estrellas que algún día brillarán, en lo que nos convertiremos.
Sé que tiene mal uso de "hechar un...", pero miles de palabras pueden hacer esa excepción y no verse afligidas por lo malsonante que rebota en nuestras cavidades; son capaces de negarlo un día con tal de ver que todo el polvo se une. Incluso al más abandonado se le reposa el polvo en el zumo de naranja del bar de los jueves, incluso a las abuelas les encanta levantar el polvo para infundirnos a todos la creencia de que los ciclos nunca mueren, y que el polvo tampoco. Nosotros sí, pero también somos polvo. Por tanto, vivimos mientras morimos, y nos acabaremos despedazando para acabar sobre las lágrimas secas de la encimera de alguien que ha llorado por amor.

martes, 16 de noviembre de 2010

Causa efecto de la globalización

"Hay algunos días que el hombre desea convertirse en piedra para vivir tranquilo, y hay algunas piedras que desean que al hombre le llegue su día para vivir tranquilas..."

domingo, 14 de noviembre de 2010

Spreeng


Todos buscamos que los pétalos florezcan cuando les cae la luz, que ese beso sea siempre para nosotros, que la carta que esperamos no se la lleve un mar de aire. Todos soñamos, todos somos nocturnos, todos veraneamos. Todos somos Shakespeare, Shakespeare somos todos. Entre los árboles fuertes nacen luciérnagas con piernas y hombrecillos verdes, en nuestra frente crecen las dudas como crecen en otoño los hongos. Cuando se mueven las hojas por la noche esperamos ver esa tímida brisa que arrulla el viento, esperamos encontrarnos con la muerte, pero solo de paso ya que siempre tendrá cosas más urgentes. Esperamos reposar en la yerba, fría y dulce del rocío, mirar al cielo y contar las tintineantes estrellas que nos acompañan. En una desfiguración borrosa, acudiremos al deseo, mientras el deseo vaga al infinito. Murmuraremos, protestaremos, lloraremos, nos dispersaremos... Todo hasta que dejemos que el amor nos haga a nosotros en vez de nosotros a él, y la noche se apague igual que el sonido de una orquesta cuando te adentras en un bosque, mientras el sonido se disipa en el final del sueño, hasta que agarremos la almohada y deseamos morir durmiendo para no tener que despertar...


PUCK. Si nosotros, vanas sombras, os hemos ofendido,
pensad sólo esto y todo está arreglado:
que os habéis quedado aquí dormidos
mientras han aparecido esas visiones.
Y esta débil y humilde ficción
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño;
amables espectadores, no nos reprendáis;
si nos perdonais, nos enmendaremos.
Y, a fe de honrado Puck,
que si hemos tenido la fortuna
de escaparnos ahora del silbido de la serpiente,
procuraremos corregirnos de inmediato.
De lo contrario, llamad a Puck embustero.
Así, pues, buenas noches a todos.
Dadme vuestras manos, si es que somos amigos,
y Robin os lo restituirá con resarcimiento.
"A Midsummer's Night's Dream", Final Act


jueves, 11 de noviembre de 2010

Oda a la diana.

Pasó silbando una bala a su lado
la miró con ojos oscuros, con tez morena
y a punto estuvo de morir en su condena
cuando se desvaneció triste su pasado...

Un dolor de nostalgia y sentido del deber,
amor a la patria y a la ley constante.
Carne de mirilla, persona interesante,
es su sangre lo que ellos quieren beber!

Si como hombre fuera muro, como muro estatua,
con el mismo temple se mantiene solitario
adaptando su realidad a una prisión mellada en lágrimas

Y hasta que no pueda tener paz en su rutinaje diario
no descansaremos hasta fusilar las ánimas
de aquellos que deben morir entre fuegos fatuos.

Saviano, has cambiado muchas vidas a cambio de atormentar la tuya. Para que después digan que Dios no existe

domingo, 7 de noviembre de 2010

Gajes de oficio, puro desperdicio

"... un escritor es aquel que saluda a la vida con un libro en la mano y un porro en la otra, pero ni se fuma el libro ni se lee el porro."

jueves, 4 de noviembre de 2010

Fábula sobre mi abuela

Mi abuela era una de esas que compraban el té helado para beber y lo metían en el microondas. De esas personas para las cuales las vicisitudes de la vida no eran sino un mero aprendizaje, una forma de demostrarse, tras su mirada canosa, que la rutina no le había absorbido por completo. Aunque, muchas veces me contaba las re-manidas historias de cómo mi abuelo tuvo que hacerse un tendero de puestucho de respuestos, y no estudiar medicina en Madrid porque era lo que Mamá Isabel, una matriarca de decisiones duras, no habría querido. Mi abuelito, en paz descanse, quiso seguir la carrera diplomática, pero escaseó el dinero y tuvo que quedarse hasta que le mató la diabetes.
Y ya habían pasado veintitantos años, pero a mi abuela le gustaba seguir recordando. El recuerdo para ella era como atarse con una cuerda a los baúles del pasado, y el otro extremo lo aseguraba en cosas diarias, como el periódico, el telediario, la mayonesa que caduca y el molesto dolor de las rodillas, que atacaban terriblemente el frío haciendo la acción de caminar más mecánica y más desvencijada.
Una tarde estaba empeñada en que nada era como antes, cómo había evolucionado con magnificencia los ritos diarios del ducharse, de la medicina, de la comida... Ella los soltaba como una puntalada de golpe, como esas corrientes de aire frío cuando se abre una ventana.
- Ay, querido nieto, si hubieras conocido los tiempos de antaño, los añorarías tanto como yo... - y es cierto que yo siempre fui un romántico, me encanta escribir a pluma o a máquina, cartas, con tinta... Pero uno tiene que saber sobreponerse a todo aquello que pueda hacernos la vida un poco más sencilla-. Era distinto.
- ¿ Cómo distinto?
-Pues la vida era más rudimentaria, pero no sabías la de bien que nos la pasabamos, en el campo, y sin tanto problema de tráfico y grandes ciudades que, Jesús, cómo la agobian a una...
- Pero abuela los tiempos evolucionan, tienes que saber adaptarte.
- Y bueno, pero las cochinadas de la inflación cada vez nos afecta más. Antes uno iba al cine con tres pesetas y le sobraba para comprarse un yogur, ahí en frente del Cuyás. Y no costaba todo tanto, oh, no, los libros valían 25 pesetas. Tu abuelo tenía un estante lleno de ellos... -dijo mientras me miraba con una mirada de melancolía perdida en las altas cumbres.
- Pero abuela eso es imposible por los tiempos que corren.
- Es cierto, antes el dinero era distinto... - dijo mi abuela mientras sus profundas arrugas se redimían.
- ¿ Cómo distinto?
- Pues no era un vil metal que fuera rulando de mano en mano como si fuera un insecto despreciable, con todas esas pesetas, comprábamos la felicidad.
Ahí me quedé ligeramente callado, intentando rumiar el concepto de felicidad.
Tras un breve silencio, me dijo :
- Pero y tenías que haber visto las relaciones familiares, hoy en día, con tanta maquinita uno se acaba volviendo loco, tintineos que van y que vienen... Antes no había nada como una máquina de escribir, tchin tchin y las palabras salían solas, esas Underwood si que eran buenas...
- Pero abuela, se traban muchísimo más que los ordenadores, es bastante más complicado escribir, y borrones, y eso...- le expliqué yo, a la vez que me intentaba excusar.
- Ah, tienes razón, es mucha complicación. Sin embargo, tu abuelo desaprobaría tanta máquina. Él se compraba con veinticinco pesetas ( lo que le costaba el Pirata, ya sabes, el transporte para ir de Las Palmas a su casa) un libro todos los días. Y se lo iba leyendo de camino a casa.
- ¡Pero abuela! ¡La distancia es tremenda! ¡ Es imposible que alguien camine eso todos los días!
- Es cierto... Hasta la distancia antes era distinta..

Moraleja : Las abuelas son un pozo inmenso donde se concentran la sabiduría, la locura y el entendimiento. Muchas veces llegan a rozarse entre ellas.

martes, 2 de noviembre de 2010

cruciâmentum

Que es el humano , defenderlo , cemento, industria.

Qué es el humano .

