No dejes de seguir al conejo blanco

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martes, 23 de noviembre de 2010

La casa Música

Aclaración del autor :
" Debido a que cumplimos las bodas de oro en el blog (50 entradas con esta), me gustaría colgar este cuento que espero alcance mayor consideración, ya que no sé por qué es una idea que siempre me ha atraído. Simplemente eso, y que prospere mi mediocridad."

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Estaba en lo cierto, desde que llegó en 1998 lo que más le había sorprendido era la colocación nefasta de los sillones verdes del living.

“ Qué forma más desorganizada, parece que estos muebles estuvieron colocados por un huracán” pensó Louis cuando sacaba volutas de vainilla por su pipa rancia.

Llegó en un tormentoso mes de noviembre, cuando el frío le mojaba los ánimos y la lluvia le mordía la gabardina de color beige. Paul le había advertido, que ese clima tan advenedizo era como un rayo de sol en una heladería, y que de Nancy a Zaragoza había bastantes escalas evolutivas. Después de esa conversación arrogante, Louis se tomó como una consideración personal sobrevivir una semana en la ciudad, solo para darle con la puerta en las bembas a su colega, que a parte de francófono, era gilipollas. Así que empacó una vieja maleta con camisas y perfumes, algún que otro vaquero, un libro de Zola y folletos de Víctor Hugo para leer en el avión, y como si no tuviera otro propósito, al igual que un musulmán que emigra hacia la Meca, hilvanó sus pasos para estar el día trece en el Charles De Gaulle una hora y media antes, teniendo precaución de los buitres de las compañías aéreas.

Al llegar a ese conjunto de piedras habitadas, no supo cómo orientarse. Es más, no supo el por qué Zaragoza, teniendo la fantástica casa Batló a algunos kilómetros. Le pareció estar embutido en una causa absurda y sin remedio.
Mientras una llovizna caía despendolada del cielo, él giró el picaporte del hotel que había reservado por teléfono. Una señora con surcos finísimos en la cara parecía sonreírle de forma tierna, mientras un viejo ( que pudo intuir como su marido) hacía ademán de recogerle la maleta. Nunca se había fijado, pero a la luz de los candelabros aquella noche la maleta parecía un monstruo marrón ofuscado, además de que el barro le daba un cierto aire de sufrimiento.

Le dieron de cenar una sopa de cebolla con longaniza, y mientras alzaba cada cucharada podía sentir el dolor que sentía en sus ojos por el cansancio del viaje.

- Evaristo y yo adecuamos la casa para poder habitar a personas… - decía la mujer mientras él devoraba con ligera ansiedad la cena. – Es la forma de ganarse unas perrillas, y más ya sabe con el cambio ese del nuevo euro

Hizo como una pequeña mueca de sonreír, mientras su marido le miraba mientras asía la cuchara, con una expresión entre familiar y desconfiada.

La sopa sabía demasiado a cebolla. Se la terminó sin rechistar, y preguntando si se podía fumar rellenó otra vez su pipa; entonces vio cómo el humo ascendía libremente, enredándose en la lámpara de araña, como si tuviera una telaraña de verdad.

Se tuvo que recoger enseguida, estaba demacrado por tremebundas horas de avión. Aún así agradeció que no fueran tan largas, recordó el vuelo que hizo a Cuba en el 94 y de cómo se le quedó el culo con aspecto de masilla, como si casi fuera un moldeable yogur.

Cuando llegó a una habitación vistosa pintada de verde colocó su gabardina sobre una silla raída, de forma que su abrigo daba la forma de que había un hombre jorobado en la habitación. Se descalzó los mocasines y echó un vistazo por la ventana para admirar la Basílica del Pilar. No era muy devoto, pero ya se sabe, quien vive en Nancy, generalmente en París, tiene que gustar de todo ese tipo de estructuras ( a veces pensó que hubieron siglos en los que el hombre no construyó otra cosa).

Se sentó en la mullida cama y desenfocó la vista hacia arriba. Vio los desconchones del techo y alguna presencia de mosquitos. “ Merde, me dejé la crema encima de la mesa de estar” dijo con remordimientos.

Se quitó los tejanos y abriendo a medias la cama se introdujo, mientras apagaba la luz que estaba al alcance de su brazo.

