Es cierto, estuvo acertado. Pero el factor principal aquí es que los perros se ladran cuando se ven, saben que esa desconfianza que brota desde los inciertos orígenes de su instinto, debe ser obedecida. Y se repelen y ahí acaba la evolución, mantienen sus límites intactos y sus colmillos afilados pero sin sangre.
Pero, nosotros, nosotros somos esa barbarie que por el propio exponente bacterial nos empeñamos en aliarnos. ¿ Existe realmente la bondad o el sentido del conjunto? Eso es imposible de saber, solo tenemos estadísticas que nos hacen horrorizarnos tras los asesinatos cometidos. Nosotros buscamos la supervivencia con igual sangre buscan las sanguijuelas un trozo de piel tibia y rosada. Y todo, ¿para qué? Todo el día quejándonos de cómo es que no funciona, qué horror. Vivimos en nuestro propio infierno, embutidos en una desconfianza que es como la savia bruta, y que día a día no hay más motivos para preguntarnos si los animales somos nosotros o los propios lobos.
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