Definámoslo sin miedo. Un humano es parte de agua y demás compuestos químicos, irreverentes para lo que aquí se quiere hablar. Un humano son trozos de piel y sensaciones. Son decisiones equivocadas, cosas mal hechas. .Errores. El principio del humano es cometer errores. Dónde se quedó todo eso, ahí dejamos la naturaleza y consideramos que es más importante el avanzar que el considerar realmente la posición básicamente humana de una persona. Cuánto quisimos destrozar el medio, de una forma silenciosa estamos perforando nuestras entrañas, nuestras intimidades mas exhibidas al aire libre. No tiene que existir un motivo para las cosas. Las cosas son el motivo. No hablemos de funciones para crear, de necesidades que satisfacer. Si el hombre quiere escribir, coge un papel y escribe. No coge el último ordenador de cuatro procesadores o los que les vayan añadiendo según convenga. Esa no es la idea. El que quiera comer, que pesque. Podrá parecer idea totalmente radical . Pero aquí nada le va a demostrar lo que no sepa a nadie. Estamos dejando que en un fuego de consumición vengan las máquinas a demostrarnos que, habiendo salidos de nuestra propia Creación, son incluso más perfectas e inequívocas que los mismos padres. ¿ Qué hicimos, para qué carajo servimos nosotros? ¿Acaso no han traído las máquinas las desdichas con los progresos? ¿ Qué me dicen de la invención del revólver, de la guillotina, de la mecanización? Como acto de defensa, los seres humanos escupimos con ludismo hacia monstruos de metal. Pero ahora no, ahora somos nosotros las piedras y ellas los seres vivos. Con una batalla nunca se ganará una guerra.

sábado, 30 de octubre de 2010

Entrada nº 32 - "Nochenguecho"

"Según estudios del francés Acosième Perrant, hay determinados lugares donde la bruma no se filtra de la misma forma, sino que se queda como una capa espesa de metal azul, indeseable e intraspasable. Tras la publicación del artículo del reportero marsellés en la Revista Science, y más tarde en la reedición de un especial de National Geographic ( nº 48), millones de científicos salieron a cazar la bruma con todo tipo de artilugios, con cazamariposas, con cazos llenos de agua hirviendo, con ventiladores que habían trastocado para que hicieran el efecto contrario... Lo cierto es que no se había demostrado si realmente la bruma tenía alguna propiedad a parte de posarse sobre las aguas y entorpecer el paso de los enormes pesqueros de coraza perfilada, pero muchos pensaron que sería un avance para ellos tener un nombre entre la comunidad tras intentar poseer el que podría ser el quinto estado de la materia, si según fuentes bibliográficas, contamos el plasma entre ellos.
"La imposición de un metal- gas podría ser ese componente técnico que hemos estado esperando quince años en los departamentos de ingeniería, y quién sabe si en los hospitales con los nuevos componentes para curar el cancer" afirma Shaylor Ravenal , cuyo trabajo como jefe de departamento del Ala Aeronáutica del MIT le otorga cierto rango al hablar de este nuevo descubrimiento.
Incluso muchos historiadores hicieron un avance a la investigación, para no dar más nombres que probablemente usted olvidará al final de este artículo, diremos que uno de esos historiadores descubrió que ese proceso ( al parecer de condensación férrea) se debe a la acumulación de metales pesados, abundantes en las zonas pesadas donde, probablemente, se hayan filtrado de los altos hornos vapores plomizos. Pero llegó a corroborarlo más, llegó a especificar que sólo pasa en unas determinadas latitudes y longitudes de la zona, es decir es un fenómeno de tipo circunstancial. Este fenómeno, ocurrido sólo en periodos nocturnos, era bautizado por los habitantes como " Nochenguecho", aunque debido a la escasez de intérpretes y al mal oído de los integrantes de la expedición nunca se pudo esclarecer.
Al final se permutó con los habitantes una serie de concesiones fabriles con el derecho de explotación de ese compuesto químico que todavía ( estaban en ello) no había sido introducido en la tabla periódica, así que la vieja edición de Mendeleiev tuvo que ser reconstituída. Pese al paso de los años, no se ha podido averiguar a ciencia cierta el por qué de ese efecto brumoso, que hizo que las aguas turbias del norte de España nunca se pudieran ver con claridad. O por lo menos, eso pensamos hasta que James Davis sacó este libro."
Prologue of the book " A night in Getxo", by James Davis

viernes, 29 de octubre de 2010

Carta al fracaso ( de Lecciones de vida)

John Lennon dijo, en su tan famoso ingenio, que la vida es lo que a uno le va sucediendo mientras intenta hacer sus planes. Pues bien, todos sabemos que nada suele salir como lo planeamos, muy alineados tienen que estar los planetas o muchas veces tienes que haber besado una pata de conejo, para que la chica que te gusta te dedique una sonrisa o para que ese examen que llevabas mal estudiado sea calificado con un diez. O más difícil aún, que todo lo que pensemos o decimos no sea transformado en basura para meter en la papelera de la utopía.
Lo mejor de todo esto que nos sucede es que nuestro cuerpo y nuestra alma generan cambio, ambos sendos, los dos. Y como Darwin estableció que la clave es saberse adaptar, yo supongo que los baches en esta vida y las interrupciones no son más que un engranaje para poder aprender que todo y nada es verdad dentro de una mentira. Aunque nos sigan oliendo los calcetines a dolor y las manos a fracaso, debemos sobreponernos. Si no podemos solucionarlo, no podemos hacer nada excepto agradecerte tu razón de ser, señor Fracaso.
A ti va dirigida esta carta, que de esa forma atacas y a la vez besas a los hijos y a los ilusionados, a los padres y a los torpes. Haces que un armario deje de oler a naftalina para oler a fracaso, haces brotar y caer lágrimas como si fuera sangre de una ahora, eres tan despreciable que no se ni por qué te escribo.
Pero te necesito. Yo y tu amiga, el éxito. Me gustaría desesperadamente que dejaras de levantar un halo de falsas esperanzas y miserias a todos aquellos cuya suerte está echada, dejar de hacernos creer que por la noche dormimos y por el día soñamos.
Y sobre todo, deja de tirarme a escondidas a mi zaguán bolsas de corazones rotos.
Gracias

martes, 26 de octubre de 2010

jueves, 21 de octubre de 2010

Where is the love

Está en las tinajas consumidas por el polvo de los mercados sirios, está en esas gotas de lluvia que se desparraman asfixiantes contra un cristal. Está esperando ansioso a que dobles la esquina para que lo noquees y te pueda invitar a su boda. Está en los tambores de carnaval, en la serpentina absurda volando sobre nuestras cabezas. Aspirando el aire, danzando los corazones, esperando insigniticante en una esquina de tu cuarto, esperando que apagues la luz para entonces envolver a todos los mosquitos en un aura que huele a puerros.
En el remoloneo de una caricia se esconde un monstruo peludo y agradable, que huele a almizcle de rosas y chicles de melón. Se ordena los cabellos con los vientos del norte.

lunes, 18 de octubre de 2010

Reflexión.

De antemano pido perdón por la brevedad, y también por darlo en forma de pensamiento suelto y muerto, próximamente prometo un cuento. Hoy, necesitaba reflexionar sobre la condición humana.


A veces es importante almidonar ese punto blanco y vacío de tu cabeza, esa bola redonda que tienes como referente, como haz de luz y guía de norte, para dejarte llevar ( y con esto, me explico).
Es muy fácil creer que la vida es una suma de casualidades, o un logaritmo que se resuelve con una calculadora o con alguna intrínseca parábola, o alguna pregunta metafísica que encontraremos en un libro de Hume.
Pero lo cierto es que los humanos somos mulas, poseemos una carga tan limitada que es fácil oir ese chasquido fúnebre de cuando se nos parte el espinazo por todo lo que cargamos encima. En la lengua anglosajona, esta expresión se llamaría " Lean on somebody", alguien sobre el que dejar recaer ese bloque de cemento que la naturaleza nos puso sobre la espalda.
Debemos dejar de buscar culpables en torrentes de sangre, ni cuchillos afilados para desangrarnos con más razón. Admitir que la culpa es inmutable, que no podemos usar alquimia social. Que las amistades son las piedras preciosas ya dadas, que todo en nosotros es apoyo, recurriendo al poema de Neruda de " todo en ti fue naufragio" ( Canción desesperada). El libre albedrío al que debemos someternos debe ser bien medido sobre nuestros actos, y por eso conservar el mayor número de relaciones posibles, para poder compartir amor. Repartir amor, sentir amor. Por eso, si alguien me llama a las tres de la mañana para contarme que el abuelito se murió, que cayó la muerte sobre sus palmas blancas y aciagas, con esa sonrisa fosforescente de vida plena y tanto rencor reprimido, lo mantendré al teléfono y me limitaré a escuchar. Porque no me hace falta ser ni filósofo ni psicólogo para saber que, la mitad de los lamentos de pena del inframundo son palabras pidiendo ayuda.

jueves, 14 de octubre de 2010

Ojalá las guitarras.

