No dejes de seguir al conejo blanco

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jueves, 22 de julio de 2010

El jardinero de los dilemas

Nunca se averigua bien a que palada exacta un hoyo es perfecto, con esa redondez despreciable, en la que cabe cualquier tipo de macetero, como si fuera de arcilla o de goma. Juan Esteban acababa de rebañar la maceta pulida con determinación, para terminar de quitar el cogollo de lechuga que sir Percival tenía en un rincón de su jardín. Era un jardín incómodo y lleno de bultos, de esos que te entorpecen la vista cuando tus pupilas se ponen a caminar. Estatuas extravagantes que a la mínima parecían estar vivas, con ojos fríos, cubiertos a su vez de témpanos insignificantes, caniches de cristal, estructuras no ergonómicas de cristal en invierno... Todo lo fastuoso que te pueda parecer, y también tenía un apartado del jardín solo para las rosas. Por las tardes de primavera se filtraban todos los efluvios por lo grandes que eran los pétalos, todo se circundaba en un intenso sahumerio de olores. Miss Percival nos hacía sacar el diván, nos desocupaba a las mucamas de la cocina y se lo colocábamos encima de la yerba importada, imagine usted, yerba perfectamente colocada, mientras alrededor hay suburbios que se pudren con el polvo que levantan los terrenos sin edificar. Con lo poco que llueve, para lavar nuestros trajes grisáceos ya es una odisea. Por lo que me enteré, en aquella época el señor Juan Esteban ( el Este, para no confundirlo con Juan el piscinero, llegamos a hacer bromas de " este es el Juan" y demás) había recibido consideradamente por Mr Percival un cobertizo para resguardarse de la lluvia, y vivir allí con la hija y la mujer. Alguna vez vi a la hija en la cocina echándonos una mano, o con las camas por la mañana para ganarse algo extra, pero el Este quería que su hija estudiara, y le compró libros (y cogió prestados también ) de esos que tienen el lomo raído y parecen tan interesantes, para que la niña aprendiera echándole horas. Todas las horas ella se las dedicaba a leer y a aprender a escribir y a leer, se llamaba Maria Antonella y parecía una flor de lis en un cementerio mustio. Lástima que su padre vertiera toda la abnegación en sus preciadas rosas. Parecía que las amaba a ellas, pero no a su mujer y a sus hijas, sino a esas actrices de farándula sombría donde mecen los párpados, como si no tuvieran ojos y miraran a Este con las espinas.
El problema vino realmente cuando escaseó el dinero en casa. A la niña ese conocimiento insaciable se le había vuelto tan grande como las tallas de su pantalón, y tenían que suplir esas urgentes carencias con un profesor particular. Claro, escaseaba el dinero, y un tal Tomás, del barrio latino de Nuevo México le había dicho que cambiando un poco de nieve conseguiría unos arreglillos, que él no podía hacer nada porque la zona estaba muy jerarquizada por los malditos ojos de limón, y todo había salido muy conflictivo. La verdad que una misma fue al mercado hace unos meses, y tuvo que pasar por la zona de la intersección de las bandas, y es solo el miedo que se filtra en sus ojos, como una llama bañada en etanol. Cogí los ingredientes y salí de allí al tiro, era una zona más bien horrible. El caso es que Este se vio apurado por el dinero, no quería que su niñita se viera desempleada, muchas veces soñaba él despierto con que llegaría a Harvard, o al MIT con alguna ingeniería que le adornara el currículum hasta endosárselo a un magnate de las alturas, y poder vivir así todos pudiente.
Pensó ( como todo héroe de odisea ) que en él estaba todo el poder para resolver la encrucijada, y a los dos días le llamó para empezar a traficar. Incluso la mujer se alegró de tener más holgura económica, y de que el tutor llegara a casa y la niña tuviera un conocimiento nuevo cada día.
Al principio, le fue bien. Le daban la droga, y cuando terminaba de arreglar el jardín se iba a traficar hasta que se hundía el ocaso. Se marchaba en un Ford negro, desgastado y humillado por el clima, que no perdona, dígaselo usted a mis rodillas. Eso sí, cuando volvía ya por la noche, se volvía a poner el mono verde de un color vivaz y se pegaba con celo una linterna a las sienes, y se iba a cuidar las rosas. Más de una vez le sorprendió el día, y cuando vio que bajaba el rocío lentamente por el tallo decidió irse a acostar. Durmió durante casi una hora, y volvió a iniciar el ciclo por todo el jardín. Las ojeras parecían que le estaban devorando, al quinto mes su aspecto no era de este mundo. A los siete, la razón tampoco.
Durante varias veces escuchamos las mucamas todas las reyertas, a veces cometía el error de traerse el trabajo a casa. Y cometió el segundo error cuando empezó a cortarla para sacarse más beneficio y meter a su hija con clases por la tarde también, y el año que viene, quién sabe, algún requerimiento para una escuela pública. Una vez llegaron a amenazarlo con un cuchillo, lo vi yo con la luz tenue de mi candil. Otra vez le metieron tal paliza que dizque los ojos morados parecían beterradas marchitas al día siguiente.
Pero lo peor vino un mediodía del noveno mes.
El negocio se le había ido de las manos, y tuvieron jefes del hampa de la zona que hacerle uno de sus tan utilizados ajuste de cuentas. La mujer y la hija estaban recogiendo las bayas frutales de al lado de la cerca, a unos cincuenta metros. Los señores habían salido a una comida, y estaba solo el personal de servicio.
Con un chasquido de cerrojo, la puerta de la entrada se había abierto de par en par empujada por un Land Rover, y atrás de la cabina iban dos chinos con metrallas que parecían de fogueo, pero que no lo eran. Enseguida tumbaron a la hija y a la mujer del Este, las dejaron yertas con la misma mirada que tendrían nueve horas más tarde en el velorio, y los demás huímos al ver el panorama. Cuando se hubieron ido, le conté a Este lo que había pasado.
- ! Juan Esteban! ! Acribillaron en jeep a tu mujer y tu hija!
- Rayos.. - dijo Este con un atisbo de decepción - Espero que los malditos chinos no me hayan estropeado los rosales, si no Mr Percival no me pagará. Y ese dinero me hace falta, el mes que viene vamos a enviar a mi hija a un colegio público - dijo con una sonrisa infantil.

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