No habría pasado ni cinco minutos desde que intentaba dormirse cuando oyó un ligero tintineo, casi imperceptible . “ Me encantan los sonidos de la calle”. Sin embargo, a los diez segundos se hizo un poco más fuerte. Le pareció el mismo sonido constante, como si fuera un diapasón. Luego oyó como una especie de golpes sordos y repetitivos, parecidos a un tambor tribal. De repente, y sin dudarlo un instante, oyó el Sol de una trompeta.

Ce n’est pas possible” pensó Louis. Acababa de oír perfectamente el sonido de un instrumento.

Rápidamente, se incorporó para asomarse a la ventana. Intentó averiguar si los sonidos venían de la calle o si no había sido más que una mala pasada de su indecisa imaginación.

Al mirar al reflejo de la noche de Zaragoza, no vio alma en la calle, ni trompetas ni banderas ni desfiles, ni siquiera un perro vagabundo acompañando a la luna. Nada. Ahí estaba el pavimento, con algunas piedras mal puestas y con sombras envolviendo todos los callejones. Ni un solo indicio de música. Podía ver el color naranja que le inspiraban las farolas, podía sentir el frío de la oscuridad de la noche abierta, pero nada más.

No le dio mayor importancia, colocó bien los postigos de la ventana y se acostó. “ Te estas haciendo mayor” pensó para sí.

El incidente de la noche anterior no había sido tan especial como para mencionárselo a los dueños de la casa, seguramente pasaría de vez en cuando alguna tuna de celebración, y no quería parecer un chovinista escéptico. Así que durante el día recorrió la ciudad con un panfleto cogido de la estación de autobuses y se tomó un refrigerio con algunas tapas en un bar de una calle angosta.

Llegó a pensar que todos los crepúsculos son iguales en todas las ciudades, que parecen fundirse como si se uniera todo el amasijo al caer la tarde. Entonces pensó que viajar era innecesario. Luego pensó que era absurdo, “lo mejor de viajar es viajar”.

Habían pasado ya tres días de la semana y media pactada con Louis, y dos desde el “incidente” de los traqueteos nocturnos. De ninguna manera se sentía intrigado, simplemente le extrañó no encontrar a nadie utilizando un instrumento a la hora en que los oyó. Pero le había deshilachado la importancia al día siguiente, y prosiguió sobreviviendo entre muros altos y de piedra fría, como ciudad burguesa que era.

Al volver a la habitación pudo sentir una corriente de frío en la pierna, pero no le dio importancia. Acababa de comerse unas migas de pastor en la cocina con Mariel, la anciana que le dio hospedaje, y hoy se había recorrido parte del casco viejo. Sin embargo, la curiosidad le pudo como para preguntar por los ruidos mientras cenaban.

- Digame, hay muchas bandas de música por esta zona al anochecer, ¿cierto?

El marido y la mujer se miraron con ciertos recovecos de complicidad.
- Y bueno… - dijo Evaristo con una mano en el mentón- A veces, según si se quiere honrar alguna festividad, pero no demasiadas, no… Creo que deberías ir a preparar café querida.

De este modo, interrumpió la conversación y la mujer fue a preparar algo de café para los tres. En vista de la importancia que le daban los demás, Louis pasó del tema y les preguntó por una oficina de correos para enviar postales franqueadas.

Antes de irse a acostar, y para combatir la pesadez del insomnio, se puso a revisar la casa. Le pareció bastante bonita, pensó qué clase de artificios hubo de soportar durante los ochenta años que llevaba edificada. Vio también los típicos candelarios horteras y los cuadros estrafalarios, que solo se cuelgan en las paredes por compromiso o por mal gusto.

Encontró en un lugar apartado y vedado por el polvo un estante que tenía los cristales casi empañados por la humedad breve de la noche. Louis cogió la corbata y limpió una parte de la vitrina de la izquierda. Vio la foto de un muchacho algo famélico con una levita de paño negro y una trompeta, mientras caía al fondo un crepúsculo vetusta en un campo de yerba.