Silvio se levantó esa mañana con el arrullo esperanzador de una caracola de tierra. Tenía un avión que salía de La Habana a las 9 a.m., tuvo que pegarse ese madrugón con resignación para colocar su equipaje en la puerta y que le vinieran a recoger en un auto negro.
Parecía cosa de gángsters, pensó, en un auto negro como si lo fueran a retornar a su familia en una bolsa de basura. Se levantó a eso de las seis para darse crema espumosa por la barba y afeitarse con una hojilla afilada, quedándole la superficie más o menos lisa, obviando los hoyuelos del paso del tiempo.
Tenía su guitarra esperando en la puerta, como un perro ojo a visor, esperando a que la luna terminara de descolgarse del cielo, de que se apagaran las primeras farolas con ese neón tan negro, tan lleno de silencio.
Al final con un rechinar en la calzada llegó el auto, metió la maleta y todos sus menesteres para ir hacia el aeropuerto. Aún recordaba cómo Fidel le había dado la oportunidad para tener una gira en Argentina, evadiéndose de Cuba, de las altas cañas de azúcar, de los uniformes verdes y de las reglas non-sense de gobernante de barba piojosa, pero respetable.
En el derredor del auto había una especie de aura que cortaba la noche y surcaba el malecón como un barco de fondo plano. Silvio iba pensando qué canciones tocaría en el Gran Rex, pero se le obnubilaba la conciencia al saber lo que le había dicho Fidel antes de largarse del salón presidencial, huyendo de esos altos butacones con garras de cóndor.
" Si huyes de aquí, pendejo, si te marchas del régimen dejando a todos tus compatriotas cubanos en falda, haré que les den a tu mujer y a tu familia lo merecido, que aquí nadie huye. Lo que yo me he sacrificado por tener nuestra Cuba fuera del imperialismo yankee no va a ser destrozado por lo que dejes de hacer, por esos juegos de exilio por Europa."
Silvio, le dijo Fidel, mírame. Has sido un gran compatriota, tus canciones nos inspiran a todos, llenas los aires de este paraíso que es Cuba. Pero hay mucho maricón que se raja cuando le soltamos las alas, así sin más. Se llegó a decir que, musicalmente, un cuarteto es la Orquesta Filarmónica de Cuba dando una gira internacional. Imagínate qué mal me sentó aquello. Por eso tengo que tomar estas medidas, lo hago por el amor que le tengo a este país. No lo hago por mi amor, no pienses mal.
Las ventanillas se iban llenando de un vaho incontenible, y las casas parecían ser estrepitosos monstruos en busca de algún viajero que llevarse al porche. Cuando abrió ligeramente la ventana, ya que sentía que ese huevo revuelto que se había tomado para desayunar no le había sentado bien, pudo notar el almizcle de las calles, el olor a barro desmigajado de la carretera camino del aeropuerto.
Y al final salió a escena al Gran Rex, la gente le silbaba, le aplaudía, le idolatraban el arte como a nadie. Y todo esto sintiéndolo fluir, sin medir qué palabras ni qué comisuras para decir lo correcto o lo que a uno le hizo daño. Se sintió eterno. Cuando tocó el ojalá, la gente se estremeció como en una ola de energías vibrantes. Le dio lástima tener que despedir a los porteños, acurrucarse en otro auto para coger de nuevo el avión al aeropuerto. La estancia en Buenos Aires le pareció un lapso comprimido en una gota de lluvia. Algo como de esos viajes resabio, que a penitas le llegó a la muela de atrás este abrazo enternecedor.
Sonó el nombre de su vuelo en los altavoces, que le inspiraban atarlo hacia una muerte. ÉL caminó con pesadumbre hasta la puerta de embarque, se quedó imponente delante de las relucientes mesas donde ellos te recogen el billete para que pases al interior, te quedes en esa " confortabilidad" de sillones duros y recios y de niños llorones. Niños, pensó entonces. Se enfrentó con la cara hacia la decisión misma, se sintió hombre en niño en vez de niño en hombre, ese temor tan superficial y tan inesperado. No supo qué hacer, las gotas de sudor le bajaban en el vaivén por su afeitada cara, por esas gafas color de perla, por esos hoyuelos distantes que escupían sus recuerdos; mas lo único que supo decir es :
-Ojalá las guitarras toquen más alto que los chillidos bélicos de los políticos - y diciendo esto, sin que nadie le escuchara, se dio la vuelta hacia el cartel de Éxit.
A Silvio se le puede ver de cantautor de transportes públicos por unos pesos o un café y un alfajor, suele tocar en la Plaza de Mayo, en las afueras del Gran Rex, en calles porteñas hondas y largas donde se hunde el ocaso, en...

martes, 5 de octubre de 2010

Fosa común

A Federico García Lorca
Y una vez muertos, los familiares empezaron a llorar sin piedad.

domingo, 3 de octubre de 2010

El céntimo que pudo haber caído al vacío

De una de esas estancias que yo conservo en Manhattan, en un edificio bien alto, me quedan conservados unos bocetos que hice yo en carboncillo de las cosas que se veían por la ventana de mi habitación. El que más me intrigaba era el de un pájaro cuclillo que había conseguido sobrevivir entre tanta polución, fue asombroso ver cómo su cabecita blanca con la linea que la dividia estaba igual de límpida que si hubiéramos estado en una granja en Arizona. Pero era extraño que hubiera llegado volando hasta ahí un cuclillo, tan débil y en mitad de tanto ensamblaje de metal sin motivo...
El caso es que observé mejor el boceto. Era del año 98, de cuando tuve que fotografiar a unos oficiales de la marina que iban a ser homenajeados por los actos en una de esas innumerables guerras de las que olvidé los nombres, para no creer estar dando vueltas en círculo. Al día siguiente, estaríamos en el 99. Ya entonces se usaban los objetivos largos para las fotografías importantes, pero el revelado seguía siendo tan arcáico que aún me parece verme envuelto en aquel espectro rojo mientras aspiraba el olor de los líquidos. Era como una droga para mí, sentir en la piel negra de la fotografía cómo se iba formando una imagen, una vida tan chiquita...
Puede ser que lo que más me sorprendiera de aquel boceto no fueran los trazos mal organizados que denotaban mi falta de práctica (la cual sigo conservando igual de intacta), sino que al borde del gris alféizar neoyorquino había un céntimo. No era ni siquiera un dollar, era un ECU. Así que un pequeño intruso infame en una cornisa despreocupada, en el fondo me dio pena porque era como yo. Un viajero con etiqueta.
Todo esto ocurrió mientras yo me lavaba los dientes, imagínense qué patética la escena, a mí me estaba saliendo la espumilla por la boca de lavarme los dientes. Fue después que pude admirar el céntimo, una vez en el boceto, pero mi mirada indiscreta no lo vio la primera vez.
Fue entonces cuando decidí recoger el céntimo de donde estaba, volviendo a Manhattan. Volví después de ese tiempo tormentoso que pasé alli, entre tantos sahumerios insoportables de asfalto blando. Pedí la misma habitación, y aunque no estaba seguro de poder encontrar el céntimo y de gastarme unos trescientos dólares por una corazonada, creía saber que las piezas del destino acaban coincidiendo en algunos ensamblajes.
El caso es que, a parte de un aspecto más carcomido de los muebles, de un aura que denotaba que las tardes se estaban pudriendo en Manhattan, lo demás permaneció igual, inalterable en su cortina de agua.
Me quité el equipaje y lo puse encima de la cama, me apresuré a abrir la manilla de la puerta del baño y, dos segundos más tarde, la de la ventana. Me costó reconocerlo, pero ahí estaba. Tan gris, tan solitario, cubierto por una capa de polvo denso, habían pasado seis años y el céntimo seguía bailando en esa ventana, sin haberse percatado los trabajadores del hotel de lo que había en ese trocito de aire.
Bueno, el caso es que ahí estaba yo, con mis yemas ligeramente ásperas toqué el céntimo ,y vi cómo el montículo de polvo se desplazaba con cuidado, permitiendo ver que efectivamente era un ECU. Sentí un ligero alborozo al reencontrarme con lo que había parecido un viejo amigo, alguien infatigable que había comprendido al fin el principio del sedentarismo.
Lo más difícil ( una decisión que me sigue cavilando en la cabeza después de los años) fue decidir si lanzaba ese céntimo al vacío para que cayera con un eco sordo y sin otro propósito, o si iba al Banco Federal a sustituir esa moneda casi sin valor por un centavo, y ver si así podría comprarme un chicle.

viernes, 1 de octubre de 2010

Alfonsina y el Mar

Siempre fuiste princesa vetusta
llena de harapos incontenibles,
con tus ojos profundos y verdes,
con tu sonrisa de pianola salada.

Fuiste caminando al trote lento,
acariciando la negra arena
de un día lluvioso donde
las sirenas lloraban zozobrando.

Bajamos la lámpara, te vimos el rostro en las escarpadas cumbres.
Tú dejaste caer el pelo a la vez que dejabas caer la muerte.

Nadie te quiso, niña ingrata, tus labios están solos,
ni las gaviotas te los picotean con gracia.

Ni la profundidad del abismo,
pudo con tu alma incontenible,
pudo con mí mismo.

Ni la llama de tus perlas grandes
que no apagaban los murmullos
de la caracola de los Andes

Y mientras te lleva esa voz antigua, mientras hundes tus pies
yo te veo caminar, mientras el mar te va vistiendo de tu mortaja...

martes, 28 de septiembre de 2010

En los ojos crecidos de la tierra, por esas manos hijas de tus manos.

Muchas veces nos cuesta apreciar la belleza que hay a nuestro alrededor. Y digo apreciar por no decir ver, que es un verbo que usamos como si fuera dado a nuestro propio derecho, con el derecho de recostarlo en una cama y de hacerle el amor todas las noches. No hace falta ser un burdo para darse cuenta de que es un tesoro tan preciado que ni siquiera lo vemos. Apreciar las gotas de lluvia en el tacto nunca sería lo mismo sin verles esa capuchita brillante y despreocupada que nos afila la piel cada vez que se agita el cielo, y de cómo de esa forma tan cínica distinguimos los colores del arco iris con nuestra profunda pupila.
Cierto es que, hasta que te conocí ( tampoco hace mucho, apenas han pasado unas semanas de clase ) desde que leí a Saramago no había entendido el sentído póstumo- filosófico de una ceguera implacable, de esos ojos que los paraliza y los arrulla con suaves espasmos de tu corteza motora nerviosa. Hasta que te conocí no supe ver, sólo miraba. Mirar sin ver, qué crimen condenado a lapidación, cuando en tu mundo las gafas de sol son las de ver y las de ver son las yemas de los dedos, cuando apenas te parece perceptible ver el mundo con esos cuatro sentidos, tan agudos, tan perfectos, que dan ganas de volverse ciego sólo para admirar toda la belleza que hay en nosotros. Sé que quizá no me verás sonreír al verte progresar de esa forma, ver que sacas un diez en un examen oral, y yo, que he tenido el privilegio de estar sentado delante de un libro toda una tarde sin no tener que palpar esos pequeños retazos de punto que muchos llaman braile. QUé desperdicio más grande es mi vida, pudiendo ver y no ver, teniendo opciones para discernir, para saber que unos labios son rojos sin tener que besarlos. Por eso te pido perdón, y aunque esta entrada sea escueta y no creo que la leas, que sepas que llenar de ese cosquilleo de máquina durante el día es algo que exquisitamente me recuerda a las máquinas de escribir.
Y sobre todo, Javier Lorenzo, gracias, gracias, gracias, por mirar este mundo tan incoloro con tus centelleantes ojos de ciego.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El céntimo que pudo haber caído al vacío

