No dejes de seguir al conejo blanco

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domingo, 6 de marzo de 2011

Caza de demonios

La orquesta tocaba y ambos giraban como una peonza, agarrada ella a los brazos de un masculino portentoso. Era el rostro de un hombre duro, tenía los ojos ajados, agrietados por su naturaleza de máscara. En efecto no era su verdadero rostro, estaba oculto sobre un trozo de cualquier poliuretano indeleble, tenía esa mirada perdida que tienen todos los nombres. Y sin embargo, usted la llamó al baile. Usted la sedujo como fantasma de la ópera, la llevó trepando por la enredadera de sus palabras. Y ella parecía no darse cuenta. Estaba, en el más hondo sentido de la palabra, encantada. Era una muñeca de trapo mecida entre sus brazos. Ni siquiera se preguntó qué fantasma se escondería detrás de ese amante, de esos brazos que la tocan, que la perfilan y le recrean las líneas de su propio cuerpo. Qué pueril y qué inocente. Pero qué astuto esconderse tras la máscara, qué astuto nominarse como una gran incógnita.
La orquesta siguió tocando y ambos giraban como una peonza, solo que ahora bailaban vals. La gente se empezaba a embriagar con las copas, se empapaban como esponjas, y poco a poco la noche se les iba haciendo más corta y más liviana. Ni siquiera se dieron cuenta cuando algunos candelabros se apagaron, con la cera desangrada por el piso debido al paso de las horas.
- Bella es usted - dijo el caballero con un eco sonoro.
- Y usted es un verdadero gentleman - respondió con una sonrisa un poco burlesca.
Siguieron bailando mientras los cocktails pasaban sobre camareros engominados, y el propio ruido del alborozo no era suficiente como para apagar el llanto de los violines.Todos los hombres exhibían como un obsequio a sus mujeres, enjutas en sus trajes y preciosas y perfectas para estar a la altura de la gala. Había una complicidad entre todos esos pingüinos fofos, entre todos esos empresarios y traficantes de dinero sucio y poderoso. Sin embargo eran los mismos, esas actuaciones no eran sino repeticiones cíclicas, bailaban siempre de la misma forma, y era en verdad por dentro por donde estaban muertos.
Poco a poco se fueron volando sobre sus pajaritas, fueron a colgar los trofeos en la pared de su grande sala de estar. Se iban a condenar a la noche apagada, iban a condenarse a mirar ebrios a la luna. Ellos bailaron hasta tarde, la gente se fue marchando de forma sistemática, y lamentaron enormemente tener que levantar toda esa aura de misticismo y misterio que los había encubierto desde el principio de la noche. Era tan singular el hombre que parecía emanar hacia fuera de sí una propia ley gravitatoria, pero en cierto modo su máscara blanca y mortecina causaba espanto, tenia un rostro inexpresivo. Parecía un arcángel , estaba destinado a ensartar a todos los pobres diablos que antes se encontraban en la sala. Y pese a no tener una mirada definida, esta era ardua y llena de fuego, era impasible y lenta.

- Es tan extraño que usted sea el único que lleve máscara...
- En absoluto- contestó sin titubear el hombre-, soy aquel que se la pone para mostrarse tal y como es.

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