No dejes de seguir al conejo blanco

No dejes de seguir al conejo blanco

domingo, 6 de marzo de 2011

Tarde mortecina en París.

Es noviembre, en París. Recién estamos llegados a la ville y de momento no tenemos piso, nos quedamos en un hotelito agradable, el Hotel Andrea, en una de las transversales que hay en la Chateau de Ville , el sitio es pequeño pero perfecto. Las calles están gélidas, como que la gente se queda mirando los pequeños puestitos que dan castañas y golosinas, y te tengo prendida de la mano, aunque con el guante no puedo sentir nada sé que eres magma, tu corazón es una fondue de queso lleno de amalgamas, de anagramas, de queso, de miradas...
Llevamos toda la tarde viendo lugares mágicos, la hondura incansable del Palacio de Las Tullerías, el Musée d'Orsay, el Picasso, pasamos por L'Ille Saint-Louis tras salir de la Consiergerie y ver el cuarto de Marie Antoinette, una mujer fuerte como lo eres tu. Y llegamos al Pompidou, se yergue con luces vastas, con su horrendo cableado por fuera, pero adentro es diáfano, una superficie de maravillosas obras de arte. Lo vemos un rato, hay miradas cómplices entre cuadro y cuadro. Te beso delante de una obra emblemática, y algunos se quedan mirando, pero me da igual. Todo me da igual, el aire se llena de vapor de mercurio y te fileteo los labios con mis dientes, como si fueran de caviar, los disfruto como un libro en una tarde de lluvia.
Y al salir a la calle, todo suena a jazz en las calles parisinas, y como el museo está cerca del hotel, llegamos en 15 minutos a la habitación. Soportamos el crujido que hace la puerta al apretar la llave, pasamos sibilinamente a esa habitación de dos camas que hemos unido. te desembarazas del chaquetón, y pongo Empty Bed Blues en el equipo de música, entonces nos vamos desvistiendo con mesura, de forma recírpoca, como quien se cepilla el pelo, yo a tí, tu a mi. Las sábanas están calentitas, y el vaho de los goterones impretéritos que nos saludan desde la ventana nos hace pensar qué afortunados somos, por estar tan juntos y tan a cubierto.
Darte un beso es como prolongar el tiempo, así que me dedico a alargarlo lo más que puedo. Entonces deslizo mi cabeza hacia ese bordillo, ese hueso que tanto sobresale y le gusta que lo miren, y lo devoren, y lo muerdan... Entonces sientes que mis dientes lo rozan, la simetría de mi dentadura está henchida en tu piel que centellea por la luz del ocaso. Y te retuerces, los dedos de tus pies parecen gusanos inquietos, y a ambos nos gusta, porque vamos aprendiendo, cada caricia para nosotros es la página de un libro. Y entonces pienso en la idea de qué hacer cuando se te muera el ser que más quieres en el mundo , si debes continuar en vida o no. Lo que veía como un prefecto racional, lo entiendo ahora como que la vida es una vaguedad sin sentidos, si no puedo oir tus pasos siguiéndome o guiándome, si no puedo oir tu voz que me recuerda lo que es vivir, si no puedo sentir tus manos que me envuelven y me apoyan sobre tu pecho, no estás del todo tapada porque aunque somos casi como niños, parece que en aquellos días de hospital, entre trajineos y burocracias médicas, nos dedicamos a conocernos a través del líquido amniótico, y somos más que una pareja de ancianos enamorados, somos una pareja de jóvenes que saben lo que quieren.

2 comentarios:

  1. "Darte un beso es como prolongar el tiempo, así que me dedico a alargarlo lo más que puedo."

    Me encanta :)

    ResponderEliminar
  2. Me parece una de las mejores entrandas que has escrito, hay algunas lineas que consiguen traerme algunos de mis mejores recuerdos a la memoria...

    ResponderEliminar