De una de esas estancias que yo conservo en Manhattan, en un edificio bien alto, me quedan conservados unos bocetos que hice yo en carboncillo de las cosas que se veían por la ventana de mi habitación. El que más me intrigaba era el de un pájaro cuclillo que había conseguido sobrevivir entre tanta polución, fue asombroso ver cómo su cabecita blanca con la linea que la dividia estaba igual de límpida que si hubiéramos estado en una granja en Arizona. Pero era extraño que hubiera llegado volando hasta ahí un cuclillo, tan débil y en mitad de tanto ensamblaje de metal sin motivo...
El caso es que observé mejor el boceto. Era del año 98, de cuando tuve que fotografiar a unos oficiales de la marina que iban a ser homenajeados por los actos en una de esas innumerables guerras de las que olvidé los nombres, para no creer estar dando vueltas en círculo. Al día siguiente, estaríamos en el 99. Ya entonces se usaban los objetivos largos para las fotografías importantes, pero el revelado seguía siendo tan arcáico que aún me parece verme envuelto en aquel espectro rojo mientras aspiraba el olor de los líquidos. Era como una droga para mí, sentir en la piel negra de la fotografía cómo se iba formando una imagen, una vida tan chiquita...
Puede ser que lo que más me sorprendiera de aquel boceto no fueran los trazos mal organizados que denotaban mi falta de práctica (la cual sigo conservando igual de intacta), sino que al borde del gris alféizar neoyorquino había un céntimo. No era ni siquiera un dollar, era un ECU. Así que un pequeño intruso infame en una cornisa despreocupada, en el fondo me dio pena porque era como yo. Un viajero con etiqueta.
Todo esto ocurrió mientras yo me lavaba los dientes, imagínense qué patética la escena, a mí me estaba saliendo la espumilla por la boca de lavarme los dientes. Fue después que pude admirar el céntimo, una vez en el boceto, pero mi mirada indiscreta no lo vio la primera vez.
Fue entonces cuando decidí recoger el céntimo de donde estaba, volviendo a Manhattan. Volví después de ese tiempo tormentoso que pasé alli, entre tantos sahumerios insoportables de asfalto blando. Pedí la misma habitación, y aunque no estaba seguro de poder encontrar el céntimo y de gastarme unos trescientos dólares por una corazonada, creía saber que las piezas del destino acaban coincidiendo en algunos ensamblajes.
El caso es que, a parte de un aspecto más carcomido de los muebles, de un aura que denotaba que las tardes se estaban pudriendo en Manhattan, lo demás permaneció igual, inalterable en su cortina de agua.
Me quité el equipaje y lo puse encima de la cama, me apresuré a abrir la manilla de la puerta del baño y, dos segundos más tarde, la de la ventana. Me costó reconocerlo, pero ahí estaba. Tan gris, tan solitario, cubierto por una capa de polvo denso, habían pasado seis años y el céntimo seguía bailando en esa ventana, sin haberse percatado los trabajadores del hotel de lo que había en ese trocito de aire.
Bueno, el caso es que ahí estaba yo, con mis yemas ligeramente ásperas toqué el céntimo ,y vi cómo el montículo de polvo se desplazaba con cuidado, permitiendo ver que efectivamente era un ECU. Sentí un ligero alborozo al reencontrarme con lo que había parecido un viejo amigo, alguien infatigable que había comprendido al fin el principio del sedentarismo.
Lo más difícil ( una decisión que me sigue cavilando en la cabeza después de los años) fue decidir si lanzaba ese céntimo al vacío para que cayera con un eco sordo y sin otro propósito, o si iba al Banco Federal a sustituir esa moneda casi sin valor por un centavo, y ver si así podría comprarme un chicle.

Ensayo sobre el amor

Quimera empíricamente obstinada.

martes, 7 de septiembre de 2010

Querido Pancho:

Ya sabes bien, por todas las injusticias que acaecen al mundo, que es un poco complicado evitarlas, no faltarán nunca malas personas para empujar hacia el borde del precipicio a las buenas, todos somos como semillas y, por mucho que lo intentes, no puedes luchar solo.
Por eso te doy unos consejos para que aproveches bien tu vida, ya que la trascendencia para ser recordado por futuras generaciones no es tan importante como ser recordado por tus coetáneos, sobre todo amigos y familiares.
Nadie mejor que tú sabe lo importante que es un abrazo, envolver a alguien con tu alma y demostrarle que le proteges, fundir por un segundo dos cuerpos, y saber que no estas solo. Eso suele ser solo la práctica, ya lo sabes, la teoría solo sirve para llenarnos la cabeza de pájaros, ya que la cultura sólo es aquello que se queda en nosotros cuando se olvida todo lo demás. Pero solo sabemos valorar como "importante" aquello que tiene un precio o una cuantía, y llevamos muchos años viviendo equivocados.
Primero que nada, ¿ has pensado alguna vez en que el dinero debería ser como los ajos? Debería pudrirse a los dos años, la mitad de los problemas se nos acabarían. Pero si esto fuera cierto, lo que realmente es importante nos pasa desapercibido en la retina. Cuando la yerba huele a mojado, la gente está prestando atención a la bolsa de Down & Jones, o a Wall Street, esperando empecinadamente que su dinero crezca como el caudal del río en el que una vez se negaron a bañarse.
Lo que quiero decirte, es que las flores se ponen igual de mustias que las sonrisas, y en ello reside toda su belleza, en ese instante que apenas nuestras pupilas coloreadas pueden captar esa gota de agua resbalándose, o esos labios tibios acercándose. Todo es bello, pero no todo es importante. En los años que te quedan ( espero que sean bastantes, sin problemas como los que acaecen al tiempo, ya sabes, próstata, cáncer, cáncer de prostata, nostalgia, y esta última es la mas peligrosa..) sepas valorar lo que te escribo desde tí y para tí, para que te des cuenta de que el amor no es un fruto que alguien recoge y se merienda un día, es algo que tiene que estar presente como una casa, tiene que aparecerte todos los días en la cara. Y sobre todo, tienes que saber repartirlo, aunque ya lo haces muy bien, no decaigas, siempre por personas como tú se mantiene el mundo, hay que saber mirar con el prisma que no nos ofrece el humor vítreo, ya sabes, ese prisma líquido del corazón, donde ves el " dentro" del alma de una persona.
Y definitivamente, si tuviera que darte un consejo, seria este :
Nunca dejes de soñar. SI hay algo mejor que dormir, es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar.

Atentamente :

martes, 31 de agosto de 2010

El fulano de yerbas ( de naturaleza utópica)

" ¿ Y cómo vamos a creer - dijo el fulano - que el mundo se quedó sin utopías?"


