No dejes de seguir al conejo blanco

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jueves, 14 de octubre de 2010

Ojalá las guitarras.

Silvio se levantó esa mañana con el arrullo esperanzador de una caracola de tierra. Tenía un avión que salía de La Habana a las 9 a.m., tuvo que pegarse ese madrugón con resignación para colocar su equipaje en la puerta y que le vinieran a recoger en un auto negro.
Parecía cosa de gángsters, pensó, en un auto negro como si lo fueran a retornar a su familia en una bolsa de basura. Se levantó a eso de las seis para darse crema espumosa por la barba y afeitarse con una hojilla afilada, quedándole la superficie más o menos lisa, obviando los hoyuelos del paso del tiempo.
Tenía su guitarra esperando en la puerta, como un perro ojo a visor, esperando a que la luna terminara de descolgarse del cielo, de que se apagaran las primeras farolas con ese neón tan negro, tan lleno de silencio.
Al final con un rechinar en la calzada llegó el auto, metió la maleta y todos sus menesteres para ir hacia el aeropuerto. Aún recordaba cómo Fidel le había dado la oportunidad para tener una gira en Argentina, evadiéndose de Cuba, de las altas cañas de azúcar, de los uniformes verdes y de las reglas non-sense de gobernante de barba piojosa, pero respetable.
En el derredor del auto había una especie de aura que cortaba la noche y surcaba el malecón como un barco de fondo plano. Silvio iba pensando qué canciones tocaría en el Gran Rex, pero se le obnubilaba la conciencia al saber lo que le había dicho Fidel antes de largarse del salón presidencial, huyendo de esos altos butacones con garras de cóndor.
" Si huyes de aquí, pendejo, si te marchas del régimen dejando a todos tus compatriotas cubanos en falda, haré que les den a tu mujer y a tu familia lo merecido, que aquí nadie huye. Lo que yo me he sacrificado por tener nuestra Cuba fuera del imperialismo yankee no va a ser destrozado por lo que dejes de hacer, por esos juegos de exilio por Europa."
Silvio, le dijo Fidel, mírame. Has sido un gran compatriota, tus canciones nos inspiran a todos, llenas los aires de este paraíso que es Cuba. Pero hay mucho maricón que se raja cuando le soltamos las alas, así sin más. Se llegó a decir que, musicalmente, un cuarteto es la Orquesta Filarmónica de Cuba dando una gira internacional. Imagínate qué mal me sentó aquello. Por eso tengo que tomar estas medidas, lo hago por el amor que le tengo a este país. No lo hago por mi amor, no pienses mal.
Las ventanillas se iban llenando de un vaho incontenible, y las casas parecían ser estrepitosos monstruos en busca de algún viajero que llevarse al porche. Cuando abrió ligeramente la ventana, ya que sentía que ese huevo revuelto que se había tomado para desayunar no le había sentado bien, pudo notar el almizcle de las calles, el olor a barro desmigajado de la carretera camino del aeropuerto.
Y al final salió a escena al Gran Rex, la gente le silbaba, le aplaudía, le idolatraban el arte como a nadie. Y todo esto sintiéndolo fluir, sin medir qué palabras ni qué comisuras para decir lo correcto o lo que a uno le hizo daño. Se sintió eterno. Cuando tocó el ojalá, la gente se estremeció como en una ola de energías vibrantes. Le dio lástima tener que despedir a los porteños, acurrucarse en otro auto para coger de nuevo el avión al aeropuerto. La estancia en Buenos Aires le pareció un lapso comprimido en una gota de lluvia. Algo como de esos viajes resabio, que a penitas le llegó a la muela de atrás este abrazo enternecedor.
Sonó el nombre de su vuelo en los altavoces, que le inspiraban atarlo hacia una muerte. ÉL caminó con pesadumbre hasta la puerta de embarque, se quedó imponente delante de las relucientes mesas donde ellos te recogen el billete para que pases al interior, te quedes en esa " confortabilidad" de sillones duros y recios y de niños llorones. Niños, pensó entonces. Se enfrentó con la cara hacia la decisión misma, se sintió hombre en niño en vez de niño en hombre, ese temor tan superficial y tan inesperado. No supo qué hacer, las gotas de sudor le bajaban en el vaivén por su afeitada cara, por esas gafas color de perla, por esos hoyuelos distantes que escupían sus recuerdos; mas lo único que supo decir es :
-Ojalá las guitarras toquen más alto que los chillidos bélicos de los políticos - y diciendo esto, sin que nadie le escuchara, se dio la vuelta hacia el cartel de Éxit.
A Silvio se le puede ver de cantautor de transportes públicos por unos pesos o un café y un alfajor, suele tocar en la Plaza de Mayo, en las afueras del Gran Rex, en calles porteñas hondas y largas donde se hunde el ocaso, en...

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