- Ese es nuestro hijo – le dijo la señora. – Murió una noche de marzo en esta misma casa, hace ya años. En un cuartito de arriba conservamos todos sus instrumentos, auque lo que a él le apasionaba era el jazz y la trompeta. Si usted lo hubiera visto tan ensimismado en sus ensayos y en sus…

- “Instrumentos…” – pensó Louis – Ahora lo entiendo todo. Debe de haber algunas grabaciones en el desván

Dejó que la señora terminara la retahíla, y cuando se iba despidiendo y yendo a su cuarto para acostarse, vio que su hijo había estado trabajando de músico con el título del conservatorio. Cuando iba por el séptimo escalón a sus aposentos se acordó de que no le preguntó de qué había muerto su hijo en uno de los cuartos contiguos al suyo. Tras pensarlo dos segundos no le hubiera parecido una pregunta apropiada, y disfrutó oyendo el rechinar del pomo de la puerta de su habitación ; le recordaba a lo henchida que estaba la luna en el cielo y al cansancio de su cuerpo.

Se acostó con la corbata a medio quitar en el catre, y no había podido ni desabrocharse sus vaqueros. Estaba cansadísimo, él era una extenuación en sí mismo. Cuando se apago la oscuridad bajo el efecto de sus párpados, comenzó a intentar soñar el día de mañana, quizá algún café en un bar cualquiera o la mirada de una muchacha en espera del intento de cortejo, esos juegos frugales, esas tímidas estupideces.

No podía creerlo, lo acababa de oír, acababa de sonar otra vez. Esta vez como golpecitos en la madera, como si fuera una batuta golpeando contra un atril. Una cuerda de violoncello tibia resonó por las paredes del cuarto. Se incorporó y se aproximó a una de las paredes. Pegó la oreja y pudo sentir la pared fría, y debajo de eso, el sonido de un cuarteto de cuerda con un piano de fondo. No, le parecía estar soñando, esto no podía ser real. Le gustaría tocar su cara y ver que no la siente, como pasa en esos sueños que creemos morir, y lo más dulce es cuando despertamos.

Se decidió a abrir la manija y a descubrir de donde venían los golpes, el piano, los sonidos. Oía deslizar su sombra por el pasillo, como si fuera un mueble más de la casa. Torció hacia un lado y hacia otro, desdoblándose como si fuera de chicle.

Al final llegó a lo hondo de un pasillo, y todo el sonido salía de ahí. La puerta emitía un resplandor por debajo.

Al abrirla, vio instrumentos por toda la habitación. Vio que estaban suspendidos en el aire, que había una especie de figuras multiformes sujetándolos. Se aproximó al atril y vio una masa igual al resto, sujetando una batuta un poco más larga de la habitual. Como si fuera un ofrecimiento, aquella masa le acercó la batuta a Louis. De repente, la corriente del pasillo cerró la puerta.

Paul llevaba intentando contactar con Louis desde que hacía dos semanas que tendría que haber vuelto. No cogía el móvil, no respondía al correo, no había manera de dar con el. Su amigo, temiendo por él, tomó un vuelo desde Charleroi una semana que le pilló allí un congreso, cuando realmente se empezó a preocupar por su paradero.

Llegó al hotel donde su amigo le dijo que se había hospedado y encontró un coche de policía en la puerta. Los dueños habían sido acusados de asesinato y fueron trasladados a la comisaría. Cuando Paul pudo hablar con ellos, la mujer le confesó :

“La verdad es que todo empezó cuando mantuvimos el cuarto con los instrumentos de mi hijo difunto hace catorce años, y una masa negra se filtró por primera vez en el cuarto, y se ponía a tocar los instrumentos, variando cada noche. En vez de llamar a la policía, puedo decir que esa masa que llegó al inicio nos convenció para quedarse en el cuartito de al final del pasillo. Nosotros habíamos empezado unos años antes de la muerte de mi hijo con la pensión, y nos dimos cuenta de que los huéspedes curiosos conseguían ser atraídos por la masa, y los acababa consumiendo hasta que acababan igual que él. Me fijé en los cambios del chico, en unos días tuvo los mismos síntomas que los demás. Estuvo extasiado durante los días después del descubrimiento, se dejó de afeitar regularmente y vivía sólo para dirigir el ensayo. Tocaban día y noche. Y la verdad es que en todos los casos esperábamos encontrar algún cadáver, pero solamente veíamos a esos redivivos; podría atreverme a decir que algún día se atrevieron a desayunar con nosotros. En fin, seguramente el joven ahora será un fantasma musical más, como les llama mi marido. Eso sí, tendría que escucharlos usted, no han desafinado ni una vez en catorce años.”

Mayo 2010

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