Había perdido toda señal de identidad, sintió como parte de sí los andrajos que tenía bajo la capa de piel, como si su terroso pelo no hubiera sido nunca de otra forma, como si su única habilidad desde siempre hubiera sido guiarse por las luces del ocaso para saber si le tocaba comer, dormir o llorar.
Cuando Marcos miró a la ventana, sólo vio un gris mustio pegado a las anodinas paredes, que parecían una auténtica falsificación de las otras. No le resultaba ni agradable ni entretenido mirar por la ventana, pero siempre era mejor que dejarse atacar por el sopor de las clases de repaso.
- Tales De Mileto consideró que somos una forma de vida compuesta por agua, que no hay otra cosa invariable y es, por tanto , de una misma materia. Durante siglos, hemos intentado cambiar nuestra… LUJÁN! ¿ Estás escuchándome, Luján? – dijo un profesor, acusando a Marcos, que estaba mirando por la ventana.
El profesor Llosa era una especie de esqueleto delgado, con una fina y larga perilla blanca que le caía hasta la altura del pecho. Tenía unas entradas canosas que parecían indomables. Su tez era pálida para ser del Perú, y tenía tremendas facciones que le hacían ligeramente más viejo. Todo enteramente en él era níveo como una ladera alpina; era como un espárrago, como una perla en vertical, estirada y pellizcada hasta conseguir esa superficie que parecía oblicua, pero ciertamente era rugosa.
El profesor había estudiado en San Ignacio de Loyola, donde los Padres Jesuítas, que exigían el amor por la educación ante todo. Era entonces, una persona arisca, de poca convención social, pero hacía que los alumnos aprendieran de una forma endemoniada, como posesos.
Eso se veía repercutido en sus clases. Horas y horas pegado con la pluma y el tintero, Marcos acababa desdeñando todas esas tareas, esas formalidades culturales que a su temprana edad todavía no entendía para qué servían. Como quien empieza a construir una casa sin saber qué familia la va a habitar, de qué formas se morirán las tardes en conjunto al arrullo de una chimenea que escupe brasas.
Pero ahí seguía, lo que su padre llamaba tesón y premiaba en forma de palmadas en la espalda, como si fuera pago suficiente. Había sentido algunas veces que se le despegaban los ojos, que las letras se le hilvanaban a las pupilas con aguja, que tenía que dejar de leer inmediatamente, estudiar o vivir.
Alguna vez consiguió solamente un respiro, cuando por ejemplo aquel trece de abril le dijeron a Llosa y a su clase que tenían autorización por el Padre Jesuíta Don Román Agüeste para ir a dar una vuelta al campo, a los exteriores de Lima para escapar de todas esas opresiones que “ estaban sufriendo los alumnos por estar en finales”.
De una forma u otra, Marcos se vio el día antes empacando su mochila con el poto, la navaja, la chamarra polar, un par de sándwiches de queso con calabacín y una gran jarra hermética con chicha morada, por si atacaba el calor. Lo que planeaban era una especie de ruta a través de la selva de algunos kilómetros, y estarían en casa con el colectivo antes de la hora de cenar. Cruzarían parte del Parque Nacional de Manu del Perú y luego irían a reposar la cabeza sobre sus límpidas almohadas en Lima capital.
Aquella mañana el sol salía por el este como siempre, pero entonces Marcos no lo sabía. Los grillos estaban todavía desperezándose con su mustio cantar, y las sombras eran como un hielo en el asfalto, se iban deshaciendo con mesura y con miedo, mientras el sol llegaba a alumbrar el último cerrazón que quedara en el más recóndito de los rostros. Marcos sintió el áspero traqueteo del colectivo, que tenía asientos chiclosos y un aire densamente cargado en algo que pudo distinguir como olor humano. Además el chófer lucía una barba poco lustrosa, de confines almidonados y funículos en lugar incorrecto. No le dio más importancia, estuvo hablando con Sandra, su compañera de pupitre, durante el resto del viaje. Le pareció siempre muy linda, con esos ojazos negros de criolla, de profunda tez enamorada y sangre caliente. Le gustaban sus labios, parecían dos formas difusas aglutinadas una encima de otra, describiendo una gran variedad de lenguaje. También su cabello que ondulaba con la tibia brisa que apenas un vericueto de las ventanas rectangulares dejaba entrar. Eso sí, nunca lo vio brillar al sol. De todas maneras, el tiempo volaba cuando estaba a su lado, y si de casualidad le rozaba la mano, de su cara surgían rojas manzanas a borbotones, poniéndole en una grave evidencia. Pero ella ya le había visto así, solo quería hacerle comprender que quería que le hiciera suya, que da igual la casa, los niños, la heladera, eso vendría después, solo le hubiera gustado en aquellos instantes que Marcos la tomara en sus brazos y la besara, un beso húmedo y tierno como el rocío de Cuzco en navidad.
El viaje fue muy largo, se repitieron varias veces las mismas canciones de grupo, y el maestro creyó estar al borde de la desesperación. Los anteojos se le resbalaban con ese sudor pegado, y maldijo un par de veces que “ maldita la hora en la que se proclamó la excursión”. Obviamente, no lo decía en serio, tenía un profundo amor por los niños, desde que entró en la universidad para enseñar el magistrado le había fascinado esos amores diminutos, esa confusa forma de ver el mundo. Así que el momento más tierno después de su graduación fue el primer día de clase, cuando vio a aquellos monigotes que parecían títeres en mesitas indelebles, dispuestos a acatar todo lo que él decía porque estaba allí para eso. Mas no formó un ejército con ellos, les intentó enseñar las diferencias entre lo bueno y lo malo, y lo bueno que tiene lo malo y lo malo que tiene lo bueno, esos momentos en los que después en la vida a uno le toca apechugar.
En el viaje, durante el traqueteo, se movían los cajones al fondo del colectivo que estaban llenas de fruta y bocadillos, para hacer un alto en su senda y así nutrirse. Habían tenido muchas precauciones con todos los posibles trastornos de los niños; diabetes, alergias, vegetarianos… “ La verdad – pensaron las cocineras del colegio- los niños de hoy en día protestan más que un camión lleno de bebés de los de antes. Nosotros comíamos lo que hubiera, así fuera mierda.” Pero la dirección sabía sortear perfectamente esas indicaciones pueriles de unas cocineras de redecilla gris y oronda barriga, que sirven la comida más por despecho que por trabajo.
Cuando al fin paró el colectivo, desembocaron en una colina tórrida que parecía desmigajarse, y todos comenzaron a descargar sus mochilitas ridículas y a apilarse para ser contados como ovejas.
- …Sandra Vargas, sí, y Marcos Luján. Bien, estamos los dieciocho, esto es perfecto. ¡Niños, hace un sol radiante, miren cómo se posan mariposas de clorofila en su piel , cómo se les sacuden todas las malas ideas de la televisión del pelo!
Los niños se quedaron expectantes escuchando al profesor, discutiendo a ver si estaba loco, o si le había dado un golpe de calor. Finalmente, decidieron en un corro colectivo que no, que sólo era un adulto.
Recargaron todos sus cantimploras en una fuente que manaba con un tubo desde las entrañas de la tierra, y muchos se alegraron de ese gran invento , sin pensar que había sido construido por una necesidad.
Cuando comenzaron a andar, hubo muchas charlas animadas, escuchaban el rumor de los pájaros aleteando sin descanso, un incansable murmullo que atacaba el aire.
“ ¡Pará, ché! ¡Me hacés daño! ¡ Señor Llosa! ¡ Devolveme la pelota! ¡ Miren ese barro, parece un chiquero de chanchos!”
Durante todo ese tiempo hubieron discusiones. Al final pararon al pie de una colina, el señor Llosa se dispuso como para a darles una parrafada sobre el lugar.
- ¡ A ver, atención, el que no me mire lo descalabro! – dijo con una voz parecida a un rugido apenas inofensivo. – Durante siglos nosotros nos hemos erguido en la naturaleza, mereciendo estar a su vera por habernos brindado la vida, todo esa agua y esa comida, sin revertir en otra cosa que el merecido respeto que deberíamos ofrecerle. Sin embargo, nos obcecamos en construir cosas encima de la tierra de la que brota el maíz, que fue el falso oro para los españoles. De esa tierra donde pastan las llamas, de donde cae la tierra y genera lluvia, reverdecen los campos y crean cosas maravillosas, y no sólo campos de fútbol.
En una ligera pausa, se creó un gran murmullo de personas que volvían a descalificar la cordura y validez del profesor, pero al final tuvieron otra de sus deliberaciones, y le “dejaron” continuar.
- Pues bien, pese a que son pequeños, algunos no llegan apenitas a los diez años, quiero que vivan inmensamente este día tan maravilloso, es el día que ustedes y todo el claustro de profesores estaban esperando. Es el día en el que nosotros no estamos en el colegio.
Los niños rieron, alguno sin sentido y otros por cortesía, pero la mayoría consiguió captar apenas el humor del profesor.
- Cuélguense sus macutos, que vamos a comenzar la marcha. Será de no más de ocho kilómetros, y procuren estar hidratados. ¡ Jorge, te he visto! ¡ No le tires del pelo a Lucas o te quedas en el colectivo!
