No dejes de seguir al conejo blanco

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sábado, 14 de agosto de 2010

Crepusculario

Martín oteó el horizonte, faltaban unos cuarenta minutos para que se cruzara por su línea visual la figura del sol hundiéndose en el mar.
Tenía una calabaza oscura donde se le apelmazaba el mate, y al lado un gean tonic al que se le iban derritiendo desmesuradamente los hielos. Ojeaba una revista por puro placer de desganarse las horas, pero lo único que se movía al arrullo del ventilador era el pequeño montoncito de libretas azules que tenía a un lado del escritorio, en frente de la ventana. El aire golpeaba la primera hoja de la libreta tope, haciéndola ondear como una vela, dejando en el aire un crujido desconocido y delicioso. No se le ocurrió otra cosa que ponerle el vaso del gean tonic a la tapa fina del Molleskine, y al ver el círculo de agua que dejaba el hielo sobre la tapa se le ocurrió pensar a dónde viajaría si realmente su sillón fuera un Voltaire. Pero se acordó ( y cayó su desilusión al gean tonic, estuvo a punto de ahogarse ) de que su silla era de mimbre, que lo único que pueden usar los pobres para viajar es la imaginación.
Se decidió incorporarse, y su entrelazado de mimbre hizo una especie de gruñido espantoso, le sobresaltó súbitamente.
Se acomodó la chaqueta y escuchó el rumiar de las gaviotas, la playa estaba triste hoy, la arena parecía suspirar. Las olas golpeaban fieras contra las rocas calizas, y pudo ver la neblina bailando alrededor de las oriundas araucarias.
" Ah, araucarias" pensó mientras sorbía del vaso.
Como se le ocurrió que se le podría hacer tarde, empezó a preparar el tinglado. Desenfundó el telescopio de un paquete negro después de haberlo sacado de un rincón apartado de la esquina oeste de su estudio, lo colocó en la ventana, abrió un poco más los póstigos y dejó que la luz bermellón le diera en la cara. Luego cogió un pequeño estante que tenía al lado de la puerta que da a la salita y lo colocó junto con un taburete al lado del telescopio. Bajó del desván un cofre con astrolabios, cartas de navegación del siglo XIII ( portuguesas), y así un sinfín de retaílas y de instrumentos que hubieren de parecer innecesarios en cualquier parte. Tenía cartas e instrumentos náuticos , telescopios y sextantes, libros de poesía y de Pessoa ( aunque éstos eran para deshilachar un poco el tiempo mientras esperaba)... Era como mirar a la ventana y ver un territorio con mil formas de explorarse, y él se decía, Tengo que estar preparado. Nunca se sabe cómo ni de qué forma va a desaparecerse esta vez.
Pero si era cierto que él sabía que todas las tardes se acostaba sobre el Oeste, a veces con la mar plana, a veces con olas ondulantes que persistían durante toda la noche. La primera semana, incluso si lo apuras, el primer mes, cuando le compró la casa a un loco que hablaba como susurrando, estuvo en duermevela por el continuo golpear de las olas en la playa. Pero aún así, ah, qué vistas, solo por eso merece levantarse así cada mañana.
Desenrolló un mapa de todo el hemisferio austral y lo apoyó entre una silla y el brazo de su sillón de mimbre. Tenía los libros desperdigados por la habitación, pero lo cierto era que encontraba más cosas en su propio desorden que en el orden de los demás. Puso música en un tocadiscos usado, se colocó recostado, la silla mirando a la ventana, agarró el telescopio con la mano izquierda mientras con la derecha sorbía el jugo de los hielos de lo que quedaba en el vaso, y entonces enfocó la imagen del telescopio tocando a rasero en el horizonte. Luego examinó las cartas náuticas con cierta minucia, marcando algunas cosas con el compás. La silla rechinó al coger el Molleskine sobre el que había apoyado el vaso, y abrió la primera página. " NOVIEMBRE 1973". Había estado dos meses solo en el ático, pero se le ocurrió la gran idea de dedicarse a estudiar los crepúsculos desde aquella sala desde que una tarde se decidió a colgar una hamaca y a ver el sol caer como las hojas en otoño. Estaba también con la idea de llevar esos descubrimientos a la comunidad científica, su trabajo como administrativo y funcionario, a parte de no depararle más que una miseria, no le gratificaba de verdad. La mujer se le encabronó cuando decidió dejar el trabajo, pero estaba en trámites de publicar sus ensayos sobre " El crepúsculo y cómo incide en el Pacífico desde el Hemisferio Sur", el cual al final había decidido bautizar como crepusculario. Era más fácil, entendible, y así lo dejó.
De pronto, como si alguien hubiera mandado a callar en la sala, empezó a mantener silencio y a atolondrarse en los movimientos a la vez; agarró todos los cachivaches, intentó enfocárselos en los mil ojos de pirata que no tenía, hasta que al final se decidió a mirar primero por el telescopio. Miró la aureola púrpura que rodeaba la pelota, el medio queso de bola que se confundía con el mar, que estaba tan difuso por el brillo que parecía un campo de trigo. Separó la vida del cristal abombado , separó también la retina oscura y observó por su propia vista el apogeo que desprendían las mil y una escala de tonos chillones que tantas tardes le hacían sangrar el corazón. " Crepusculario..." dijo entre sí. En mitad de ese tumultuoso murmullo , le emergió una idea, Crepusculario es el nombre de un libro que editó el hombre que me vendió la casa, en paz descanse, cayó en la cuenta Augusto, El pobre, cáncer de próstata a tal edad. Se le nota que había viajado mucho, pero en fin, todo pasa y se nos esfuma..
Cuando al final el sol se escondió en ese breve lapso de tiempo, se lamentó como todas las noches. Se sirvió otra copa, recogió los aparejos y volvió a prender el vaso con una fina soltura. Cuando vio que se había cerrado el cielo y que la noche tenía hendiduras, decidió pegarle un trago largo al bourbon, Pero antes, dijo Augusto, un brindis solitario.
- Esta va por ti... - dijo mientras se sacaba el nombre de detrás del paladar - Neruda.

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