No dejes de seguir al conejo blanco

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domingo, 3 de octubre de 2010

El céntimo que pudo haber caído al vacío

De una de esas estancias que yo conservo en Manhattan, en un edificio bien alto, me quedan conservados unos bocetos que hice yo en carboncillo de las cosas que se veían por la ventana de mi habitación. El que más me intrigaba era el de un pájaro cuclillo que había conseguido sobrevivir entre tanta polución, fue asombroso ver cómo su cabecita blanca con la linea que la dividia estaba igual de límpida que si hubiéramos estado en una granja en Arizona. Pero era extraño que hubiera llegado volando hasta ahí un cuclillo, tan débil y en mitad de tanto ensamblaje de metal sin motivo...
El caso es que observé mejor el boceto. Era del año 98, de cuando tuve que fotografiar a unos oficiales de la marina que iban a ser homenajeados por los actos en una de esas innumerables guerras de las que olvidé los nombres, para no creer estar dando vueltas en círculo. Al día siguiente, estaríamos en el 99. Ya entonces se usaban los objetivos largos para las fotografías importantes, pero el revelado seguía siendo tan arcáico que aún me parece verme envuelto en aquel espectro rojo mientras aspiraba el olor de los líquidos. Era como una droga para mí, sentir en la piel negra de la fotografía cómo se iba formando una imagen, una vida tan chiquita...
Puede ser que lo que más me sorprendiera de aquel boceto no fueran los trazos mal organizados que denotaban mi falta de práctica (la cual sigo conservando igual de intacta), sino que al borde del gris alféizar neoyorquino había un céntimo. No era ni siquiera un dollar, era un ECU. Así que un pequeño intruso infame en una cornisa despreocupada, en el fondo me dio pena porque era como yo. Un viajero con etiqueta.
Todo esto ocurrió mientras yo me lavaba los dientes, imagínense qué patética la escena, a mí me estaba saliendo la espumilla por la boca de lavarme los dientes. Fue después que pude admirar el céntimo, una vez en el boceto, pero mi mirada indiscreta no lo vio la primera vez.
Fue entonces cuando decidí recoger el céntimo de donde estaba, volviendo a Manhattan. Volví después de ese tiempo tormentoso que pasé alli, entre tantos sahumerios insoportables de asfalto blando. Pedí la misma habitación, y aunque no estaba seguro de poder encontrar el céntimo y de gastarme unos trescientos dólares por una corazonada, creía saber que las piezas del destino acaban coincidiendo en algunos ensamblajes.
El caso es que, a parte de un aspecto más carcomido de los muebles, de un aura que denotaba que las tardes se estaban pudriendo en Manhattan, lo demás permaneció igual, inalterable en su cortina de agua.
Me quité el equipaje y lo puse encima de la cama, me apresuré a abrir la manilla de la puerta del baño y, dos segundos más tarde, la de la ventana. Me costó reconocerlo, pero ahí estaba. Tan gris, tan solitario, cubierto por una capa de polvo denso, habían pasado seis años y el céntimo seguía bailando en esa ventana, sin haberse percatado los trabajadores del hotel de lo que había en ese trocito de aire.
Bueno, el caso es que ahí estaba yo, con mis yemas ligeramente ásperas toqué el céntimo ,y vi cómo el montículo de polvo se desplazaba con cuidado, permitiendo ver que efectivamente era un ECU. Sentí un ligero alborozo al reencontrarme con lo que había parecido un viejo amigo, alguien infatigable que había comprendido al fin el principio del sedentarismo.
Lo más difícil ( una decisión que me sigue cavilando en la cabeza después de los años) fue decidir si lanzaba ese céntimo al vacío para que cayera con un eco sordo y sin otro propósito, o si iba al Banco Federal a sustituir esa moneda casi sin valor por un centavo, y ver si así podría comprarme un chicle.

2 comentarios:

  1. me impresiona lo español de tus entradas! jaja panxoliss q talento el q aflora en las palmas

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  2. Algún día yo iré a Las Palmas o a donde sea a buscar un céntimo que me olvidé en Santiago, que aunque no parezca, lo llevo siempre en mi corazón. Mil perdones tocasho por no estar muy al tanto de tu vida, pero tiempo no es lo que sobra.
    Me encantó el relato, y el final es muy... pucha, no encuentro la palabra, diría simpático si no fuera una palabra tan superflua para la ocasión
    Abrazo grande mi querido lutheriófilo!

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