Tras breves incidentes, empezaron a caminar. Era un camino de tierra suelta, los diecinueve contando con el profesor, empezaron a serpentear a lo alto de una de las cumbres, y aunque por el camino la maleza estaba ligeramente muerta, pudieron ver que a los otros lindes del camino, estaba mucho más espesa.
El sol comenzaba a despuntar alto, si no hubiera habido tanto tráfico en las salidas de Lima, hubieran llegado antes, quizá el sol no les hubiera afectado tanto, pero eso era un suponer. Ahora tenían que combatir el calor, colocándose de forma correcta las gorras, evitando gastar todo el agua pero hidratarse correctamente… Todo ese ardid de la supervivencia que tan innato nos fue un día y que ahora teníamos que aprender, emerger del asfalto para volver a la sabana.
Mientras tanto, durante el camino, se procedía a los juegos pueriles e incautos de los niños. El papel con, ¿te gusto? Si, no, quizá. Preparándose para años más tarde buscar momentos arrebatadores con sus parejas o un futuro marido con el que quejarse de lo que subieron los precios en la gasolina, en el mercado y de lo pesada que es la familia.
Marcos y Sandra estaban caminando juntos, pero como se dice, no revueltos. Se comentaban cosas, lo bellas que eran las flores, que por qué el aire en el campo es mas profundo y dan ganas de bebérselo. Marcos le miraba bastante de reojo, le daban unas ganas tremendas de comérsela.
Lo demás eran tonterías, llevaban apenas media hora caminando y ya había lamentos, la ascensión era quizá un poco dura para niños de tan corta edad. Pararon sobre unas piedras lisas, ahí se sentaron y comieron algunas manzanas, bebieron chicha morada, mascaron chicle… Todo con el pretexto de alargar el tiempo y no tener que volver a caminar. Pero al final tocó oír la voz profunda del profesor que les indicaba que había que seguir el camino, que todavía quedaba un rato, y que si no, no descubriríamos los entresijos de la naturaleza.
Llegaron a las dos horas a la cima, y entonces vieron que se acababa el terreno yermo y se erguían ramas de espesa maleza, empezaba un bosque sombrío, de esos que solo salen en los cuentos de Bécquer.
- Tengan cuidado chicos, las bestias salvajes, aunque son pequeñas, pueden hacer estragos. Por estos bosques hay tales arañas que la picadura puede dejarles un tatuaje imborrable de por vida, y quizá irritarles a casos graves.
Algunos niños se horrorizaron en corro, pero otros se envalentonaron y empuñaron un palo a modo de espada, jurando defender a todos ( y sobre todo a las chicas, que comenzaron a suspirar; la caza de compañero cada vez estaba más cerca) .
Se adentraron en fila de a uno por la maleza, y entonces comenzaron a reflotar en el aire todos los tipos de verde que a cualquier pintor se le hubiera ocurrido plasmar en lienzo. Ese verde oscuro que se cierne sobre el musgo, el verde que es claro cuando el sol le golpea, ese otro verde que solo aparece en las enredaderas de las casas señoriales… En fin ,toda una retahíla, que parecía una gama de colores para poder pintar la cocina. Al principio se alegraron de que fuera llano, y de no tener que soportar ese dolor continuo en sus débiles tobillos por tener que ascender. Pero poco a poco, las hojas iban cerrando desde las copas de los árboles el color diurno, embistiéndoles en una negrura que poco a poco se iba cerrando, que poco a poco les iba encerrando. Cuando se quisieron dar cuenta, pocos eran los resplandores que penetraban a través del follaje y les daba algo de autonomía para evitar las piedras y no caer. Ante eso, algunos muchachos se habían provisto de cayados, para apoyarse en caso de que algo les fallara. Las mujeres, más listas, iban palpando la corteza de los árboles que estaban predispuestos a lo largo del estrecho camino , y de esa forma tener algo a lo que asirse.
Durante bastante tiempo, el camino parecía no acabar. Seguían metidos en el mismo monstruo, y los ululares de los búhos, los cantares de las golondrinas, el rugir del viento y de algunas hojas secas les daba a todos más y más pavor.
Pero todos tenían la certeza de que allí estaba el profesor, un adulto, para defenderlos, que no había nada que temer porque él sabía tener el mando.
Lo más absurdo es que al cargo de profesores, el claustro en general, no considerara necesario tener otro profesor para los posibles contubernios. Llosa era un experimentado, psicopedagogo y gran persona, sólo les acompañó el chófer, que estaba esperándolos al otro lado de la loma. La verdad es que tenía muchos acres el bosque, pero la ruta que habían elegido iba por el Este, hacia una pequeña parte donde sí había parte de calzada para que circularan los vehículos.
Una de las cosas que llevaba en la maleta y que a Marcos le fascinaba era la brújula, cómo decidir entre un camino u otro por una aguja somnolienta que se orientaba según los polos. Polos opuestos que acabarían encontrándose. Entonces pensó en Sandra. Volvió a imaginarse en sueños sus labios tibios y húmedos. Qué ganas de tenerla.
Ese día iba con unos zapatitos blancos y un vestido azul que a él le enternecía, su cabello oscuro era como una maraña intensa que chupaba todos los colores, que le volvía barco a él de un faro que eran sus hondos ojos. En la oscuridad, su figura se volvía divina, casi con aura, y él se sintió complacido de poder acompañarla durante todo el camino.
Por su parte, Sandra era una niña intrépida, pero de sentimientos indecisos, no sabía bien donde pisar, pero aún así sentía placer a borbotones cuando él posaba tímidamente su mano, como si fuera una paloma que reposa el vuelo.
Sintió un rubor mestizo, como una ráfaga desmesurada de calores. Le azotaba el viento las hojas con total descontrol, pero se sentía feliz, porque al final había engendrado un hijo, como quien no quiere la cosa , como un vaivén que se sale de la carretera sin querer, un tímido desliz. Sabía que el padre de todos los elementos le había acogido, que el trueno, la tierra, el agua, el llanto, formaban parte de su hijo. En cada ola, en cada retazo campestre.
La Madre Naturaleza se irguió de entre todos los seres para celebrar el parto. Agitó las copas de los árboles haciendo creer que se acercaba un huracán, los ciudadanos de Lima corrieron a sus casas a refugiarse el día que en los noticieros se avisó de grandes temporales. En otros lados, el sol despuntó con tanta fuerza que las piedras, en vez de rajarlas, las convertía en polvo, en una masilla oscura que parecía cobre sobre el fondo fúnebre del suelo. Los temporales de las lluvias que arreciaron las costas del litoral fueron tan grandes que en algunas zonas no se pudo ir a pescar, y los pueblos pesqueros tuvieron que alimentarse de hortalizas y nabos podridos. Pero no se daban cuenta de tremebunda celebración que se estaba teniendo en el otro lado del escenario, todos apremiaban que la Madre Naturaleza alumbrara por fin, un varón de esos cuya unica misión es perpetrar la especie de seres celestiales, de infundir temor ante aquellos que asfixian en asfalto, y en propiciar una brizna tierna a aquellos que riegan las plantas o evitan un incendio.
Marcos pensaba que al profesor Llosa se le había ido la pinza, habían perdido el norte como el bebé que pierde el chupete. Estaban recorriendo parajes angostos en medio de unas tinieblas que no podían ser distinguidas entre principio y final, una maraña natural. Hasta que no vio la cara desfigurada en sudor del profesor como un espectro que se desarma con el propio hecho de saber que la luz existe, no pudo confirmar su teoría: Les había perdido. Estaban perdidos en la parte más extensa de los bosquejales, y no tenían ni un mísero mapa con brújula, ya que irían siguiendo los umbrales del camino, las pequeñas indicaciones de postes de madera roídos por los vaivenes de las intemperies de medianía. Pensaron que nada estaba perdido hasta que en un instante el profesor pisó en falso en un arcén y el barro se desmigajó, llevando al profesor a lo hondo del barranco, y lo último que pudo ofrecer como señal de adiós fue teñir de rojo el limo que había en mitad de la negrura del barranco.
Un trueno había atacado a su pequeño. Lo había desvanecido como un pequeño títere, lo había separado de toda alma racional y lo había dejado inerte. Lo había matado. Ahora la Madre Naturaleza era Plañidera Naturaleza, vistiendo en alborozo hojas cayendo de los árboles de color pardo, el cielo llorando con una llovizna tierna, mientras un nido de pájaros se sacudía el plumaje cuando lo tenían muy enchumbado. Necesitaba encontrar a su pequeño, necesitaba otro pequeño, alguien a quien profesar amor por el simple hecho de no sentirse un ser demente que llorar por querer llorar o sentirse mejor.
- ¡ Qué desgracia, qué ganas yermas de quedarme moribundo! – espetaban unos arbustos de vetusto ramaje- En la vida se vio tal infamia, han matado al heredero de lo más vivo, de donde el carmín nace la rosa y el agua corre del arroyo. Madre, respondedme, ¿ cómo os encontráis?
- Yo ya estoy muerta, a golpes aciagos acabaron con mi bebé, mi pequeño enamorado. Acabaré con todos los torrentes débiles, haré caer la lluvia sobre los pantanos para que estos rebosen, y al fin todos mueran ahogados.

La luz que apenas se filtraba por en medio del bosque dejaba entrever a los niños sombríos, asustadizos, escuetos, que se erguían al lado de la fosa por la que el profesor acababa de caer. Estando él tan muerto, a algunos valientes se les ocurrió acercarse, y el espectáculo no fue digno. Lo vieron con el aspecto de siempre, esa levita de paño algo remangada, la barba que parecía un plumaje de ganso, en una postura tan mal puesta que a leguas se notaba que estaba muerto. No tenía la postura digna de un faraón, o de un ser que realmente siguiera respirando. La sangre se arremolinaba al lado de su sien, y mezclándose con el barro, daban la impresión de un mejunje infecto.
El hedor no tardó en subir por aquella fosa, y los niños, casi a punto de vomitar, se marcharon en grupo hacia otros lugares para no tener que respirar, en busca de una dehesa, en busca de un jarro de agua fría que los levantara del sueño.
Nadie sabía qué les guiaba, pero se vieron extremadamente necesitados de formar una especie de gabinete de crisis, sin saber qué era un gabinete, y designar a alguien que les dirigiera, alguien con la cabeza senil para ser un adulto pero niño para ajustarse a las necesidades del grupo.
Entonces Sandra me propuso a mí, entre toda esa muchedumbre, la nenita criolla de los ojos malva y tez morena, levantó su manita que en aquel momento por los tembleques parecía un muñoncito y dijo “ Propongo que Marcos nos encabece, el único capaz de tener la serenidad para hacer que sobrevivamos es él. “
Se formó un tropel de agitaciones, una especie de votación indecisa, ya que no todos estaban de acuerdo en eso, pero al final, con mesura, una a una, las manitas multicolor se levantaban tímidas proclamándole a él.
Entonces la gente volvió a sentir esa sensación de alivio como cuando el día anterior oyeron el timbrazo que les dio el final de las clases. Por suerte para ellos, no estaban perdidos.
Tuvieron que alejarse de la zona de la fosa donde había caído el profesor, el sol estaba decayendo, pero encontraron una zona de árboles frutales y unas charcas cuya agua parecía no estar de ese color tan pardo que indica que quizá te de la cagalera. Y entonces sí, Marcos teniendo que hacer de niñera, sujetando pañales. O peor, teniendo que hacer de sepulturero, cavando tumbas. Rápidamente se idealizó de que, hasta que no pasaran unas horas más tarde de lo que tendría que haber sido su vuelta en Lima, no iban a echarlos de menos. Por ahora, estaban tranquilos bañándose en esa especie de pozas turbias, y comiendo despreocupados en paños menores. Pero la agitación que sentía Marcos acá adentro ( en el pecho ) le hacía sentirse más desvalido incluso que si no hubiera tenido ojos. Tenía miedo a la noche. Aunque ahora estaban en un claro, sabía que la permanencia de la noche continua durante el derredor del día, debido a la espesura de los ramajes y toda esa vaina, la verdadera noche, la grimosa noche, estaba allí repanchingada esperando a hacerles frente, como quien espera una carta de amor un domingo. Y entonces, no tendrían más explicación.
Y sin hablar de los animales salvajes, qué sabe Dios si un animal carnívoro, feroz, con mil cuernos, sediento de sangre, les atacara mientras dormía, y huyeran todos despavoridos y heridos. O peor, no se dieran cuenta de que les había atacado hasta la mañana siguiente al ver un cuerpecito tieso en mitad de las hojas secas.
Ese cargo de presidente le hizo aparecer unas enjutas canas ( simuladas claro, era todo psicológico ) alrededor de la cabeza, no le hizo falta una corbata o un cetro para sentir ese voluble peso que se le formaba a la espalda.
Por suerte tenía a Sandra, cuando terminó la votación, ella le asió la mano, pero no se la alzó, como se hace con los luchadores de boxeo que ganan. Simplemente la dejó estar, y bueno, comenzó a sentir un cosquilleo en su cola, un rubor se le pegó a las mejillas, y él enderezó la postura de ambas manos y apretó más fuerte.
Entonces se empezó a imaginar, con un cargo selecto, un despacho iluminado, bien grande, con café de ese que huele sólo por la mañana.
Pero tuvo que salir de sus cabales durante instante para poder rehuir de lo que realmente le preocupaba. Estaba oscureciendo.
Algunos se empezaron a refugiar con prendas, como para escapar de ese espasmo insufrible que es el frío. Pero enseguida todos salieron del agua , dejaron sus esporádicos quehaceres para darse cuenta de que la luz se les había acabado, y que estaban indefensos en mitad de un sitio que no conocían de nada, y que cualquier estremecimiento en el estómago podía ser la muerte.
Ni ruegos, ni plegarias, ni un caramelito de papá, ni un besito de mamá. Solo tenían a un crío pusilánime que parecía tener no más de doce añitos, que estaba todo el día colgado a la mano de una criollita que debería haberse llamado Eva, con su traje de flores primaverales en mitad del otoño.
- Deberias peinarte mejor, ahora diriges todo este rebaño- había soltado ella, con un tono un poco relamido.
- Pero a quién le va a importar, en mitad de un bosque perdido en la mitad de la nada, no hay nadie que nos vigile. Anda, sigue mirando la fogata que nos da calor.
- Pues a mí si me importa – respondió ella en forma de sonrisa reprochadora.
Sin darse cuenta, el instinto mujeril había ido emergiéndole como una enredadera. Ella ya estaba pensando en boda, con su vestido de organdí.
- El primer problema que vamos a presentar – dijo Marcos en mitad de todos- es que tenemos que tener la certeza de que nos van a encontrar. Y eso no va a ser tarea fácil, este bosque es muy grande, recuerden lo que dijo el profesor. Además, puede haber bestias desconocidas en los lindes de los árboles.
Nada más pronunciar la palabra bestias todos habían iniciado una desmesurada revolución, pegando alaridos nonsense e interrumpiendo el discurso de Marcos.
- ¡ A callar! – dijo él, vociferando un bramido – Tenemos que evitar perder la calma.
La luz de la hoguera le daba un aire imponente y siniestro, que inspiraba confianza. En un arrebato de liderazgo, Marcos cogió una hoja de laurel que había a cuatro palmos de sí en el suelo y se la encasquetó en la coronilla como Augusto o como Julio, dirigiendo sin saberlo a los niños hacia la hecatombe.
Enseguida se decidieron a organizarse todos, cogieron las vestimentas que les sobraban, el típico pulóver que las madres meten por si las emergencias en las mochilas, junto a la botella de agua fría y ese bocadillo que tanto huele a mamá.
La primera noche la pasaron sin dificultades, aunque tuvieron que someterse a los arrullos de los búhos, con sus pardizos ojos que les acechaban. O a ese siseo del viento, o a ese niño que , por incontinencia se levanta en mitad de la noche a regar el tronco que está cuatro o cinco metros más allá de su cama.
Mientras tanto, mientras duró aquella noche, Marcos sentía a Sandra a su verita, al lado mismo de él.
Podía sentirla, me tenía asida la manita como cuando estábamos en grupo. La noche estaba muy cerrada, pero aún así a par de palmos teníamos las bocas. Yo le pude sentir temblar los párpados de cuando tienes los ojos cerrados y haces fuerza, se notaba que la nenita tenía miedo, que no era tan grande como aparentaba. Lo más que me gustó fueron sus respiraciones. Nos respirábamos el uno al otro, dando y recibiendo, yo sentía el olor a sándwich de mermelada, que se mezclaba con el olor a bayas del bosque, a agua sin embotellar, a ese champú que tenía impregnado en el pelo y todavía no se le desteñía.
Yo le puse mi mano en el pecho, sentí cómo le palpitaba el corazón, parecía un colibrí desbocado, un compás con pena de muerte, con intranquilidad. Entonces vi que de a poquto se me iban cerrando los ojitos, y no volví a abrirlos hasta recién entró la mañana luego, cuando me tuve que quitar la escarcha del rocío del pelo y de las cejas.
- Queridísima señora, no debería en pos afligirse. Al fin y al cabo, usted es el centro de todas las cosas, su vida. Debe saber sobreponer esa pena yerma que ahora padece, debe volver a hacer brotar las hojas de los almendros, para que los humanos tengan algún motivo por el que cantar en primavera.
En un sillón de troncos, la Madre Naturaleza estaba dispuesta, con los ojos encarnados, las hojas que formaban su silueta de un tono amarillento, atacando al gusto. Las enredaderas que formaban su cuerpo estaban más blandas que de costumbre, amenazando con deshacerse de un momento a otro, como no se paliara la pena. Su niño. Aún le pareció verlo en la cuna de malvas violetas moradas, recostado esperando al otoño para que le salieran los dientes de marfil, que a veces parecían de ébano blanco.
- No va a proceder nada en esta primavera hasta que Cronos, dios del tiempo y las desgracias reviva a mi retoño.
- Pero señora, Cronos murió ya. Todos los dioses griegos murieron ya, y apenas quedan algunos de los nórdicos. Me contó Hermes que un día fue a echar un póquer con Odín, y que este casi intenta empeñar su ojo. Cuando me lo contó, mientras compartíamos ambrosía, casi me parto de risa – dijo el sirviente, haciendo amago de reír, hasta que vio el rostro funerario de la reina.
- Mi señora, la vida de los demás pende en usted. Hágase a vos la voluntad del mundo, y diciendo esto, se retiró.
La mayoría de los niños se levantaron abrumados, y cuando Marcos se sacudió el rocío húmedo del pelo, advirtió que era uno de los primeros en madrugar. A su lado, seguía Sandra, y azulados seguían sus ojos. Era casi una linde entre el violeta y el turquesa, pero ¡ qué lindos! Parecían tallados. Los miraba y le entraban ganas de morirse acariciándolos, pero sabía que no había tiempo, tendría que improvisar algo del desayuno antes de que se levantaran todos en tropel, tan hambrientos y tan torpes.
Levantó la vista y oyó el cantar de los pájaros. Pensó que cazarlos sería difícil. Se incorporó de cuclillas y se aproximó al riachuelo. Con ayuda de dos troncos huecos que tenían solamente un lado de abertura, los llenó de agua y los apiló a los pies de un fresno. Recogió algunas bayas, las olió para asegurarse de que no estaban podridas ni envenenadas ni nada de eso.
Se le volvieron henchidos los ojos al comprobar que aquella comida era más que suficiente, y empezó a golpe de palmada a incorporarlos a todos. Hoy tendrían que comenzar las sesiones de búsqueda, se habría dado el parte en la cosmópolis limeña, y enseguida los refugiarían con mantas y les leerían cuentos, susurrándoles al oído que nunca se la volverían hacer pasar tan mal. Y todos complacidos.
La mayoría empezó a despojarse de las ropas que carecían de utilidad. Muchos quedaron en paños menores, y cuando Marcos vio a Sandra con esa especie de sujetador ridículo, ese que se pone a la edad para empezar a acostumbrar y no para sujetar, sintió en el estómago un no se qué, un vuelco a destiempo. Pero había notado que el aire se había llenado de un perfume dulce, los jóvenes y las jóvenes en efervescencia, reconociendo los cuerpos de ambos, aquellos chicos que tenían las fibras en su sitio, aquellas chicas que un poquito anchas tuvieran las caderas.
Cometieron el error de quitarse las camisas y empezar sin conocerlo a vagar por una selva más inexplorada que el oscuro bosque.
No se sabe en qué momento del cuarto día comenzó a caer una lluvia espesa y blanda, que les acarició a todos la mugre. Enseguida se vieron agradecidos, y viéndose con un rato de ocio en varios días, jugaron en el barro removiéndolo, como si sus manos fueran palas y aquello no pareciera excremento de ninguna clase.
Algunos construían casas, muñequitos de barro que escuchaban poesía, pero muchos se dieron cuenta ( sobre todo los chicos ) en el afán trepidante que había en el juego de perseguir nenitas. Una especie de farándula inocente, sin sentido, sin causa, los hacía estar ebrios, de trementina, de endorfina, de sexo. Y como muchas cosas, ellos ni lo sabían.
Parece que no nos vienen a buscar, nos habremos desviado del perímetro limitado del que nos habló el profesor Llosa. Estos bosques con tanto vericueto son enormes. Quizá entonces nos toque vivir acá. Pero ni tan mal, con toda esta comida, los placeres mundanos, ya nos toca crecer, y ya lo estamos haciendo. Cada vez que me acerco a Sandra me siento mas grande, un bebé imponente que sabe cuáles son sus instrucciones. Bueno, lo mejor quizá sería jugar con Sandra en el barro, acorralarla entre cosquillas y, dejándome el limo enfriar la piel, ver qué sucede a continuación.
“ Se comenta que lleva llorando la tira, que lleva soltando lagrimones espesos desde hace uno o dos días sin parar. Claro, los humanos lo sienten como una brisa pasajera porque ellos tienen el movimiento de rotación, pero nosotros estamos aquí en las nubes, nuestra forma de percibir las cosas es distinta. Para ellos se trata de una esporádica agua latente, cayendo a borbotones sobre los campos verdes.
- ¡ Pues si no pueden devolverme a mi hijo, que mueran todos los que yo amo en la naturaleza, como la naturaleza mató desagradecidamente aquel a yo amé tanto! – dijo la Madre Naturaleza. Hízose su voluntad al acto.
Entonces el cielo empezó a temblar, como un desgarrón abominable, yo agarré a Sandra por un brazo y grité la alarma , busqué refugios, no podíamos tener escapatoria. El agua comenzó a caer, las gotas me hacían daño, por muy curtida que la piel se nos hubiera quedado por esos días al aire libre. Rompió su coraza y con enojo nos maltrató la ternura infantil . Encontré un recoveco en una pared del acantilado, nos pudimos resguardar ahí. Mientras tanto, afuera, se veía a los niños gritar, chillar, huir despavoridos. En plenos intentos, se veía a los niños agarrar toda la fruta que pudieran, otros intentaban hacer que no era para tanto, aguantando el fragor de tanta gota gorda, pero al final se veían achacados fuertemente, y caían débiles en el pasto que pasó de estar mojado de agua a estar mojado de sangre.
Con quejidos roncos los troncos caían sobre nosotros, o más bien sobre ellos que no tenían refugio, intentando buscar un animal que también huyera para saber hacia dónde, ya no estaba yo para enderezarlos, conducirlos por una senda decente, algún camino sin tropiezos, entonces ellos se quedaban desorientados. Parecían cojudos los niños, brújulas sin aguja roja, los dos lados del mismo color. Me daban pena en el fondo, para ellos fui como un mesías aterrador, les guiaba. Pero entonces sobre el aire empezó a tronar más fuerte, a levantarse un viento tan profundo que dejé de decirle nada a Sandra por temor a que no me oyera y tener que repetírselo. Ella estaba agarrada a mi pecho henchido, igual de grande que mis ojos a la hora del desayuno de aquel primer amanecer. Se acurrucaba contra mí , creyendo que yo tenía algo que ver, o una especie de inmunidad ante lo que estaba pasando. Le susurré palabras de tranquilidad al oído, pero al acabarse la tranquilidad con los truenos, los relámpagos y toda esa calumnia, no supe qué más hacer mas que estrecharla más que fuerte. A decir verdad, yo tenía miedo. Miedo de lastimarme y de que la lastimaran. Pero el ruido no cesaba, y las respiraciones entre nosotros se oían menos pero eran enormísimas, acabamos sumidos los dos en la misma convulsión incomprensible. No supe cuantas horas podíamos habernos permanecido en esa posición fetal, con un muro de piedra a siete u ocho centímetros de nuestras cabezas, rodeado de maleza que olía a barro. Y no oí más chillidos de los niños. En mi campo visual se veían a algunos que parecían estar acostados, como inofensivos, pero más tarde me dolió comprender que estaban muertos. Esos compañeros de clase, a los que alguna vez les pediste la lapicera, y ellos te agarraron la amistad de primaria con tanta ternura que tu prometiste no abandonarlos nunca.
Y entonces me besó. Bueno, o la besé yo a ella, en estos casos no se sabe quién tiene la prioridad. Ella me acercó su cabeza, que parecía más pequeña con su pelo reducido por la lluvia, una lluvia que olía a cal. Me miró con esos ojos tan profundos como un abismo, donde ví mi caída reflejada. Y entonces cerró los ojitos y me arrimó los labios, como dos sépalos de flor caliente, y me quedé como mudo mirándola con los ojos abiertos mientras a ella le resbalaban gotitas diminutas de las pestañas hasta el moflete.
Cerré mis ojos y ese instante se nos detuvo, se me quedó adentro una droga que pudo ser peor que fumarse un Gauloise de esos apestosos que fumaba papá. Y cuando separamos carnes y volví a abrir los ojos, la realidad seguía esperándome, y mis compañeros de pupitre seguían muertos.
Cuando salieron de aquel pequeño techito de piedra que les había defendido de la lluvia, vieron que aquello era peor que un grito o una tarántula venenosa, estaba la sangre esparcida por el suelo y los compañeros estaban o muertos o desaparecidos. Al fin cesó de llover, y ellos aún tenían las entrañas acaloradas por el súbito encuentro. Estaban tan confundidos que no se dieron cuenta de que eran los únicos sobrevivientes de la catástrofe, ahora solo miraban los charcos y veían vida, a pesar de poder tener un cadáver de un niño que estaba boca abajo, no se le veía gracias a todo, la expresión de pánico. Amaron la naturaleza, se amaron a ellos. Al fin lo entendieron todo, se entendieron solos. Contabilizaron a todos sus compañeros, y vieron a la mayoría esparcidos a doscientos metros a la redonda, cubiertos de fango, sangre, espinas, hojas, todo lo que había en el suelo del bosque. Encontraron a uno en la copa de un árbol aferrado a una rama, pero aunque creyeron que respiraba por la postura , estaba tremendamente tieso. Temieron que los cuerpos empezaran a pudrirse, y para no pillar enfermedades tenían que actuar rápido. O deshacerse de los cadáveres o cambiar de lugar. Eligieron lo segundo. “ Al fin y al cabo, los gusanos harán lo primero por nosotros” pensó Marcos casi con curiosidad por lo que estaba diciendo.
Entonces se tuvieron que internar más en la parte agria del bosque, donde no penetran ni las risas, donde la oscuridad no es lo que ves, es lo que sientes. Pero ya no tenían miedo, lo hubieran tenido antes si se hubieran quedado desorientados como cuando llegaron el primer día. Pero cuando se amaron de verdad, llevaban una semana besándose como niños y queriéndose como adultos.
Cuando Marcos volvió de recolectar la comida, se sentó en un claro que habían ellos habilitado, con un montón de hojas secas para dormir, un agujero para los excrementos a cincuenta metros de allí, y en el otro extremo, más cercano, un riachuelo con esa agua que les daba la vida.
En una de estas, ambos sintieron un arrebato, Marcos tuvo que liberar todas sus pasiones y amarla como nunca, se quitaron los harapos, se besaron cada centímetro de la piel, Marcos reconoció por primera vez unos senos, vio su piel entera, como si fuera un póster en vivo, la abrazó, le besó todo, los muslos, los brazos, la acarició… Cayó en un combate febril donde ella acabó ronroneando , y acabaron viendo la lluvia como algo maravilloso que simplemente les había unido.
Pero tras esos encuentros, tras no haber sido rescatado a pesar de tanta plegaria, ya no sintieron el deseo de volver a la civilización, estaban bien como estaban, durmiendo cuando querían ,sin restringirse por los márgenes estrechos de una sociedad ambiciosa que buscaba exprimirles el jugo.
Tremenda pena sintió Marcos el día que la encontró acostada, febril, murmurando tangos sin saber cantar, recitando poemas sin apenitas saber leer.
- Qué te pasa, qué te han hecho – dijo Marcos lo suficientemente agitado.
- Creo que me ha atacado una serpiente, mírame el tobillo .
Marcos vaciló, pero al mirarle el tobillo vio, apenitas al lado del hueso, las marcas de un par de colmillos desgarradores, que dejaron de sangrar la herida, pero la dejaron hinchada como la esponja que usaba él para la hora del baño cuando vivía en Lima con sus padres. Pensó que en ningún momento como ahora le había sobrevenido la nostalgia. Pensó que en otro caso hubieran podido llevarla al hospital , darle a ella la necesidad serena de que existía un antídoto. Pero ahora, casi sin inmutarse, sabía que lo único que todo lo resuelve es el tiempo . Decidió limpiarle la herida, probar con emplastos de alguna yerba que pareciera amistosa, pero nada. Esto seguía hinchándose, y la cara de Sandra, de Sandrita, la loca, la criolla, la de los ojazos negros, la de los ronroneos en noches de luna plena, estaba poniendose más que mustia. A Marcos se le estaba poniendo la cara amarilla, color bilis, y no tuvo siquiera el valor para enterrarla. Antes de eso se la comió a besos, le lloró un Atlántico, le escupió todas las palabras de amor que siempre quiso decirle, mientras ella miraba con esa mirada perdida, entre quién sabe qué libros de cuento para irse a dormir, entre qué golosina para comerse antes de cenar y que la mamá la regañe y el papá le mire preocupado.
Se fue derrengado, destrozado, entró al bosque como niño y salió como viudo.
- No puede ser, mira al pie del acantilado. Parece idéntico a mi hijo. Parece que el rayo no se lo hubiera llevado, sino que hubiera crecido. Míralo, tan talludito, tan poca cosa indeleble, es perfecto. Es lo que necesitaba – dijo la Madre Naturaleza mirando a Marcos.
Entonces no sé qué carajo salió del cielo que me tendió su mano, me dijo que ella había perdido a alguien también, que la pena que ambos respirábamos la paliaríamos juntos. Lo único que me dijo es que tenía que saltar del abismo, caer en las cascadas de remanso que había al final. Me aproximé al borde, miré a lo hondo y me dio miedo, me acordé de la lluvia y entonces no me asusté más. Con mi trozo de piel y el cayado que tenía aferrado, salté del acantilado, y mientras iba cayendo, me pareció ver en el fondo de la catarata los ojos de Sandra, lamiéndome el moflete con un beso de despedida.

Hoy todavía en Lima capital se ve una placa límpida en honor a aquellos muchachos que abandonados fueron en mitad de un bosque, y encontraron su hegemonía quedándose a vivir en las entrañas, con la Madre Tierra sirviéndoles más jugo de melocotón.